Por Alfonso de la Vega (Ingeniero agrónomo, analista político y escritor)
No me refiero a las derivadas de la derrota del emperador frente a Wellington tras su famosa batalla, sino a las semejantes que se celebran ahora, que imitan las históricas de Bayona entre el mismo Napoleón y la degenerada familia borbónica de Carlos IV, su mujer, María Luisa de Parma, y el no menos siniestro y canalla, Fernando VII, El Deseado e hijo bastardo de la segunda y de padre desconocido, según ciertas fuentes clericales, presuntamente un fraile de El Escorial.
En realidad, si hacemos caso al testimonio de Fray Juan de Almaraz que fuera confesor de la reina María Luisa, con ella se produce la primera ruptura de la continuidad del linaje dinástico de Felipe V, puesto que ninguno de los hijos de esta virtuosa reina ejemplar era de su marido Carlos IV. Ni Fernando VII, ni Carlos María Isidro, por lo que las guerras civiles de la dinastía borbónica lo fueron entre sendos bastardos. Carlistas e isabelinos no eran ya linaje directo del francés Felipe V, el entronizador de la dinastía borbónica tras otra cruenta guerra civil.
Las capitulaciones de Bayona figuran en puesto privilegiado en la historia mundial de la infamia, donde la traición, la felonía, la ineptitud moral, la cobardía, la corrupción o la depravación sin el menor decoro personal, y menos institucional, brillan bajo la Corona en un hito difícilmente superable incluso para los mismos Borbones. Delante mismo del emperador, María Luisa calificaba a su hijo bastardo, el Deseado Fernando, de “infame marrajo” y le instaba a que le ahorcase sin más demoras.
Semanas antes se habían producido sendos golpes y contragolpes de El Escorial y de Aranjuez en los que padre e hijo se quitaban mutuamente el trono y se neutralizaba al valido Godoy.
Las cartas de renuncia de unos y otros forman capítulo aparte en la historia de la hipocresía, vileza y cobardía más absolutas, que muestran la indigencia moral e intelectual de la dinastía.
El 10 de mayo de 1808 era consumada la ignominia de Bayona, por la que España era vendida a cambio de un precio que ella misma había de pagar. Con la cínica hipocresía borbónica, ambos canallas, padre e hijo, explicaban a su manera al incauto pueblo español la infame venta de la patria:
“… Como han adherido por un convenio particular a la cesión de los derechos al trono, absolviendo a los españoles de sus obligaciones con esta parte y exhortándoles como lo hacen a que miren por los intereses comunes de la patria, manteniéndose tranquilos esperando su felicidad de las sabias disposiciones del emperador Napoleón y que pronto a conformarse con ella crean que darán a su príncipe y a ambos infantes el mayor testimonio de lealtad…”.
Ahora, con las capitulaciones del valido real de turno con el prófugo golpista apoyado por los globalistas, se instaría a que se obedeciese dócilmente a la OTAN, o al Foro Económico Mundial, o a la OMS, o al corrupto y usurpador emperador pederasta, o a los Monopantos de la genocida plutocracia internacional…
Con los Borbones, desgraciadamente, España ha ido perdiendo buena parte de sus territorios históricos. Desde el propio Gibraltar hasta los virreinatos de Cuba, Puerto Rico o Filipinas. O el Sahara. Ahora queda culminar tanta gloriosa hazaña con la segregación de Cataluña, las Vascongadas, Navarra o incluso Galicia, sin olvidar Ceuta, Melilla o las Canarias amenazadas por el moro, apoyado por nuestros supuestos aliados de EE.UU. e Israel.
Los Borbones son una dinastía extranjera que consideran a España como un cortijo a explotar, y llevan en su código el gen de la corrupción y la felonía, como han demostrado una y otra vez en cuantas ocasiones históricas han podido. Sin remontarnos al escándalo de las capitulaciones de Bayona con Napoleón, en las que tanto el padre como el hijo competían en demostrar al sorprendido emperador cuál de ambos era más servil, más canalla, más traidor envilecido; o a las felonías y crímenes de el Deseado; o a la corrupción de su mujer la reina María Cristina Borbón Dos Sicilias, o de su hija, la reina Isabel, hoy podemos recordar la más próxima traición del heroico exiliado a su hermano pequeño, a su padre, a su mujer, a su amante Corinna, a su protector y benefactor el general Franco, a Carrero, a Arias, a Torcuato, a Suárez, a Milans del Bosch, a Armada… Pero, pese a sus vicios, con todo, el emérito tenía un cierto carisma, una cierta autorictas además de la potestas, que le permitían ir trampeando en el cargo y bajo cierto control.
Felipe VI muestra carecer de todo ello. Y hasta ahora, está demostrando ser incapaz de defender a España, la Constitución, la vida y hacienda de sus súbditos. Si esto sigue así, el suyo quizá pasará a la Historia como uno de los reinados más breves pero peores y desastrosos de España. Tan desastroso como para que incluso pueda provocar la destrucción de una gran nación centenaria.
Unos dicen que es muy poco inteligente. Otros que no es mal tipo, pero que está chantajeado. Otros que no puede disfrutar de peores asesores. Otros que ignora lo que es la Hispanidad y, en cambio, se ve identificado con sus enemigos históricos, los anglosajones, por los que se deja condecorar; otros que es víctima de un hechizo inhabilitante como Carlos II; otros que mantiene traumas infantiles debidos a su peculiar familia; otros, que no se pueden pedir peras al olmo ni patriotismo a un Borbón…
Sin embargo, pese a todo, muchos de sus humillados súbditos no lo ven así y aún le defienden contra toda evidencia. No se dan cuenta de que nunca defiende la soberanía española y que mantiene un papel mohatrero en el proceso revolucionario en curso, que parece más propio de la carabina de respeto colocada para blanquear la orgía desatada, la celestina, la vieja Trotaconventos, la doña Brígida…
Nos encontramos a la hora de la verdad. En los próximos días, es muy probable que veamos la confirmación de lo anterior con otra prueba más de su nefasto desempeño. Ojalá me equivoque en bien de España. Incluso dando por buenos los resultados de las votaciones –aunque no se ha realizado el escrutinio oficial de acuerdo con la normativa para eliminar toda sospecha de pucherazo—, el rey dispone de un cierto margen de maniobra. De acuerdo con la Constitución, el rey tiene la posibilidad de nombrar, o no, un candidato a la presidencia para presentarse ante el Parlamento. Pero nada le obliga a proponer un candidato que no esconde su felonía, su corrupción moral, su traición a la patria, a la misma constitución, conchabándose con los enemigos declarados de España, golpistas, ladrones, filoterroristas, y hasta con un cínico prófugo de la Justicia española, que se administra en su nombre y a la que dejaría otra vez en el ridículo más espantoso. Bayona en Waterloo. Sí, en Waterloo ahora se negocia para vender la patria otra vez, dando por hecha o supuesta la complicidad de los Borbones.
A juzgar por lo que se puede observar en desfiles y saraos, a Su Majestad le gusta mucho disfrazarse de curtido lobo de mar. Puede que crea que por un extraño caso de magia simpática le baste con embutirse en elegante e impoluto uniforme de marino de guerra con pechera cubierta de medallas y condecoraciones para convertirse en gente tan inteligente, o valiosa, o heroica, o patriota como un Sebastián Elcano, un Juan de Austria, un Jorge Juan, un Blas de Lezo, un Churruca, un Gravina, un Alcalá Galiano, un Villaamil…… que no ineptos o acaso traidores vendepatrias al servicio del enemigo anglosajón como un Montojo o un Cervera, homenajeado en los EE.UU. por su brillante colaboración en el triunfo yanqui en Santiago de Cuba. Porque las traiciones de buena parte de nuestra clase dirigente, no solo política, desgraciadamente, cuentan con larga tradición en nuestra historia.
Sin embargo, el hábito no hace al monje y el valor y el patriotismo verdadero deben demostrarse con hechos. De modo que, con uniforme o sin él, ahora tiene una oportunidad excelente, quizá ya la última, para demostrar que su institución aún es de alguna utilidad para la patria, para asegurarnos que, esta vez, la traición no prevalecerá.
Amén.