La verdadera matrix es aquélla en la que nada existe. Los intereses humanos, lejos de ser caprichosos, responden a necesidades tan absurdas que sólo sirven para atar a los humanos a sus fantasías. Todo es una secuencia de ciclos, aparentemente bien designados, que sirven para hacernos comprensible una realidad que, desde luego, no lo es para nada.
La utilidad de intereses colectivos, personificados en personajes que parecen sacados de una película de terror y que se encargan de llevarlos a cabo, es prácticamente nula. Si tenemos en cuenta que en nada resarcen ni compensan ni del sacrificio ni del sufrimiento que supone vivir en una sociedad, en la que el esfuerzo por un futuro mejor deja a un lado la felicidad, el amor, la generosidad y la empatía, en pro de la urgencia por el miedo al vacío que supone no saber en qué contexto nos encontramos, está claro que las prioridades están completamente invertidas, siendo las urgentes ignoradas y las más estúpidas resueltas, como si en ello nos fuese la vida. Es la estupidez en su máximo grado, estupidez de la que depende la estructura social en la que muchos ciudadanos se mueven y que creen permanente.
El tiempo es algo que todo lo rompe porque acaba con todo. Pretender la eternidad del absurdo es como no entender absolutamente nada. El objetivo de este experimento que es la vida no es llenar nuestras cuentas corrientes, sobrevivir a los desastres, fruto de la incapacidad de los mal llamados gestores que parecen desear nuestra muerte; tampoco es ser recordados como héroes. Cuando es lo que ocurre, no caemos en la cuenta de creer que todo lo que creemos vivir es una simple burbuja, en la que nuestras acciones y pensamientos nos vienen de regreso como un boomerang. La mentira es dolor que se tiene que disfrazar de control, por parte de quienes se creen salvadores de inútiles insufribles, es la excusa para prolongar la farsa y el caos en el que el criminal y el psicópata se regocijan, con el morbo propio de quien tiene a su víctima ante sus pies, robándoles cuánta energía psíquica sea necesaria para sentirse fuerte frente a su inmensa debilidad, al tiempo que su herida se va volviendo cada vez más grande, la llaga con la que ven el mundo. Creer en tesoros que nadie ha visto, pensar que otros lo poseen e incluso lo ocultan y todo ello por el anhelo de la vida eterna (a estos mal llamados poderosos como Sánchez y otros demonios menores así se lo han hecho creer), se convierte en todo un arte necesario donde la gloria se convierte en atributos propios de religiones paganas del viejo imperio de Roma. Es el arte del engaño más detestable. Nadie en vida se lleva nada, salvo su honra, si es que algún día la tuvo.
En una sociedad tan banal como la que tenemos, en la que los verdaderos sentimientos humanos se prohíben, donde se permiten los más escatológicos, interesados, superficiales, frívolos, falsos, hipócritas, donde actuar a favor de alguien es hacerlo para destrozar a otros y no se calculan las consecuencias de los propios actos (diríase que muchos seres humanos son psicópatas), la muerte es el signo de la derrota. Los seres humanos, que se creen divinos, han de estar por encima de las leyes cósmicas y pretender llegar a la inmortalidad, por encima de lo que Dios ha establecido; es el reto que propone Belcebú. Sólo que ello es imposible y el cuerpo regresa a la tierra para que se lo coman los gusanos. Nos debemos a ellos y sólo a ellos…
Cuando llegamos a entender la primera religión nos confundimos por completo. La naturaleza de la realidad no es material ni visible, no se mide, se siente y se esconde en cada encrucijada de la experiencia humana; va más allá de lo que vivimos o creemos experimentar; no se puede identificar con nada que nos parezca comprensible porque no estamos aquí para eso. Eso no es el sentido de la vida y quienes lo traicionen se verán sometidos al peor de los sufrimientos porque la conciencia nunca muere, sino que permanece como un recuerdo de sueños y anhelos que nunca se lograron porque ya se han conseguido. Sólo hace falta tender la mano, ayudar, comprender y dejar nuestro legado al resto de la humanidad para que otros nos enseñen a entender todos los misterios, sin egoísmos y sin diferencias entre las personas.
Acaba un año y empieza otro, muchos han aprendido de sus errores, otros los siguen cometiendo de manera obsesiva, convirtiendo nuestro país en un gran incendio en el que pretender quemar la verdad para calentarse con la mentira más pestilente, el mismo mal olor que nos imponen a los demás. Es el fuego de su infierno en el que se quemaron sus almas y donde quedarán vacíos porque sus vidas yermas caerán en el sufrimiento más atroz. Es el culto a la cultura de la muerte, frente a la cultura de la vida, es la mentira frente a la verdad, es la ignorancia y estupidez absoluta frente a la sabiduría espiritual, es la diferencia entre merecer aprender algo de la experiencia o ser llevados a las hogueras del infierno.
Señores, aquí el que la hace la paga, el que mata es matado, el que salva es salvado, el ama de verdad es amado, el que odia es lanzado a las brasas y siente sus propios hincones como cuchillos. Se creen las élites que por ser élites se salvan, pero, ay de ellos, pues el mundo sigue siendo de los humildes de espíritu que, unidos pueden hundirlos allá abajo con sólo amor y lo auténtico aún no ha sido descubierto, pues no está en este mundo y está a disposición de los humildes.
Feliz 2024.
Tiempo es lo que no tenemos y tiempo es lo que estan ganando para borrarnos la memoria y matarnos poco a poco. Un día dirán el Covid jamás existio fue un sueño pero resulta que si paso y todos nos traicionaron.
Que no existio el engaño ni se declaro una falsa pandemia me refiero diran que no paso.