viernes, noviembre 22, 2024
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La bota de Bezmenov

Por Ana Tidae

No oí hablar de Yuri Bezmenov hasta el año 2018. Bezmenov fue un supuesto exespía de supuestamente la KGB soviética, nacionalizado estadounidense, que en los años ochenta explicó y describió a grandes rasgos cómo se estaba realizando el proceso de subversión moral en Estados Unidos, y advirtiéndoles de que estaban a una generación del fin si no actuaban de inmediato con sus jóvenes y niños. Cuando vi sus vídeos sentí una combinación de gran alivio personal –la confirmación de que nunca había estado loca ni sido una exagerada que veía fantasmas y predecía desastres y degradaciones por capricho- y de gran preocupación al constatar que efectivamente existían estrategias activas de envenenamiento y confusión para transformar sociedades enteras (a peor), y que el progreso (je) de dichas estrategias culminaba matemáticamente en catástrofe. De la famosa entrevista me llamó la atención especialmente la mención a un fenómeno que por mis propias observaciones había percibido en la anterior década. El de la ceguera e ingenuidad total de la gente sobre lo que se le avecina hasta el preciso instante en el que tenga de facto una bota militar sobre su cabeza. 

En 2018  llevaba dieciocho años activa por las redes, principalmente en foros. Tanto en la vida terrenal como en la digital viví mi propio proceso de comprensión del mundo y de ‘los otros’, como todo hijo de vecino. Por resumir, las fases que atravesé fueron estas: durante la pureza de la primera infancia percibí “todo y todos somos distintos”; durante la infancia avanzada y adolescencia  sentí que todos éramos distintos, opuestos incluso, pero que posiblemente tenían razón  los que insistían inflamadamente en que todos éramos una especie de clon multiplicado que sólo se diferenciaba por las circunstancias. Durante unos meses a los quince años, tal vez coincidiendo con un mal tijeretazo de la poda sináptica, pensé que efectivamente todos éramos idénticos muy en el fondo; al poco concluí que eso no era cierto ni sería cierto por más siglos que pasaran y “progresismo” que interviniera. Esta conclusión no es incompatible con el respeto sagrado e innegociable a la igualdad de derechos y oportunidades.

Con el devenir de los años no he parado ni un día de descubrir la miríada de rasgos y dimensiones que nos diferencian entre unos y otros, de los cuales un gran número resultan innatos como se puede observar en los bebés y niños pequeños y en los animales, y otro gran número obedece a lo circunstancial, como nos demostró la pfizedemia, la que “nos iba a hacer mejores a todos” pero destapó con virulencia súbita infinitas cajas de la ruindad (en unos) y también del altruismo y la abnegación (en otros).

Volviendo a la bota militar de la metáfora (y sin metáfora) de Yuri. Hasta hace cosa de quince años pensaba, cándidamente, que aunque el omnipresente adoctrinamiento ambiental no daba tregua -lo percibía con toda claridad- prácticamente todo el mundo era capaz de entender muchas más cosas si se le explicaban adecuadamente, cada uno hasta nuestro límite natural.  Y sobre todo me tranquilizaba que, aun sin entenderlas, el día que los hechos lógicos se materializasen ante sus ojos lo entenderían de sopetón y “despertarían”, con dolor y espanto, pero despertarían, y se unirían al “bando” de los sensatos realistas.

No había llegado aún el teatro del “procés”, ni mucho menos la pfizedemia del 2020, cuando comprendí y asumí que algo había pasado en las cabezas de una (aparente) mayoría de los occidentales, algo más grave y profundo que el simple adoctrinamiento como manual de consignas y usos, que no les permitía ver lo que se estaba desarrollando ante sus ojos y su previsible evolución ni aunque se lo explicases y describieses con pacientes técnicas de Barrio Sésamo. Y que no habría ningún tipo de reacción importante mientras las monstruosidades que nos devoran seguían desarrollándose sin obstáculo. Insultos, burlas y amenazas en formato falacia era lo único que cosechaba una. Ahí comprendí, con cierto horror, que no se trataba tanto de una cuestión de entender como de ver. O peor, de querer ver. Por eso la escena de Bezmenov sonriendo mientras coloca una imaginaria bota sobre su cara era  la ilustración perfecta del destino de España, Europa y Occidente en general. De sus habitantes, por ser más precisos.

Sentir la bota, determinar la cifra.

Los lectores de este digital se habrán preguntado muchas veces cuántos cantantes desplomados, cuántos deportistas fulminados, cuántos famosos o anónimos enfermando y muriendo muy por debajo de la edad de la esperanza de vida tienen que acumularse para que una mayoría indignada sospeche algo y exija explicaciones. 

Cuántas violaciones, agresiones salvajes y gratuitas, bandas violentas, propiedades okupadas, robos, vandalismo, exigencias opuestas a nuestros principios, y calles y plazas a evitar, perdidas, deben acumularse hasta que un número suficiente de personas clamen que las fronteras eliminadas son un engaño y un peligro vital extremo, muy alejado de la imagen idílica que los medios y los políticos ricachones les han imbuido en su egocéntrica e infantilizada psique.

Cuánto tienen que encarecerse los alimentos, la electricidad, el combustible, los impuestos y los suministros básicos, con la excusa de una guerra lejana y una mala gripe también lejana hasta que la gente del pueblo estalle.

Cuántas aspas y rejillas en el cielo, cuántas hectáreas de naturaleza abrasadas.

Cuántas amenazas del FEM, sus “jóvenes líderes” y sus medios de manipulación sobre cambios drásticos, dolorosos, humillantes y nauseabundos en nuestras vidas por una sucesión de enemigos imaginarios.

Cuántos casos y cifras millonarios de saqueo y desfalco tienen que descubrirse para que el pueblo imponga la demolición de un régimen criminal, mafioso y estafador.

Etcétera.

¿Cuál es la cifra crítica? ¿Dónde está el punto de fractura? ¿Dónde se halla con exactitud la ficticia  línea roja, que dicen los cursis?

Algunos de los que se han hecho esas preguntas también habrán encontrado la espeluznante respuesta: no existen. Y menos que pueden existir mientras la maquinaria de subversión mental sigue activa 24/7 y también apoderándose de Internet y de las leyes escritas.

Esta ceguera inducida e incurable de los eloi desnaturalizados que nos rodean es un hecho de importancia crítica que debe ser asumido y entendido.

Entrevista a Bezmenov: https://youtu.be/OmsDN0i4tm8?si=-3GEfpIWitPzf3qi

Charla de Bezmenov: https://youtu.be/pCqKIrliv0I?si=vLINArzVXblIgvHK

EsDiestro
Es Diestro. Opinión en Libertad
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2 COMENTARIOS

  1. Mi humilde opinión es que el que a estas alturas no se de cuenta que nos gobierna una mafia criminal, jamás se va a dar de cuenta, yo creo que la inyección les afectó al cerebro, siguen viendo la televisión y creyendo todo lo que dicen los medios de comunicación terroristas de BlackRock, decía un compañero mío de trabajo que el que no tiene cabeza no necesita sombrero y la mayoría de la gente no tiene cabeza, no piensa no razona, yo también fui unos de los engañados pero pronto me di de cuenta de que todo era una farsa porque las cosas no me cuadraban y vi un vídeo en YouTube que hablaba que la inyección que nos querían poner modificaba el ADN, por ende pasé de ponerla y e sobrevivido a ese vicho invisible tan asesino que nos iba a matar a todos si no obedecíamos los mandatos de exa mafia criminal que son la AONU y la OMS, es muy triste pero el rebaño nos está llevando al precipicio.

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