sábado, julio 27, 2024
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Todos nuestros santos

Hace tiempo que no vengo por estos lares. El trabajo (¡bendito trabajo!) y circunstancias varias han provocado que “abandone” a los lectores de El Diestro. Espero no se me tenga en cuenta y que si el Sr. Director me lo permite, venga más por aquí.

Escribo mis líneas desde el AVE camino a Valencia. No es un día más. La familia ha sido, es y será siempre lo primero. Es la base de todo. Causa y efecto. Y, al menos así lo creo yo, no hay mayor orgullo que honrar a quienes nos precedieron. Por eso, cada 1 de noviembre visito a mis difuntos (sólo fallé el dichoso año pandémico) aunque no hay día en que algún pensamiento se deslice hacia su recuerdo.

Perdí a mi padre hace casi 8 años. Aún hoy se me escapan lágrimas de rabia al pensar lo que se ha perdido desde un desgraciado 29 de enero de 2016. Una temprana demencia provocó que su mente de genio se apagara. Pero, incluso a lo largo de los años en que estuvo enfermo nos enseñó, sin darse cuenta, que se pueden ganar guerras con tirachinas. Seguía enseñándose incluso en pijama. Calificarlo de titán es poco. Lo de mi madre, que a Dios gracias nos sigue sosteniendo hoy, daría para varias series de televisión, películas, novelas y monumentos varios: su forma de honrar el sacramento del matrimonio fue más que un ejemplo. 

Sí, seguramente el lector diga que como los padres de cada uno no hay otros. Y así es, con sus aciertos y fallos, virtudes y defectos, nos moldean y nos convierten en lo que hoy somos. Como decía Joan Manuel Serrat, nosotros somos para ellos “Esos locos bajitos” y ellos para nosotros, los “Heroes” que cantaba David Bowie, por cierto, uno de los favoritos de mi señor padre. Precisamente por eso es por lo que hay honrarles cada día, para que desde el Cielo sigan viendo que están presentes sin estar. Pero, sin duda poco, bien poco cuesta, hacerles una visita al año, superar la pereza y recordar nosotros no nos disfrazamos la noche de antes.

Sin la familia el sentido de la vida se pierde. Nos apoyamos, enfadamos, reímos y lloramos con nuestra familia. Y, por desgracia, es ley de vida que tarde o temprano nos despidamos del alguno de ellos, momento en que se desgarra lo más profundo de nuestro ser. Pero, una vez superamos ese dolor, las lágrimas de dolor se convierten en lágrima de alegría, en risas descontroladas y en que asoma en nuestra cara una sonrisa de oreja a oreja pensando en lo que afortunados que somos con los nosotros.

A mi padre no lo recuerdo. No lo necesito. Sencillamente, nunca lo he olvidado. Es imposible. Pero, en Todos los Santos es obligado ir a visitarle a su eterna morada, donde, seguro, nos recibirá con un cigarrillo encendido, una sonrisa de medio lado y pensando alguna trastada de las suyas. Espero que esté tan orgulloso de nosotros como mi madre y mis hermanos lo estamos de él.

Celebremos hoy pues a todos nuestros santos. Seguro que les alegra ver que les recordamos. 

En un rato nos vemos, Papá.

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