jueves, octubre 3, 2024

Jaque Mate

Cuando el rival ve que le comen los peones se empieza a poner nervioso, pues éstos son los que protegen a las piezas que pueden desarrollar la partida, siendo éstos los primeros en morir. Es lo que suele ocurrir en la guerra psicológica, donde se trata de mantener al otro jugador en el aburrimiento, mientras por detrás se planifican los movimientos para una jugada decisiva que desarme al enemigo: se mueve el caballo, se saca el alfil, mientras la reina y la torre se mantienen expectantes, a la espera de su excitante momento. 

Es así como nuestros enemigos consideran que necesitan más tiempo porque requieren de más movimientos al plantearles una resistencia inesperada. Verdaderamente nos temen, eso es un hecho que no pueden mostrar y que ocultan con su actitud autoritaria de padres protectores que desean lo mejor para nosotros, todo ello creando situaciones de temor en las que seamos vulnerables y estemos obligados a bajar la guardia, al tener que atender las prioridades que ellos nos administran desde hace siglos. Llevan muchos años haciéndolo y el problema es que, con tan larga experiencia, se confían, pues han de hacer alarde de una imaginación cada vez más sofisticada, de la cual, por cierto, adolecen.

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Lo terrible de la partida, que no parece tener fin, es que muchos adivinamos las jugadas que quieren desarrollar gracias a los movimientos ya realizados y que, por cierto, no tienen vuelta atrás (por lo tanto, error de cálculo cometido, error insalvable). Y es que son tantos que, si no les importa, detallaré alguno de ellos: con el tema del que mucho se habla, sin ir más lejos, vendieron millones de ellas, mejor dicho los estados las compraron bajo presión insoportable y muchos se las pusieron y el resultado no pudo ser más catastrófico al ver muchas de sus víctimas como había una relación directa entre el acto heroico y su lamentable estado de salud o la muerte de algunos familiares o amigos muy cercanos, a pesar de que estos  hechos no son titulares en la prensa comprada por los gobiernos; por lo tanto, aquí tenemos una presión social que no pueden soportar, por mucha censura que nos quiera imponer sujetos tan despreciables como Bill Gates. Otros de ellos es el escaparate de casos de corrupción y la desigualdad de los ciudadanos ante la ley, un hecho más que notorio y que torpe y descaradamente repiten. Otro puede ser el doble intento de asesinato de Donald Trump, lo cual recuerda a los que se hicieron contra Kennedy, por razones obvias al poner en peligro la agenda 2045, recientemente aprobada por la ONU y a la que Trump parece prometer resistirse.

Todos estos fallos nos permiten saber qué pieza moverán, razón por la que hacemos las jugadas que se las impiden, una por una: lo de la viruela de mono parece quedarse en agua de borrajas, pues nadie se lo cree en su sano juicio, del mismo modo que se les ve el plumero cuando nos hablan del cambio climático o de los coches eléctricos, tan desastrosos que las mismas compañías automovilísticas optan por el coche de gasolina pues nadie lo compra al ser caros, no haber donde cargarlos, impedir largos trayectos o sus motores parecen estallar peligrosamente. En fin, lo más peligroso ya es una realidad, mejor dicho, una pesadilla para ellos: el pueblo ya no les tiene confianza y no les cree ni una sola coma de sus discursos, no digamos sus juicios sacados de un manicomio.

Sin embargo, el verdadero peligro es lo que nos dicen en sus protocolos: “Actualmente, nos hallamos muy cerca de lograr nuestro objetivo final. Nos queda por recorrer un pequeño trecho antes que se cierre el círculo de la serpiente, símbolo de nuestro pueblo. Cuando se complete el cerco, quedaran encerrados y atenazados, como por una recia cadena, todos los estados de Europa.” (Protocolo III). No pierdan hilo: “Muy pronto, se habrán de desplomar los pilares de los estados constitucionales que aún quedan en pie; los estamos desequilibrando continuamente para que se vengan abajo (…) Pero los jefes de sus estados son disminuidos por servidores incapaces, habituados a las intrigas y a un terror que jamás cesa. Distanciado de la conciencia de su pueblo, el gobernante no sabe defenderse de intrigantes ávidos de poder.” ¿No te suena esto familiar, no son nuestros políticos, en la mayoría de los casos, servidores incapaces para el bien común? (Tengamos en cuenta que esta es la coletilla que se obvia en el citado libro).

Mucho más esclarecedor es lo que nos dice el protocolo XIII: “La necesidad del pan cotidiano acalla a los cristianos y los convierte en humildes servidores nuestros. Los agentes que hemos reclutado entre ellos para nuestra prensa discutirán, por orden nuestra, lo que no nos conviene publicar oficialmente. Paralelamente, aprovechándonos de los rumores suscitados por estas discusiones, tomaremos las medidas que nos parezcan útiles y se las presentaremos al público como hechos consumados. Nadie osara reclamar la anulación de lo que haya sido resuelto, mucho menos habiendo sido esto presentado como un paso adelante.” Se trata de ocultarnos la verdad, es decir, sus movimientos secretos, presentándonos situaciones o hechos ya decididos y reales, es decir, pobreza y hambre para el sometimiento, siendo el único modo con el que cuentan frente a un pueblo sabio que sabe perfecta lo que hacen y está en sus planes.

Pero tampoco podemos olvidar el terrible temor que tienen a ser descubiertos. ¿Por qué, si no, tienen un as debajo de la manga, para sorprendernos con humo, como cuando el mago desaparece del escenario, el público lo busca y no lo encuentra? ¿Responde ello a una jugada escondida, de modo que la partida queda en suspenso y podemos esperar el próximo movimiento durante décadas o es que se reúnen para analizar la partida? Es lo que verdaderamente temen, ser descubiertos, sobre todo ni cuando la censura ya les funciona. 

¿Y qué tal si en vez jugar al ajedrez, como ellos, decidiésemos retirar nuestras piezas y ponerlas en a buen recaudo, para que jueguen ellos solos, pues eso de lo lúdico parece que les entretiene tanto que se reúnen y hacen experimentos con nuestras vidas con diversos diseños experimentales, cada uno más cruel y carente de escrúpulos? ¿No denota ello un carácter infantil, inmaduro, caprichoso y fuera de lugar en el mundo de la política, lo cual nos haría ver que muchos de los dirigentes están hacen un ridículo espantoso?

En otras palabras, o nos tomamos esto en serio y nos dejamos de jueguecitos de niños de cinco años y les enseñamos que es pensar como adultos o nos destrozan con sus torpes mentes, las mismas que están desesperadas por crear otra gran guerra (bajo el mismo principio rothschildiano) si sus diabólicos planes no les funcionan ante la racionalidad y madurez de muchas personas, afortunadamente existentes. 

Hay que encerrarlos en su locura despiadada y tiempo al tiempo, porque se destruirán entre ellos pues es el odio lo que los alimenta, pero nuestra indiferencia los aniquila.

 

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