sábado, noviembre 23, 2024

El antídoto

Es una ilusión creer que el Estado nos cuida. Siendo comprensible entre las personas que han sido desestabilizadas en sus estilos de vidas y formas de satisfacer sus necesidades básicas, siguiendo el modelo teórico de Kurt Lewis (primer teórico de la psicología social) en las diversas formas de manipulación sin líder, el hecho sigue siendo coherente: cuando ni el mismo sujeto sabe cuidar de sí mismo, cuando todas las referencias de solución de sus problemas básicos han sido descartadas ante un orden jurídico no sólo cambiante, sino caprichoso y fustigante, el gobierno y sus órdenes, fruto del derecho positivo, se convierten en el único marco posible o de seguridad.

La gran pregunta es por qué el derecho positivo no nos sirve. Desde que el emperador Constantino I celebró y presidió el Concilio de Nicea en el año 325 creó, por un lado, los partidos políticos en el senado de Roma y, por otro, gracias a la religión católica, un régimen jurídico en el que se fortaleció la idea del esclavismo, que antes sólo afectaba a los que lo eran, para ampliarse a todos los ciudadanos, sometidos a las normas de los gobernantes. El papa Bonficacio VIII, en su bula Unam Sanctam del año 1308 dijo que él era el auténtico gobernante sobre los reyes (los cuales podía destituir a su antojo), el gran salvador de la humanidad, del mismo modo que Noe liberó a los supervivientes del castigo divino por el diluvio, siendo el resto, los pecadores, condenados a morir en las aguas. Es por lo tanto voluntad papal que salvemos nuestras almas pues él es el representante de Cristo en la Tierra. Esto tiene muchas implicaciones pues, en primer lugar, significa que cada uno de nosotros somos personas muertas y sin derechos si así se decide, y, por otro, extiende el manto de la esclavitud a todos los hombres de la tierra, siendo obligatorio el orden jurídico que establece el marco del derecho positivo. Estos hechos relacionan las normas con el derecho del almirantazgo o derecho marítimo.

Consciente de la extrañeza que puede provocar esta brevísima introducción, que debería ocupar muchísimo más, toda gira en torno al derecho natural, inalienable por el mero hecho de ser seres vivos, algo que el Estado no reconoce en la práctica, obligándonos a doblegarnos a su voluntad. La convivencia en el marco de la tolerancia, del no hacer daño a los demás, de reconocer cuál es el limite entre yo y el otro, del modo en el que se posibilita el intercambio de conocimientos entre las personas, la colaboración y ayuda, la suma de la inteligencia individual, desarrollada en base a procesos de autoaprendizaje en el contexto de la libertad del individuo y sin imposiciones de dogmas, salvo los relativos al respeto y la convivencia pacífica y provechosa entre las personas, bajo el concepto del ser humano como ser ligado a una dimensión espiritual, forma parte de lo que es el derecho natural, innegable y por encima en justificación y lógica al positivo o, mejor dicho, derecho impositivo.

Por lo tanto, en el marco de esa libertad inherente del individuo por serlo en sí mismo como miembro de la especie humana, la esclavitud no cabe: no es posible entonces que te impongan un nombre, que te registren como un cadáver desde que naces, que jueguen con el valor de tu peso al venir en este mundo en la bolsa de Nueva York, que el Estado te imponga obligaciones como pagar impuestos abusivos, obedecer la estupidez en su grado más denigrante, sostener una jerarquía de cargos públicos para los que la res pública no es sólo insignificante, sino que ni tan siquiera es una prioridad en sí misma. Todos los lazos y contratos que los sistemas político, el económico, el jurídico o el religioso nos van creando son nulos desde el punto de vista del derecho natural pues en ningún momento nosotros les hemos dado ni el consentimiento ni la autorización para que manejen nuestras vidas como les venga en gana (las inyecciones mortales covid 19 son un buen ejemplo).

En la antigua Roma a los esclavos se les nombraba con el nombre y el apellido, con la primera letra de cada uno de ellos en mayúscula y el resto en minúscula. ¿Quiere esto decir que el Estado y las organizaciones supranacionales como la ONU, la UE, la OMS y otras nos consideran en un nivel inferior al de los siervos que ejecutan los verdaderos planes que no nos cuentan? Han pasado 1700 desde la instauración del catolicismo romano y aún seguimos bajo el mismo régimen y buena prueba de ello es que el papa Francisco I defiende punto por punto la agenda 2030: las vacunas, el cambio climático, el LGTBIQ+, la instauración de una dictadura por el bien común (que pasaría a estar por encima del cada uno de nosotros, es decir, del derecho natural); no olvidemos que el Vaticano ya ha sido infectado por el sionismo y que su banca pertenece a los Rothschild desde el año 1821.

Sin embargo, ejercer este derecho natural exige un alto nivel de responsabilidad, asumiendo cada uno de nosotros las consecuencias de nuestros propios actos (seria como si Pedro Sánchez aceptara los miles de muertos por las falsas inoculaciones o el alarmante grado de tortura psicológica que podría ser perfectamente un ejemplo válido del articulo 7 del Tratado de Roma, es decir, un delito de lesa humanidad y un larguísimo etcétera…). No se trata, por lo tanto, de expresar derechos porque sí, sino de hacerlo con un elevadísimo nivel de conciencia que nos lleva a conclusiones muy extremas y contundentes: primera que el sistema social que actualmente tenemos no sólo no nos representa, sino que es inútil y está completamente podrido; segunda que la sociedad en su conjunto ha de reorganizarse desde la raíz, desde el cambio evolutivo de cada persona de dentro hacia fuera, haciendo que nuestra base emotiva deje de ser el miedo para ser el amor, por el mero hecho de compartir experiencias en la dimensión 3D en la que nos encontramos con un propósito espiritual por descubrir; tercera, que es urgente la toma de conciencia de cada uno de nosotros de lo que es aceptable y deja de serlo desde el momento en el que se convierte en nulo de pleno derecho natural porque contradice nuestra naturaleza sagrada y multidimensional; y cuarta, estos principios son insoslayables porque cuando se vive en la verdad, la mentira ya no tiene cabida alguna, ni en nuestras creencias, ni en las relaciones con los demás y muchísimo menos en la perspectiva que tenemos de la sociedad en la que vivimos.

Un pensamiento positivo es 100 más fuerte que un pensamiento negativo, basado en el miedo y la rabia. Un acto de amor encierra más verdad que toda la traición e hipocresía con la que los hombres defiende su moral insustancial, repleta de ideología satánica, sin que ni tan siquiera se den cuenta de sus fallos y absurdos lógicos. Los seres humanos podemos elegir entre descubrir la realidad, tal cómo es, o creernos cuentos que otros se inventan para esclavizarnos como animales.

Es responsabilidad de cada uno de nosotros, romper esquemas inservibles, desaprender hábitos  mentales y de relación entre nosotros que no sólo son dañinos para los demás, sino para nosotros mismos y sustituir la palabra obediencia ciega por conocimiento, exploración, duda, respeto, amor y ayuda mutua. 

La especie humana está conectada en una sola partícula, en una sola mota de polvo cósmico y cada uno de nosotros es parte de ella. El mal del otro es nuestro mal, el bien del otro es nuestro bien y si no desarrollamos esa conciencia universal, el homo sapiens está destinado a su autoextinción. 

¿Estamos aún a tiempo de salvarnos? Lo que está claro es que el Estado nunca lo va a hacer.

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