domingo, mayo 19, 2024
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El juego de tiro y muerdes. Españoles a la cazuela

Recientemente nuestro ilustrísimo Caudillo se tomó cinco miserables días para estirar un poco la pata en el jardín de la Moncloa mientras mucho se dedicaban a deshojar margaritas para ver si el sátrapa se iba por fin para dejarnos en esa paz tan soñada o seguiría después de haberse relajado en su palacio. Finalmente, al siguiente lunes decidió decir que nos ama mucho y que por eso va a poner sus cinco sentidos en hacer de España su propio cortijo, como a Felipe González le encantaban los bonsáis. No sabemos lo que le gusta a Pedro, pero ha de ser muy misterioso y extraño.

El narcisista sufre si no tiene a todos los mortales bajo sus pies, si no presentan aquiescencia a sus maravillosas ideas, muchas de ellas de auténticos genios de la maldad. El más mínimo deseo ha de ser satisfecho antes de que le surja y, como todos los españoles estamos a su servicio, tenemos que admirarlo como el hombre más inteligente, más guapo, más bueno y más enamorado del país, hasta el punto de que en algunos pueblos en las sedes socialistas han hecho auténticos altares con su mejor foto posible para que no se vaya y no deje a sus huestes vacías de su sapientísimo  conocimiento.

Todo ello está conectado con las artimañas, sucias estrategias que se basan en la manipulación de los puntos débiles y emocionales de los que resultan ser fuentes de suplemento de energía. Pueden ser sentimientos naturales, relacionados con la expectativa previamente conocida, o creados a través de la imposición del miedo, la preocupación, el pesimismo y la ausencia de salida, salvo que sigas sus órdenes, haciéndose ver como alguien imprescindible. Por otra parte, el narcisista nunca descansa y cambia sus estrategias dependiendo de si se encuentra en su máximo poder de manipulación o si ya ha sido descubierto, en cuyo caso mostrará su carita más tierna y suave, pidiendo perdón si es necesario y como último remedio.

Además, dado que sufre de un gran complejo de inferioridad, son los demás los que han de describir sus maravillosas cualidades, bien sea porque sus acciones de amor son tan lindas que nadie las supera, o porque te obliga y amenaza directamente para que lo hagas. Da igual el modo al que se acuda, el fin siempre justifica los medios. Añadido a este aspecto nada despreciable, sabe guardar silencio y dar una solemnidad a lo que dice para que todos lo escuchen y se queden maravillosos con sus largos discursos, en los que no dice más que chorradas de párrafos a párrafos infinitos. 

Los demás son su mundo, los demás son suyos, sus mentes son de su propiedad. El narcisista es incapaz de diferenciar entre él y los demás; de hecho, éstos no se diferencian en absolutamente nada, salvo en que son fuentes de alimentación psíquica para fortalecer sus creencias, así como emocionales porque a través de ellas mueve los hilos de quien alguna vez creyó en él ingenuamente. Por eso la obsesión en controlarlo todo, eliminando a las voces díscolas que osan criticarlo en lo más mínimo y, cuando eso ocurre, le entra su típica rabieta de niño malcriado con ese típico gesto de “ahora te vas a enterar”.

El problema del Caudillo es que los que le suministramos alimento somos todos nosotros, no importa si estamos de acuerdo o no. El hecho es que el bien común es impuesto al ganado porque todos somos iguales para el demente y el concepto que tiene de nosotros no mantiene relación con la realidad, sino con sus delirios de grandeza, con una resistencia al cambio muy propia de auténticos locos y esquizofrénicos. Hemos de ser sometidos siguiendo las mismas reglas a sus propios principios.

Éste es el dantesco espectáculo al que nos enfrentamos. Un sátrapa que emplea sus estrategias narcisistas para mantener tanto su poder político como personal, en el que se supone lo que hacemos, aunque no sea real. Un espectáculo en el que no sirve para nada ni manifestarse, ni denunciarlo, ni querer echarlo porque, simplemente, no es humano, sino una estatua a la que hay que echar rosas socialistas.

De este modo, lo tenemos verdaderamente jodido a la hora de poner en prácticas las técnicas que desmontan la estrategia del narcisista: el contacto cero, principalmente, porque este sujeto, nos guste o no, nos gobierna, es decir, nos controla y quiere dirigirnos a su conveniencia. La confrontación, que es el recurso más utilizado, es el que más rédito le da, pues es lo que desea: opinión, polémica, división, enemistad, imposibilidad de llegar a acuerdos y rizar el rizo hasta hacerlo irreconocible. Así, el suministro nunca falta y este sujeto despreciable se hace aún más grande, sus ínfulas abarcan más personas y el espejismo se hace más tenebroso si cabe.

España es actualmente un centro psiquiátrico en manos de un descerebrado, donde no hay diferencias entre los españoles y el cuerdo es él, pero los locos nosotros. Es decir, el mundo al revés.

Un país así está condenado al desastre total, al colapso, a la negación de la efectividad de la política, a la conversión de la mentira en verdad y viceversa, a una sociedad distópicamente muerta.

Pedro Sánchez hace sus invocaciones sagradas en el caldero que llena con cada uno de nosotros, cual pequeñas cucarachas. ¿Cuándo nos daremos cuenta de eso?

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3 COMENTARIOS

  1. El caudillo nunca pensó en irse, yo creo que fue a reunirse con sus amos para el siguiente ataque que esos mongoles nos tienen preparado a los españoles, a mi este excremento me da mucho asco no puedo verlo ni escucharlo pero tiene hipnotizado al rebaño.

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