miércoles, abril 16, 2025
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Uy, qué miedo, estoy en las puertas del infierno

No hay peor ni más contraproducente comportamiento que la auto censura a la hora de decir lo que nos parece evidente, ni tan siquiera fundamentado en una teoría compleja. Puede referirse a hechos aberrantes que no se deberían de tolerar bajo ningún concepto de cualquier naturaleza, frente los cuales el individuo opta por guardar silencio y mirar a otro lado, evitando pasar por el lugar donde acontecen esos hechos que deberían de poner los pelos de punta por su peligro potencial, pues no se quedan en la amenaza, sino en la configuración de un contexto hostil que puede hacer que nuestra existencia peligre ahora o en el futuro.

La lista de hechos desagradables es tan alarmante que muchos ciudadanos prefieren adoptar dejarse dominar por el miedo porque es más cómodo, sobre todo si la intensidad estimular resulta insoportable, constante y llega a ser habitual, es decir, que no existe modo de liberarse de la amenaza constante, aunque el daño no se produzca en el momento presente… ¿O sí? Podemos poner muchos ejemplos de contextos amenazantes y altamente peligrosos que nos afectan a nuestro día a día. El incremento, por ejemplo, de la inmigración ilegal en España, lejos de ser una ventaja, se está convirtiendo en un problema, en una sensación de inseguridad potencial, de un grupo en el que ciertos de sus miembros adoptan posturas totalitarias contra el cristianismo, los españoles, sus tradiciones y sus rezos, inclusive. Es tal el desprecio que tienen a lo español que en pueblos gallegos estos grupos presionan para eliminar el cerdo del menú en todos los colegios de la zona al mismísimo alcalde, el cual se niega en redondo, haciendo frente a sus miedos y a las potenciales amenazas y presiones de todo tipo. Este hecho se refiere a un elemento clásico en todos estos ejemplos, al intento de alteración de nuestro día a día y nuestras costumbres, bien sea por las buenas, con la mentira al estilo de la trampa, o al chantaje y las actitudes autoritarias y fascistas cuando se trata de aterrorizar de manera directa.

Son muchas las formas de hacerlo y el estado se ha vuelto especialista en ello, ya sea mediante la amenaza o castigo, un remedio utilizado desde hace milenios, o bien mediante actuaciones de tipo mafioso con el fin de amedrentar y forzar a adoptar una actitud de silencio y de complicidad ante lo que son crímenes de gran gravedad. Lo vimos durante la plandemia y el modo en el que iban asesinando a la población con la estafa de las vacunitas, cuando lo hicieron con nuestros hijos y seres queridos y muchos prefirieron no decir nada al respecto (frente a lo que era un auténtico genocidio encubierto), cuando lo correcto hubiera sido desobedecer las órdenes de sanidad y hablar claro para que nadie se pusiera el pinchazo, siendo conscientes de la voluntad dolosa y criminal de las autoridades y los batiblancas. Lo vemos en el modo en el que se invaden nuestras calles de personas dispuestas a robarnos, ir con un arma blanca, creando altercados, quemando coches u ocupando viviendas al estilo de los piratas, cuando, en vez de enfrentarse a estos sujetos, denunciarlos y tomar las medidas pertinentes para que sean expulsados de nuestro país, se guarda silencio sobre la evidencia de una posible invasión en la sociedad española por sujetos que no tienen ningún amor por nuestro país. Y lo vemos, y esto es lo más sangrante, en la imposición de ideologías absurdas y delirantes de ciertos grupos de izquierda, más cercanas a la locura que al sentido común de toda la vida, que nos destrozan las relaciones sociales y afectivas y nos sumergen en la conciencia que huele a formol, que nos hace incapaces de reconocer nuestros verdaderos sentimientos, que son los que nos guían y nos avisan de los peligros para nosotros y nuestros seres queridos. Y, en vez de levantarnos, ponernos de pie y decir que ya basta, preferimos mirar al del al lado para ver cómo se comporta, tratando de emularlo como hacen los chimpancés en el famoso experimento del plátano colgado de una cuerda, buscando la seguridad sin que nadie se atreva a cogerlo, aunque se muera de hambre. Simplemente haz lo que vieres y no te compliques la vida, pues ya se sabe qué le lo ocurrió el que osó defender sus principios y su dignidad o lo que puede pasar, que es mucho peor que lo real, pues el inconsciente, puesto a pensar en lo terrible, cuando se ve inundado por el sentimiento del miedo, no tiene límite en su imaginación.

El miedo no sólo paraliza, sino que además te coloca una venda en los ojos que se convierte en tu propia piel y, entonces, surge el peor síntoma, y es que simplemente no quieres ver, renuncias a la belleza del mundo, al amor, a la armonía, a tranquilidad interior y te ves obligado a crearte una fantasía de tipo autista y permanente. Te genera una barrera no ya frente al mundo real, donde los demonios deambulan en busca de tu alma para devorarla (si no lo han hecho ya), sino frente a ti mismo, haciendo que lo que te hace humano sea reprimido, pisoteado, odiado y despreciado, con lo que ya estás en la filas del satanismo, pues es el rencor lo que gobierna tu corta vida terrenal, el desprecio y la percepción de que todo lo que te muestre el verdadero camino ha de ser erradicado de la faz de la tierra por el bien de la humanidad. Ello hace que el miedo no sólo te deje indefenso frente a tu enemigo, sino algo mucho peor: se convierte en un arma de autodestrucción para quien cayó en su trampa, pues se va aislando del mundo y de sí mismo, hasta llegar al dolor de vivir como un cadáver de carne y hueso.

Quien teme no ama, y si lo hace es por puro egoísmo y oportunismo, empleando al resto como herramientas de nuestros deseos y, lo que es mucho peor, nuestro caprichos y delirios, una vez perdida la conciencia y la capacidad para cualquier juicio lógico que involucre a muchas personas. Lo contrario de ello es el egoísmo, la célula que nos divide como seres separados unos de otros sin conexión ni relación alguna ni necesaria. Todo sea por la destrucción del ser humano desde las altas esferas del poder del estado, todo sea por no comprobar como muchas personas se comportan como auténticos demonios, conservando sus falsos rostros de carne y hueso.

El miedo es lo contrario del amor, de hecho, son las emociones primigenias. Quien opta por el primero se esclaviza, el segundo se libera. Muchos prefieren vivir con grilletes en las manos y los pies con tal de conservar su fraudulenta existencia material, sin beneficio alguno…

 

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