Por Alfonso de la Vega
Roma está ahora preñada de rumores. Bergoglio está muy grave, y se mueven toda clase de intrigas para coger buen sitio en un cónclave que se percibe próximo. Bergoglio ha ido nombrando muchos cardenales durante su mandato y se cree que la mayoría puedan ser de su cuerda. Esto dificultaría la necesaria reconstrucción de la Iglesia tras el paso del nefasto argentino.
Una reconstrucción que quizás pudiera simultanearse con la de la propia civilización occidental asolada por el comunismo woke del que Bergoglio ha sido uno de sus funestos cabecillas.
Para algunos Bergoglio no es más que un ambicioso oportunista encaramado al poder como los surfistas en la ola, cuyo principal cometido es no caerse y pegarse la dolorosa costalada. Ya le ocurrió cuando la caída de la Logia P2 de Lucio Gelli en Argentina. Carecería de ideología propia salvo lo que en cada momento satisfaga su desmedida ambición de psicópata narcisista. La ola sería la agenda 2030 y demás barbaridades a las que representa y sirve. De modo que, si fuese así, como dice el viejo refrán: “muerto el perro, se acabó la rabia”.
Para otros la cosa es menos coyuntural, más profunda, más peligrosa. Bergoglio tendría un proyecto político religioso más allá de las ocurrencias del momento que ha venido desarrollando durante su reinado, que recuerda el precedente de la Teofilantropía. Para facilitar el NOM trata de promover una fraternidad universal más allá de las tradiciones religiosas secundarias entre ellas el propio Catolicismo, que se supone debiera defender. De esa manera se priva a la fe católica de su propio centro o núcleo preciso de definición. Y esto es así porque persigue la deconstrucción de la Tradición, de la Iglesia como cuerpo místico de Cristo, en una idea teológica precisa y determinada de la creación.
Probablemente la idea no sea suya. Bergoglio no dejaría de ser una criatura vulgar y viciosa que representa una perturbación política, intelectual, moral, espiritual, litúrgica y estética para los fieles. Y de ahí también la catadura del grupo de sus principales servidores, que incluye figuras tan ilustres como el compadre místico Tucho, tratadista de orgasmos. O los Roche, Hollerich, los chicos de McCarrick, los padres SJ James Martin y Spadaro, Rupnik, Omella….
Bergoglio sería el corolario fatal de todo un proceso iniciado de modo institucional durante el Concilio Vaticano II. La sustitución de Cristo por el mundo. El cumplimiento de la profecía de Fátima: “Satanás ha alcanzado los lugares más altos y decide el curso de los acontecimientos. Logrará seducir a la Iglesia y alcanzar su cúspide más alta.” Parte del debate es si la idea del reino sobrenatural de Dios, aunque se entienda como transformación de la propia realidad de la creación, debe superarse porque viene a crear a su vez un distanciamiento despectivo del mundo un “egoísmo de salvación” personal y un mundo especial eclesiástico cerrado.
El eje teológico en la relación entre la sociedad o la naturaleza y la gracia, el mundo y el reino de Dios se desplazó finalmente en el siglo XX tras el concilio de modo que con Bergoglio la idea de un plano sobrenatural casi ha desaparecido por completo. Una falsa y buenista espiritualidad «horizontal» intenta sustituir a la «vertical» entre el hombre y Dios. La antigua Tradición fue sustituida por una espiritualidad de la plena contemporaneidad y el compromiso con un mundo “justo”. La Iglesia entonó sus himnos de admiración al mundo moderno en el Concilio Vaticano II. Quiso despojarse por fin de su escepticismo cuando no crítica de lo moderno y formar parte de él.
Así, el relativismo moral, la religión calentológica, el indigenismo, el multiculturalismo woke, la teología de la liberación, la prohibición de la liturgia tradicional mientras se instaura el rito maya, la promoción de otras religiones o de invasores desestabilizadores de las sociedades cristianas. O el asambleario camino sinodal o la pintoresca iglesia en salida, o en estampida, más bien valdría decir.
El camino de la Iglesia ahora es el hombre, lo que da lugar a un ecumenismo fanatizado, que sustituiría a la afirmación tradicional de que el camino de la Iglesia es Cristo. La Cristología ya ha desaparecido o está a punto de hacerlo. Bergoglio ya no necesita a Cristo para su modelo de fraternidad natural universal inspirado en otras fuentes que obvian la naturaleza caída del hombre.
Lo suyo recuerda una secta de la Ilustración, la de los teofilántropos cuya fundación se debe según unos a Valentín Haüy y según otros a Juan Bautista Chemin Dupontes, miembro de una logia masónica francesa de la época. La Teofilantropía promovía un culto sencillo, más bien discursivo sin apenas liturgia. Se postulaba el amor a Dios y a las gentes, la fraternidad universal, el «panfilismo», la naturaleza o las virtudes del paganismo grecorromano. Se suele considerar como una especie de reacción al proceso de radical descristianización provocado por la revolución o a un intento de sustitución del propio Cristianismo.
¿Qué va a pasar?
Sin conocer lo que la Providencia divina pueda disponer, cabe decir a nivel humano que el reinado de Bergoglio ha tenido la paradójica virtud de desenmascarar muchas cosas indeseables que aún permanecían ocultas a los fieles. El saber queda ya más claro pero luego hace falta el querer. La Voluntad. El sucesor de Bergoglio puede dar la puntilla definitiva o por el contrario, intentar reconducir la situación, recuperando la Tradición. Pero para ello parece necesario apoyarse en otro concilio, con la problemática de la alta posibilidad de un cisma de carácter abierto que conllevaría.
¿Menudo legado! ¡INCREÍBLE!