lunes, septiembre 16, 2024
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Lo que es arriba es abajo

Como en todo sistema que se precie y que llegue a ser perfecto, la misma esencia es la que rige quien ordena y dirige, quien recibe el encargo de cumplir ciertos mandatos y la que ha de estar en los que tienen la obligación de obedecer de manera religiosa. Si echamos un vistazo a los modelos ideológicos de los sistemas fascistas del pasado, en los que nadie podía salirse del redil, so pena de ser duramente castigado, nos encontramos con el ejemplo perfecto. Es la fuerza de ese sistema perverso y lo que lo protege, incluyendo a los súbditos que aman a su líder y que ansían defender su modelo social y denunciar a los traidores de su causa que, finalmente, viene a ser la razón final del bien común.

La falta de libertad, de dignidad en nuestras decisiones, en la expresión de nuestros sentimientos más profundos, los mismos que todos compartimos, donde prima la ausencia de la igualdad en derechos de todos nosotros y el espacio de cada uno en cuanto a su desarrollo, es lo contrario de la vida. Todo lo que no constituya respeto, aceptación de la diferencia del otro o permitir la libre evolución de nuestra fuerza personal de modo que cada cual desarrolle su conciencia, se convierte en modelo del fascismo más encarnizado, en pro de un sistema cerrado y hermético para que nadie escape de la mente siniestra del amo, tan enferma como para involucrarnos en sus creencias demenciales, como si fuésemos piezas o peones de su juego de ajedrez.

Desde 2020 e incluso antes no faltan pruebas de ello, con una larguísima lista de desatinos que no merece ni la pena nombrar y que tienen una sola intención: que es ponernos contra la espada y la pared, de modo que no nos quede más salida que obedecer y someternos religiosamente, del mismo modo que nos han enseñado en el colegio cuando teníamos delante a nuestros profesores y nos hicieron creer que como niños no sabíamos absolutamente nada y que los docentes eran un tesoro de sabiduría, la cual, no sólo debía de ser provechosa para nuestra felicidad, sino para nuestra seguridad en un mundo que muchos sospechábamos en aquellos lejanos años que era altamente peligroso, al ver los problemas de nuestros padres. Sin embargo, ya no somos infantes ni estamos en aulas de colegio y lo peor es que muchas personas siguen con ese arquetipo de sumisión en sus cerebros y están programados para una especie de regresión hipnótica. Por eso, o bien lo hacen descaradamente, sin pudor alguno, o bien lo ocultan y lo disfrazan de imposibles promesas como sacerdotes paganos.

Es así como esparcen todo su veneno y lo hacen gota a gota, palabra a palabra, versículo a versículo y chantaje tras chantaje. El gran proyecto de empobrecimiento global, vigente desde el crack del 29, aprobado en una reunión en Londres en 1927 en secreto cónclave narizudo o rothschiliano, es un punto de partida, arruinando al mundo al decidir en ese petit comité el precio del oro, como arma para tener todo el dinero del mundo, como los amos de nuestros destinos, se urdió a principios de siglo XX. A partir de ahí, tras la dura década de los años 30, en los que la International Exchange Commission aglutinó a todas las naciones, perdón corporaciones, ya estaba todo cantando. La segunda guerra mundial, por cierto, ya estaba programada en una carta de Albert Pike a Manzini, de 1871. Convertir el dinero productivo en dinero especulativo y dentro de poco en cibernético, es una jugada maestra para endeudar y conducirnos al sometimiento global. Con el precio del oro por las nubes, a casi 2500 dólares la onza, nuestro dinero no vale nada y además está inflado, en el marco de una especulación con cuenta atrás. Juegan a ser dioses creando bancos e instituciones como Naciones Unidas, todo a su absoluto antojo y pueden echar abajo el sistema si ven errores, es decir, si la máxima del mismo desmiente que todo lo que esté arriba no esté abajo y viceversa, hay que hacer correcciones y, sencillamente, hay que ver formas de someter a las masas, aunque se haga por miedo, enfermedad, sufrimiento, pobreza, hambre y, llegado el punto, guerras.

Lo cierto es que este régimen no es nada nuevo y está tan manoseado que basta con leer libros de historia para entender en qué consiste, no siendo necesario ser un genio para entender la manida dinámica de la manipulación de masas. Sin embargo, no es lo mismo ahora que antes: el grado de analfabetismo, el grado de adoctrinamiento religioso y el predominio del sector primario, así como del desconocimiento oficializado,  hacía más fácil la introducción de ciertas ideologías camufladas, mecanismos de presión y de castigo, tanto reales como ficticios; en la actualidad, por el contrario, con el auge de internet y de la información en redes, los datos corren como la pólvora, en Google puedes acudir a cualquier información (inclusive la que ellos ocultan) y llegar a conocer sus intenciones ya no es tarea imposible: millones de personas saben cuál es su agenda, sus sucios mecanismos y trampas y, para los más sesudos, entender la religión que le da el ánima y las prisas de los dirigentes para llevar el asunto tan rápido como sea posible, siendo conscientes de los fallos de su sistema, los cuales conducen al desastre de manera inevitable. Todo ello se complica pues las variables tecnológicas, que son muchas más en cantidad y resultados, les exige un control que se les puede ir de las manos con más facilidad. Además, como buenos seguidores de Maquiavelo, han de ocultar la realidad y hacer que sean amados por sus desesperados pueblos, pues sólo así se mantienen en sus poltronas; de lo contrario sufrirán la temida furia de las masas que los verán, con justa razón, como traidores.

Si lo que está arriba está abajo, lo que está abajo está arriba, siendo la segunda hipótesis tan válida como la primera, dado que todo el sistema se retroalimenta a sí mismo, siendo estos flujos los responsables de los cambios y evolución en el mismo. El inmenso porcentaje de la población sometida, frente al escaso número de los que controlan, tiene un poder de presión del que, si fuésemos conscientes, lo ejerceríamos con más frecuencia; de hecho, es su resistencia la que marca el ritmo de los acontecimientos y los pobres ciudadanos ni cuenta se han dado de la estrategia, como aquél que por azar logra el éxito, como muchos descubrimientos científicos han visto la luz. Si hasta la fecha tienen problemas para taparnos la boca, para imponer su nueva farsemia, acudiendo a una excusa, que no puede ser más absurda ni infantil ni ñoña, si los gobiernos encuentran una resistencia galopante en la población que no se traga su cuento diario, si han de tapar sus trapos sucios, que no son pocos, es por la presión social que, a buen seguro, debería de ser mucho mayor de lo que es en la actualidad, adoptando formas menos solapadas y más claras. Digámoslo claro, es cuestión de números y de soldados; contamos con estrategias suficientes para conocer sus movimientos, intuirlos y sospechar de las técnicas engañosas que utilizan y eso los aterra de manera desesperada. 

Nos encontramos en un lado  de la balanza y ellos en el contrario, siguiendo la estructura del yin y el yang, con la salvedad de que el sistema, a pesar de sus ansiosos deseos, aún no está cerrado y puede romperse en cualquier momento; en gran parte, como antes apuntaba, se debe a los garrafales errores de estrategia que presentan y que ocasionan situaciones que se le van de las manos; de este modo, su fracasos pueden ser nuestros éxitos futuros si sabemos aprovechar sus desatinos, salidas de tono por la desesperación y la confusión donde pierden el control, el mismo que desean sostener y que dicen que viene de arriba. Para ello hay que organizarse con la misma inteligencia sibilina que utilizan y enfrentarlos con sus propias armas, que son el engaño, la sonrisa falsa y la estrategia oculta; igual que ellos tienen sus sectas secretas, de las que sabemos algo, lo suficiente como para tener una idea más o menos clara, nosotros necesitamos las nuestras, tan opacas o más que las suyas; dado que nuestro fin es la supervivencia con dignidad humana, habremos de trabajar en equipo, pero sin encender la mecha que nos ponen delante con nuestro rencor ni nuestro odio, sino con lo que más les duele: nuestro amor y, si no lo quieren ni en pintura, nuestra indiferencia. No se necesitan armas para hacer daño ni herirlos de muerte, ni la violencia, tampoco el sacrificio y mucho menos en base a religiones paganas con rituales siniestros. Sólo un arma, sólo una voz: la conciencia.

Es el valor que nos da ser seres humanos y creer que lo somos. Si ellos no quieren serlo, ya no es nuestro problema.

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2 COMENTARIOS

  1. Este párrafo es épico:
    su fracasos pueden ser nuestros éxitos futuros si sabemos aprovechar sus desatinos, salidas de tono por la desesperación y la confusión donde pierden el control, el mismo que desean sostener y que dicen que viene de arriba.

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