viernes, noviembre 22, 2024
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Qué comodidad

Muchos de mis compañeros me narran la realidad sociológica de España, una corriente o tendencia emocional completamente distópica en la que la población o bien acepta o bien no rechaza el nuevo orden político neofascistoide del que nos quieren convencer. Siendo un hecho que la resistencia a este nuevo orden de la sátrapacracia es tan minúscula, lo es que la población española se siente cómoda con un salario de estercolero, esforzándose en pagar impuestos a lo bestia a personas a quienes no les importa casi nada, mostrándose con la apariencia del buenismo, esa idea absurda de que todo es por nuestro bienestar y que nada trágico va a suceder, por mucho que suenen las alarmas. En este escenario el español medio es la cobaya para cualquier experimento de diseño más que retorcido por parte de quienes controlan la corporación que es nuestro país y sus resultados se observan con mucho interés, al tiempo que se divierten con nosotros (se dice que cuando el diablo mata moscas, ya sabes a qué me refiero).

En esta ocasión vamos a destacar las creencias que delatan al ser que forma parte de esta masa gris, en la que se va transformando la sociedad española.  Comencemos por aquélla que dice “todo está bien”, se vive en la normalidad, en la que no hay nada de extraordinario y, lógicamente, todo está más que justificado, sin que sea necesario acudir a análisis lógicos ni revisiones, lo cual, por otra parte, es interpretado por el propio sujeto, como se ha vuelto literalmente loco y que esa conducta lo saca directamente de su estado de supervivencia permanente. En este esquema entra todo, cualquier creencia que se le desee insertar por absurda que sea, aunque suponga su propia autodestrucción psíquica a corto plazo y emocional a medio o largo. Entonces, no hay de qué preocuparse y simplemente se vive como una ameba en un tubo en ensayo. Por lo tanto, llegamos a la segunda, que es más peligrosa aún: “Mis esfuerzos son más que suficientes”. En un mundo donde la competitividad no es considerada no sólo justificada, frente a la empatía o la solidaridad, sino un elemento de identificación cultural necesario para formar parte de la gran tribu, porque si no eres un pedigüeño y un aprovechado, cada cual está obligado a desarrollar su trabajo, el cual es cuidar exclusivamente de sí mismo, olvidándose del resto; lo peligroso es que es algo que se da por supuesto, como el ciclo natural del agua (del mar a la lluvia) y que es una condición inexpugnable del ciclo de la vida; cuando el ser es obligado a creer en sí mismo, cuando en realidad no tiene ningún tipo de autoestima, porque se lo robaron en la infancia, en la sociedad y en el marco de un sistema esclavizante, buscar el tesoro se vuelve imposible y el sujeto entra en un bucle de mentira y de delirio colectivo.

Por lo tanto, todo dolor es ajeno: si ocurre lo desagradable, si hay algún problema, alguna dificultad, si la economía se derrumba, si no hay trabajo, si el presi se vuelve un dictador de lo más vomitivo, eso no es un problema. Dado que todo ello le afecta (no podemos olvidar que hablamos de seres humanos), se considera que es un asunto exterior. Él no provocó, él no es responsable y son otros los culpables del lío. En este aspecto, hablamos de infantilismo. Lo peor es que en este encantamiento mágico, donde el rol social es lo más parecido a un juego lleno de símbolos, como cuando los infantes aprenden a descubrir qué es el mundo, toda acción responde a una expectativa, a un deseo, cuya intensidad muchas veces escapa del control del propio sujeto y hace que su conducta sea ilógica y movida por emociones desbordadas, con lo que el objetivo conseguido no se aproxima a la meta ni por asomo. Sin embargo, estos aspectos no son tenidos en cuenta porque la idea primigenia de dicha expectativa es lo que va a guiar todo su proceso cognitivo y de acción, y, lo más peligroso, convirtiéndola en la pieza clave de lo que ha de ser la realidad, es decir, la verdad y la mentira.

Por ende, cualquier circunstancia que logre que el sujeto aminore o elimine la sensación de dolor o de pérdida va a ser interpretada como un éxito, como una señal de que su expectativa es posible, haciendo que el propio sujeto entre en un bucle de autoengaño, bajo el delirio de que todo es por su propio esfuerzo y que merece la pena seguir haciendo lo mismo. En mi obra “Ansiada libertad”, publicada en 2019, defino la adicción en su naturaleza como física y no física, es decir mental y aquí se incluyen todas las creencias que se utilizan para el autoengaño más peligroso imaginable. No hablemos ya de otras conocidas porque las que describo ni se perciben.

Lo más irónico es la superficial actitud frente a la propia muerte. La idea generalizada es que la vida se ha hecho para disfrutarla al máximo y que ese placer es el único tesoro que merece la pena llevarse a la tumba porque el resto no merece la pena. Muchos de los que se pusieron esa vacuna mágica de Sancholandia así lo creyeron, así hasta que el cuerpo aguante y, como me dijo una colega que estaba a favor de todo este genocidio, “de algo hay que morir”, ante la falta absoluta de argumentos lógicos ante una situación muy evidente, pero que ante los ciegos no es real. El sentido de la vida se diluye como el azúcar en el agua, sientes su sabor, pero no se sabe cuál es su consistencia ni verdadero sentido, ni muchos menos quién lo creó y para qué. La gente se lo traga y cuando lo termina, ahí acabó su fiesta en este hermoso planeta, nuestro hogar.  Al final, resumiendo, nadie aprende absolutamente nada y tampoco se desea, siendo el modelo perfecto para el poder que desea tener a una población hundida en la zafiedad y la ignorancia.

Lo más curioso es que todo lo que se salga de ese marco es simplemente falso y el sujeto entra en un estado de fanatismo ideológico. Se podría decir perfectamente que el individuo entra en una secta, donde prima el sentido de una mayoría de personas que hacen y piensan exactamente lo mismo. Ese conjunto de teorías es la realidad y lo que se salga se convierte en sucia mentira, mentira que incluso hay que desterrar, del mismo modo que hay que hacer con quienes la sostienen. Siendo la reacción de agresividad en no pocas ocasiones, el sujeto ya no se protege sólo a él de su propia incongruencia, sino que lo realiza en el nombre de su tribu, de la que la que le da de comer y le ayuda cumplir sus sueños y deseos, porque, en su versión particular, todo es perfecto. 

La mentira se convierte en pecado, el que la proclama en traidor a sus sentimientos más íntimos (¡Cuántos conflictos familiares y de pareja no ha habido por desacuerdos por vacunas o ideologías políticas y siguen existiendo!), es el enemigo a batir, incluso dentro de uno mismo. Ya no es necesaria la persona del censor que te dice qué has de hacer o qué no. Tú solo decides en qué has de pensar y en qué no, convirtiendo la acción cognitiva en culpa automática. Imagina qué haces con quien lo hace frente a tu cara, lo ves como un peligro que te amenaza tu propia existencia. Si a todo ello le sumamos la perspectiva del mundo a través sólo de los sentidos, los cuales no te permiten profundizar ni ir más allá de las bellas apariencias, muchas de las cuales no son más que encantamientos de brujo de la magia negra más malvada y aterradora, la perspectiva de la realidad no es que esté sesgada, sino que puede ser completamente falsa y carente de sentido, incluso para quien la mantiene.

Es en este escenario en que cabe responderse a por qué los españoles aceptan la agenda 2030 sin rechistar, por qué a los que nos rompemos la garganta avisando de lo que está por venir nos cuesta entender ese proceder sin sentido alguno que no sea el fin de un país y de su infraestructura más básica o por qué nos demás osan censurarnos o tacharnos por locos.

Todos estos rasgos, tan propios de estos sujetos, son un signo de alarma, un signo de que no algo va mal, sino de que la sociedad española, si no lo remediamos, se hundirá en su propio fango, donde acabará nuestra descendencia, si es la que la podemos tener a este ritmo.

He aquí la realidad de España, no la que nos describen los políticos con sus panfletos, sino la que se respira en cada uno de nosotros.

¿En qué momento vamos a reaccionar,  cuando estemos muertos y ya no podamos hacer absolutamente nada?

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5 COMENTARIOS

  1. Yo soy un loco de esos que piensa por si mismo y no tolero el pensamiento único del comunismo, quiero decidir lo que quiero hacer con mi propio cuerpo, no quiero que me lo diga ningún miembro del gobierno. En España vivimos en una tiranía pero la mayoría de los españoles o no se enteran o les da igual, nos están sustituyendo por esos que están trayendo de ultramar y de los que no se puede hablar pero nos dicen que hay que ser solidarios mientras a nosotros nos están matando y esterilizando a nuestros niños, el Plan Kalergi ya lo vivimos en occidente, en muy poco tiempo los morenos nos van a superar y con las consecuencias que eso va a causar, la mayor parte de los españoles ha perdido los bemoles.

  2. Los españoles no saben que este es el comienzo de un proceso muy similar al que los amos de Chávez (los mismos que de Sánchez) iniciaron en Venezuela. Entonces entonces se inició un proceso migratorio (o sea, de huída) que ya va por 10 millones de personas (la tercera parte de la población)

    • Los totalitarismos empiezan todos de la misma manera con la excusa del bien común y luego te meten el Estado hasta en tu cama y contra ellos hay que luchar con toda contundencia porque son criminales, ni politicos, ni funcionarios, criminales y terroristas. De democratas nada, si fueran democratas todo pasaría por el control del Pueblo que han sustituido por la palabra ciudadanos (Esclavo del Estado) y no Pueblo. Estos desgraciados nada más que hablan del ciudadano y ciudadania nunca hablan del Pueblo.

      • No seas tan malo (je je) que la ultraizquierda woke dirá que eres un facha porque no acatas su catecismo ya que para ellos el poder del pueblo equivale a la decisión, arbitraria o no, del amo a quién (presuntamente) votó mayoritariamente

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