En la mañana de este miércoles, Zaragoza ha sido testigo de un espectáculo que, lejos de enorgullecer, debería invitarnos a una profunda reflexión sobre la condición humana. Según publica el Heraldo de Aragón, la apertura de un nuevo Starbucks en la ciudad ha atraído a decenas de personas que, en un arranque de entusiasmo desmedido, han formado una cola desde las 6:50 de la mañana, tres horas antes de la inauguración oficial. «Hemos venido a las siete menos diez, declaraban orgullosos algunos, como si madrugar para esperar un café de una cadena multinacional fuera un logro digno de mención.

Este fenómeno, que ni mucho menos se trata de un hecho aislado, se alinea con lo que publicamos en un artículo justo este mismo día del año pasado con motivo de la apertura de uno de esos negocios en Valladolid y que llevaba por título: «Las inauguraciones de los Starbucks y el borreguismo de la gente» artículo recomendado que denuncia el «borreguismo» colectivo que convierte un evento trivial en una peregrinación absurda. Como bien ha comentado algunos en las redes: «los que hacen fila tienen pinta de ser de esos que se pasan la vida rajando del capitalismo y las multinacionales», «estos son los mismos que en su día hicieron cola para ponerse las banderillas o hacerse los timo-test para saber si tenían el bicho volador «…
Pero, ¿qué lleva a alguien a levantarse al alba, desafiar el frío primaveral y aguardar horas por un café que, en esencia, no difiere en nada de lo que podría conseguirse en cualquier cafetería local por la mitad de precio? La respuesta no está en el café, sino en la marca. El artículo de El Diestro lo expuso con claridad: «La gente hace colas interminables por un café de Starbucks como si fueran a recibir el elixir de la eterna juventud». Es la misma lógica que impulsa a las multitudes a acampar por un iPhone o a pelearse por unas zapatillas de edición limitada. No es necesidad, es estupidez disfrazada de modernidad.
El caso de Zaragoza no es una excepción, sino un eco de lo que ocurre globalmente. En cada apertura de Starbucks se repite el ritual: «Gente que llega con horas de antelación, como si no hubiera más cafeterías en el mundo». Y mientras tanto, los bares de barrio, con sus cafés mejores y sus propietarios que no te cobran un sobreprecio por un logo, languidecen. ¿Dónde está la racionalidad? ¿En qué momento decidimos que hacer cola por una multinacional es más valioso que apoyar lo local o, simplemente, ahorrarnos el circo?
La crítica no es solo hacia los que hacen cola, sino hacia una sociedad que ha elevado el consumismo a categoría de religión. Esos que llegaron a las 6:50 no buscaban un café; buscaban ser parte de algo, aunque ese «algo» sea tan vacío como una taza desechable. El borreguismo no es exclusivo de España, pero aquí lo llevamos a otro nivel. Nos enorgullecemos de nuestra capacidad de espera, como si la paciencia malgastada fuera una virtud y no una señal de que hemos perdido el norte.
Quizá lo más triste no sea la cola en sí, sino lo que revela: una humanidad que, en pleno 2025, sigue cayendo en las trampas más obvias del marketing, que prefiere la fachada a la sustancia y que, en su afán de seguir tendencias, olvida pensar por sí misma. Mientras las colas crecen, la dignidad mengua. Y el café, por cierto, sigue siendo solo café.
Pero si son los mismos borregos que hacían cola para ponerse una banderilla mágica contra un bichito microscópico imaginario
Es una mierda el Starbucks cofii,el aire acondicionado a tope , siempre en hora punta lleno de borregos y pijos,y el café y los productos una mierda.
Astroturfing. Les pagan para hacer filas madrugadoras y fingir entusiasmo. En Zgz ya había un starbugs que se abrió con la misma parafernalia y la publicidad encubierta del Heraldo de Aramasón, por lo que la baja probabilidad que había de ir a una inauguración «excitante» queda descartada.
Llegados a este punto yo desprecio más a los vendidos que a los borregos.
Lo destacable de esa fotografía es el dato de que en ese paseo ya casi sólo quedan franquicias multinacionales, atendidas por jovencitos con contratos de usar y tirar. Apenas quedan comercios autóctonos con personalidad propia, ni trabajardores estables.
Zaragoza es una de las ciudades con pie y medio metido en el NOM, pero no muchos se dan cuenta.
Aunque tampoco pocos, hay un movimiento ciudadano llamado Zaragoza No Se Vende, aunque suena a «izquierdismo» populista clásico, que se caracteriza por no entender nunca por dónde sopla el viento. Pero algo es algo.