A pesar de tener uno de los gobiernos más incapaces y criminales de nuestra historia, la pasividad de la sociedad española sigue sorprendiendo e indignando a partes iguales. Ni en la peor de nuestras pesadillas hubiéramos podido llegar a imaginar estar rodeados de tanto rebaño lanar, cobarde y completamente complaciente con su verdugo. Y lo peor es que no se atisba por ningún sitio que la cosa vaya a mejorar en mucho tiempo.
Un nuevo ejemplo son esas mascarillas que vuelven a aparecer por las calles, con las que queda demostrado que ni siquiera se toman la más mínima molestia por informarse fuera de las televisiones. Es más cómodo encender el aparato infernal y abrir la boca para tragarse todo lo que quieran soltarles para mantenerles aterrados y completamente inmóviles. De hecho, siguen pensando que existe un bicho y que el bozal les va a proteger. Lamentable.
Y como no podía ser de otra forma, esa pasividad afecta a esta sociedad a todos los niveles y en todas las profesiones, a pesar de estar sufriendo un maltrato evidente para todos. Un ejemplo, los agricultores. Después de llevar meses pagan el gasoil agrícola a «millón», de sufrir competencia desleal con productos de fuera provocada por el propio gobierno, de tener todo tipo de dificultades para trabajar y vender su producto, los tipos siguen instalados en esa vagancia crónica a la que les ha llevado su cobardía.
Mientras tanto, en otros países como Holanda, Francia o Alemania, sus colegas, infinitamente más valientes que ellos, siguen protestando para proteger sus derechos y consiguiendo beneficios por ello.
Pero oigan, aquí nada de nada. Debe ser que es mucho más fácil vivir en el sometimiento, aunque el futuro que les espere sea más que negro. Ya lo lamentarán. Y encima nos pedirán que les apoyemos. Que esperen sentados…