martes, julio 2, 2024
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Epitalamio. Veinte años después

Por Alfonso de la Vega

Marco Tulio Cicerón sostenía que “debido a que nada es más hermoso que conocer la verdad, nada es más vergonzoso que aprobar la mentira y tenerla por verdad.” Este criterio creo que merece ser tenido en consideración cuando se intenta averiguar qué es lo que hay de cierto en algunos sucesos históricos de gran importancia moral, institucional y práctica.

Se cumplen veinte años de la boda del siglo celebrada en la catedral de la Almudena entre el heredero de la dinastía borbónica y una contrayente tenida por plebeya, atea, libertina, abortista y divorciada, que lucía un virginal vestido blanco de inspiración medieval. El solemne evento tuvo lugar solo dos meses después del terrible atentado del 11 M cuyas tremendas consecuencias para España y la Libertad aún sufrimos hoy.

Epitalamio 

Veinte años después casi todo lo que rodea al desposorio de Don Felipe con la consorte parece envuelto en ocultaciones, fingimientos y falsedades. Una realidad aún no plenamente aclarada pero que en lo que ya publicado y no ha sido desmentido difiere del empalagoso almíbar ditirambo alabancioso con que ha sido oficialmente adornada. Viene a representar una especie de farsa, de mayor degradación incluso, que ya es difícil, de lo relacionado con la Monarquía borbónica en general.

Un primer fingimiento, en este caso perpetrado por las mismas máximas autoridades de la Iglesia española, es sobre la posibilidad de una boda canónica válida con una mujer atea, libertina, divorciada pero sobre todo doblemente abortista. El aborto voluntario es causa de excomunión según el código canónico. El Canon 1398.2  dice que “Quien procura el aborto, si éste se produce, incurre en excomunión latae sententiae” (Es decir, automática). Hay algunas puntualizaciones o excepciones de incurrir en tal excomunión. El Canon 1323 prevé excluir de sanción y el 1324 atenúa aunque no excluye totalmente de la pena cuando se dan determinados supuestos. En todo caso, el hecho no debe ser ocultado al confesor.

No es seguro que las importantes autoridades eclesiásticas que casaron a la pareja conocieran lo del aborto aunque desde luego parece poco verosímil que pudieran ignorarlo en un país como España.

En efecto, se ha denunciado públicamente varias veces, sin que haya sido desmentido hasta ahora, que la consorte había tenido al menos dos abortos. El primer aborto habría sucedido en Méjico y dado que allí el aborto entonces era ilegal habría tenido que huir del país para no ser detenida. Y habría sacrificado por segunda vez a su propio hijo por nacer para poder amarrar a don Felipe, lo que da idea de su singular moral.

Se ignora si don Felipe estuvo de acuerdo o no con practicar el aborto del feto de padre desconocido, pues en ese momento la novia simultaneaba cinco seis amantes, que incluso lo mismo pudiera haber sido hijo del príncipe mismo. Se suele decir que «quien calla, otorga». Desde luego, un asunto de tanta gravedad y crudeza no mejora la opinión que se pudiera tener sobre él.

No es un problema simplemente de moral católica aunque tal sea la de la Monarquía sino de ética universal, de dignidad humana, del dominio de la mentira o del fingimiento sobre la verdad.

Pero, tras el entierro de los sacrificados en el no esclarecido golpe del 11 M y adelantado sobre la fecha inicial prevista, se produciría el feliz himeneo oficial. La ceremonia se ofició en la catedral madrileña de la Almudena con una furiosa tromba de agua fuera que parecía presagiar futuros problemas. Desde el punto de vista simbólico esa catedral es un adefesio arquitectónico que no está orientado al Este, el del nacimiento del sol o Logos como los templos cristianos tradicionales, sino que dirige su eje principal en el sentido Sur Norte, al Palacio real. Vocación o error, el símbolo del poder espiritual (la luz) suplantado o trastocado en poder político material (la sombra).

Más dudas razonables

Pero sobre la propia unión no deja de haber más dímes y diretes. Según ciertas fuentes no desmentidas, el matrimonio oficial sería una mera farsa para ocultar la realidad. Se deduce de lo hasta ahora hecho público pero no desmentido, que era una tapadera, una farsa o matrimonio a tres desde el principio. Incluso, siempre según lo publicado, el príncipe permitió que el amante principal viviera en el propio Palacio junto a la reina. Si esto fuese así lo que en realidad se buscaba era una madre oficial para tener los imprescindibles herederos al trono, pero que le dejara hacer la vida por su cuenta al entonces príncipe. Pero, ¿qué vida sería esta que habría que ocultar con esta farsa?  

En consecuencia la elegida para representar este papel debiera ser alguien que realmente no estuviese en verdad enamorada sino que pudiera ser extorsionada y se moviera por otros intereses. Ambición para avenirse a un matrimonio de conveniencia basado en la mentira. Y que le gustara el dinero tanto como para mantener la boca cerrada todo el tiempo. Una escaladora, narcisista, también con mucho que ocultar procedente de una familia muy peculiar que parece sacada de La Colmena o Tobogán de hambrientos.

Algunas fuentes se atreven a decir que si no las dos, al menos la hija mayor fue engendrada artificialmente en una clínica con un óvulo prestado por la hermana de la novia. Por tanto no sería hija de la reina consorte. Como se puede apreciar, todo este asunto está bajo el negro manto de la duda y la sospecha. Algo que nunca debiera suceder porque no nos encontramos en el ámbito solo de la vida privada. La propia singular naturaleza hereditaria de la Monarquía hace que estas cuestiones sean de auténtico interés y relevancia nacionales. En una Monarquía el heredero al trono lo es no por mérito personal alguno, habitualmente inexistente, sino por ser el mayor hijo legítimo de sus padres los reyes en lo que, bien mirado, no deja de ser una forma de nepotismo aplaudido o consentido por el pueblo y las instituciones.

En consecuencia, es esencial conocer quienes son los auténticos padres de los herederos al trono para garantizar la legitimidad dinástica. En la hipótesis citada del óvulo prestado a la madre fingida, aunque el semen fuese borbónico el hijo resultante no sería legítimo pues la madre verdadera no es la consorte, sino que sería un hijo «natural», al menos desde el punto de vista genético. Si el caso se limitase solo al primer hijo, el legítimo sería el segundo y por tanto el que tuviera derecho al trono trastocando el orden de la sucesión oficial. 

Digno del mejor Valle

Si todo lo comentado fuese verdad, la realidad superaría la imaginación más calenturienta, no sé qué título pudiera poner Valle a toda esta desmesura.  No debiera ser la Monarquía el escenario para una moral autónoma y muy discutible en vez de heterónoma o sujeta a alguna forma de ley metafísica o religiosa. 

Sea como sea, mientras todas estas revelaciones no sean desmentidas, como tampoco lo han sido las publicadas acerca de las presuntas infidelidades de una consorte de pretendida vocación poliamorosa, la imagen que ofrece la Casa real a sus súbditos no deja de ser lamentable en lo personal para los directamente interesados. Pero también inadmisible por humillante desde el punto de vista público de la dignidad institucional y del mismo pueblo representado que sin duda se merece más respeto. Dejando aparte la cuestión del desempeño como Jefe del Estado, todo esto es demasiado grave como para que pueda quedar la más mínima duda. O es cierto o es falso y los protagonistas tienen la obligación de aclararlo ante el pueblo que les mantiene y al que pretenden representar.

¿Por qué ahora? Se especula con que detrás de todas estas revelaciones existe escondido interés oficial para ir preparando un cercano divorcio. Divorcio que ya habría estado a punto de producirse pero habría quedado en suspenso por la abdicación de don Juan Carlos. Ahora Leonor ya es mayor de edad y la consorte puede ser alejada de Palacio con menos dificultad.  

Veinte años después, casi nada es lo que parece. La edad de la sombra se enseñorea de España y oscurece nuestra realidad.  Y de noche, todos los gatos son pardos.   

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