Policarpo nació en el año 70 y tanto Ireneo de Lyon, su discípulo, como Tertuliano o Jerónimo, registraron que había sido discípulo del apóstol Juan, el cual dirigía las comunidades de Asia desde su asiento en Éfeso y lo constituyó obispo de la Iglesia primitiva en Esmirna (Turquía).
Compuesta hacia el año 118, la Epístola de Policarpo a los Filipenses es un mosaico de referencias a las Escrituras Griegas y a la carta de Clemente de Roma, Padre apostólico que transmitió la predicación de los apóstoles, tercer obispo de Roma martirizado en el 97 por ahogamiento en el mar, donde había sido arrojado con una áncora al cuello.
En 154, Policarpo viajó a Roma para discutir con el papa Aniceto acerca del método que determinara en qué día celebrar la Pascua de Resurrección. La tradición joánica de Esmirna seguía el calendario hebreo pero en Roma, se celebraba en otra fecha. Sin embargo, los dos obispos no lograron llegar a un acuerdo.
Ya anciano, en 155, tuvo lugar su martirio, por negarse Policarpo a quemar incienso en adoración al emperador romano Antonino Pio (Tito Aurelio). Fue delatado por gente de su propia casa, por un traidor llamado Herodes. Sabiendo que lo perseguían, se retiró a una casa de campo cerca de Esmirna y se quedó con unos pocos compañeros orando por las 7 iglesias de Asia. Tres días antes de su captura, vio en un sueño que su almohada estaba ardiendo. Como lo seguían buscando, se fue a otra casa pero al poco tiempo, llegaron a detenerle gendarmes y jinetes armados, como apresurandose contra un ladrón. El obispo ya no quiso huir más, afirmando: “Sea hecha la voluntad de Dios”, además de dar la orden que se dispusiera una mesa para que comieran y bebieran sus enemigos. Les pidió una hora para orar, la cual le fue concedida. Oró pues, llorando al mismo tiempo.
Regresaron a la ciudad donde Policarpo fue recibido por el jefe de la policía y el procónsul que le intentaron convencer: “¿Que mal hay en decir César es señor?”. Como no podían persuadirle, hicieron uso de amenazas y fue llevado al estadio, repleto de paganos que gritaban “¡Mueran los ateos!” (es que a los primeros cristianos se les consideraban ateos porque no creían en los dioses romanos). Al entrar en él, una voz del cielo le dijo: “ ¡Mantente firme, Policarpo!. El procónsul le increpó: “Ten respeto a tu edad. Jura por el genio del César (el genio era la diosa que protegía al César). Insulta a Cristo!” Él respondió entonces: “durante 86 años he sido su siervo y no me ha hecho mal alguno, cómo puedo ahora blasfemar de mi rey que me ha salvado?. Si quieres aprender la doctrina del cristianismo, señala un día y escúchame.” Entonces el procónsul afirmó que le iba a echar a las fieras y Policarpo asintió, hasta que decidió quemarle vivo. Era necesario que se cumpliera la visión profética de su martirio. “Tu me amenazas con fuego que arde un rato y después se apaga pero no sabes nada del fuego del juicio futuro y del castigo eterno!”. La multitud empezó a recoger leñas y él mismo se quitó las prendas externas y hasta los zapatos. Encendieron la hoguera y el obispo se puso a orar, mientras se presenció un milagro: el fuego iba formando una burbuja alrededor de su cuerpo, sin tocarle, como un pan en el horno (alusión a la comunión) que desprendía una agradable fragancia. Entonces, el verdugo lo apuñaló con una daga, pero salió una tal cantidad de sangre que apagó el fuego. A continuación, el centurión terminó quemando el cuerpo ya que los judíos buscaban impedir que la comunidad cristiana diera sepultura al cuerpo del mártir, “no sea que esa gente cristiana abandonen a su Crucificado y empiecen a rendir culto a éste” pero los cristianos de Esmirna recogieron los huesos del mártir como reliquias para celebrar su martirio como un natalicio, un nacimiento a la verdadera vida.