sábado, noviembre 23, 2024
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Cosas de sentido común

No hace falta ser unas lumbreras para llegar a unas cuantas conclusiones lógicas. No es necesario haber pasado por la universidad, ni haber sacado una maestría ni un doctorado, ni tan siquiera honoris causa, ni tampoco haber sido un trepa que ha alcanzado un cargo público, por enchufe y no precisamente por inteligencia. De ser incapaz de entender ciertas cuestiones, el hecho es que parece que el coeficiente intelectual ha bajado más de la cuenta, fruto de la ingeniera mental a la que nos tienen acostumbrados los poderes mediáticos, que se dedican a lavarnos el cerebro mañana, día, noche y madrugada. Se trata, señores, de una cuestión de sentido común, el cual no es patrimonio de quienes empiezan a presentar problemas serios de salud mental.

Cuando un país está gobernado por dementes retorcidos y malvados psicópatas-sinvergüenzas, es porque la población lo ha consentido en su escaso esfuerzo por no pensar ni en lo más mínimo; recordemos que el cerebro es como un músculo, si se acciona funciona, si se debilita no.

Es lo que ha ocurrido con las normas, no ya desde que a Perro Sánchez se le ocurrió la amnistía que tanto revuelo está formando, sino desde 2020. La diferencia es que tal la caradura de los miembros de este peligroso espécimen que nos han tomado por subnormales y retrasados mentales. Una norma sirve para facilitar la convivencia, la comunicación y el respeto entre las personas y, de paso, se crea un bien común respetuoso en el que todos tenemos cabida; una norma no puede ser caprichosa y tampoco beneficiar a los delincuentes, mafiosos, criminales, pederastas, violadores, ladrones y personas carentes de escrúpulos, porque ello supondría crear el orden del satanismo en su estado puro. Una norma tiene claro qué es el bien y qué es el mal, dónde está la diferencia que nos hace crueles con nuestros congéneres y cómo podemos vivir todos en armonía sin matarnos y respetando nuestros derechos; por el contrario, no impone dogmas absurdos, no crea reglas para una mayoría, cuando la minoría que las crea se las pasa por el forro de sus partes nobles, que aquí no voy a nombrar.

Esto delimita el concepto que creíamos de obediencia hacia el Estado. Del mismo modo que decir “sí mi amo” a un delincuente es absurdo porque él no cumple ninguna ley, salvo la que le conviene en cada momento, mientras usted y yo tenemos que seguir todas las normas que se les ocurra después de sus inspiradores sueños nocturnos, es de justicia divina dejar las cosas claras. Y, sobre todo, menos caso hay que hacer caso a aquéllas que atentan nuestros derechos más básicos, como el derecho a la vida (ya abolido por las mal llamadas vacunas asesinas covidianas) y en otros aspectos. Llevan los españoles aceptando semejante dislate durante tres años y estos malnacidos creían que el pueblo iba a seguir tragando el desecho que sale por sus nauseabundas y asquerosas bocazas.

Encierros en casa, ruina, miedo, vacunas experimentales, crisis económica, impuestos asfixiantes, nazismo LGTBI, cambio climático provocado, incendios, sequías, pocas cosechas y más vacunas para que nos maten más rápido. Todo ello ha aguantado el pueblo español, siempre él tan educado y respetuoso, pensando que habrá tiempos mejores, pero no hay nada eterno en este mundo, afortunadamente y va llegando la hora en el que los españoles empiecen a desobedecer al gobierno traidor que se ha buscado por su desidia. La gran pregunta es si explotará la caja de Pandora y a qué precio. No hay peor resultado que una olla a presión que revienta y no estalla, sobre todo para quienes la han cerrado a cal y canto, porque les puede destrozar las propias narices.

Llevamos varios días en los que la población protesta en la calle Ferraz a las siete de la noche sin pedir permiso a la Delegación del Gobierno, como ordena la ley, la misma que les autorizaría a pagar 15.000 millones de euros a los catalanes para resolver sus deudas con el Estado español o a declarar una amnistía para borrar los delitos de unos violentos, al socaire del sueño idílico catalán. Si ellos se saltan la constitución y hacen lo inhumano por cometer un delito de prevaricación en cualquier país que se digne en ser democrático, los ciudadanos de a pie podemos hacer lo mismo, pues la ley ya no existe en España y, lejos de ser un instrumento de convivencia, ha pasado a ser una trampa para quienes son tan imbéciles que aún siguen obedeciendo a unos gobernantes que merecen juicio y cárcel por genocidas y terroristas de Estado. Aquél que desee seguirles el juego será víctima de un fraude de ley. Hace ya mucho tiempo que el Estado ni nos representa ni nos defiende y han de ser los propios ciudadanos los que se protejan unos a otros de sujetos no ya putrefactos y corruptos, sino en estado de demencia absoluta, capaces de decidir cualquier medida, excepto que sea en nuestro beneficio.

Luego, si con nuestros impuestos los mantenemos, si con nuestros votos les damos fuerza para que sigan turnándose en la falsedad de una falsacracia, sostenida y dirigida por la ONU y la criminal agenda 2030, cometido de nuestros sucios gobernantes, si con nuestro miedo a sus castigos permitimos que se expanda y fortalezca la injusticia, si con sus decisiones nos dejamos dividir y nos enfrentamos entre hermanos de una nación y si con nuestra pereza y apatía nos convertimos en cómplices de su diabólico plan, tendremos que empezar a decirles no, a manifestarnos dónde nos venga en gana, saltándonos sus leyes a la torera, a no pagarles impuestos para que nos roben y den de comer a los delincuentes, a no votarles para que se caiga su régimen político de chupasangres, a temerles y mirarles a la cara para decirles lo que son, del mismo modo que nos censuran, silencian y amenazan cuando tienen terror del pueblo, a unirnos y amarnos más que nunca, a ser cómplices entre nosotros y jurarnos fidelidad pues tenemos un proyecto común, que se llama España, imponiéndoles el sentido común y encerrándolos en manicomios, si alguno lo mereciera.

Ha llegado la hora de la verdad, la hora en la que dignidad de la verdad se defiende en las calles, en las plazas, en los hogares, en las redes sociales y entre nosotros. Es el momento de abrir los ojos y despertarnos de este falso sueño llamado democracia, edulcorado de mentiras, que nunca lo ha sido; es necesario que los españoles recuperen su dignidad y que luchen por sus hijos, así como que defiendan su tierra y su país. ¡Viva España y abajo los indignos!

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