En el artículo anterior hacía una radiografía de Pedro Sánchez, nuestro amado presi, el cual es un auténtico caso clínico y me parece extraño que los psicólogos no hayan hecho un diagnóstico en profundidad de tal personaje, haciendo caso omiso a las evidencias y actuando de manera servil hacia ideologías políticas que no pueden ser ni más hipócritas, ni falsas ni superficiales.
Sin embargo, esto se extiende como una pandemia en todo el gabinete y diversos miembros del mismo reúnen características mentales y emocionales si cabe tan preocupantes o más que las de su jefazo. Es como si para ser ministro hubiese que tener una disfunción cognitiva cercana al cuestionamiento de la salud mental, en cuyo caso nos encontramos con el peligro de que, aplicadas sus líneas políticas, conduzca a normalizar la locura y estigmatizar el sentido común como propio de disidentes peligrosos que han de ser callados. Tenemos muchos ejemplos de ello, especialmente la censura de ciertos temas y la prohibición de que sus desvaríos no sean vox pópuli, sino asuntos que hay que penalizar. El peligro que encierran estas actitudes se forja cuando la sociedad se vuelve completamente distópica y cae en la autocensura para evitarse problemas ante una clase política con fundamentos sin base y, sobre todo, con auténtico terror a lo que piensan de ella.
Irene Montero, nuestra queridísima ministra de igualdad, esa que cuida de que todos seamos iguales a la fuerza porque considera que la diferencia es un insulto, ingresó el en partido comunista, en cuyas juventudes a los 15 años aprendió las ideas de que la justicia social ha de pasar por poner una tabula rasa, de modo que nadie saque los pies del plato y todos, absolutamente todos, tengamos los mismos derechos, reclamando los que aquéllos que sean de las minorías. Nos encontramos con el curioso caso de quien ha sido secuestrada en conceptos erróneos que, a ciertas edades, sobre todo si se es muy joven, calan muy hondo. Tal vez el origen etario de dichas creencias responda a esas actitudes adolescentes que muestra Irene Montero, o quizás no.
Siguiendo el modelo del pensamiento adolescente nos encontramos con que la ministra presenta un egocentrismo de tipo infatiloide al creer que sus ideas son las mejores (una especie de genialidad). Sin embargo, éstas no son sólidas porque requieren que sean interiorizadas una y otra vez a la fuerza a través de historias inventadas, en la mayoría de los casos ilusorias; el problema de creerse tan única que lo que surja de su mente es lo mejor, conduce a una introspección en el que se cae en la trampa de creerse invencible, que nadie puede atacar sus ideologías y mucho menos cuestionarlas. Es por ello que intenta evitar el ridículo y simule una seguridad en sí misma que es completamente falsa e ilusa, para cuyo fin necesita crearse un personaje que podría ser perfectamente el de ministra de igualdad, una forma de ser respetada por todos, temida y obedecida. Cuando ve que no lo consigue su recurso es hacerse la víctima, llora, pone gestos de niña herida o reacciona con rebeldía y agresividad, perdiendo el control emocional del personaje de ficción que nos quiere hacer creer que es en realidad, cuando no es así.
¿Dónde está el problema? Reside en el hecho de que ciertos patrones de inmadurez son normales a ciertas edades (todos hemos pasado por esas etapas), pero han de ser superados para desarrollar una madurez emocional, una inteligencia en este sentido, la aceptación del daño ajeno que se realiza cuando actuamos de manera especialmente terca y testaruda y nos disponemos a aprender. Se puede decir que Irene Montero se ha quedado en esa edad y que, además, no sólo ha conservado dichos rasgos cognitivos, sino que los ha intensificado hasta hacerlos crónicos, desarrollando ciertos trastornos, incluso de personalidad.
Sin caer en cuadros de esquizofrenia, si puede presentar algunos síntomas de la llamada hipomanía, una especie de cuadro bipolar suavizado, difícilmente detectable que hace que las relaciones con estos sujetos sean especialmente complicadas.
En primer lugar, la percepción de su autoestima es excesiva al creer que sus decisiones son buenas para todos los españoles, considerándose la gran salvadora de las minorías y de quienes han de ver limitados sus derechos porque son mayorías abusivas. Esa visión de la pena hacia los que sufren, sea quien sea, dentro de ciertos contextos ideológicos derivados del comunismo, le hace creer que sus soluciones son perfectas para poner orden en la sociedad española, es decir, su sentido del orden, valga la redundancia. Es por ello que se siente esa petulancia de soberbia y de superioridad moral con respecto a quienes la escuchan.
La expresión de sus ideas no tiene ni relajación ni calma, lo dice todo de manera impulsiva o muy premeditada para convencernos de que es una mujer muy inteligente y que si está allí en el ministerio es por algo. Se disfraza, de este modo, con una ritualidad política aprendida que hace que se repita una y otra vez en los mismos argumentos, sin profundizar en ellos y sin percatarse de los enormes sesgos cognitivos que encierra cada uno de ellos.
Las ideas se expresan de manera desordenada, sin dilación alguna y todas las secuencias tienen como fin afirmar con vehemencia lo que cree. Es lo que sucedió cuando dijo aquello de “las niñas, los niños y les niñes tienen derecho, tienen derecho a tener sexo con quienes quieran, siempre que den su consentimiento”. Si analizamos la emocionalidad y el tono de aquel día, la fuga de ideas es evidente ya que se dejó de llevar por la impronta del momento y quiso lucirse ante los parlamentarios que estaban allí para escuchar semejante y delirante opinión, propia de una pedófila; es decir, no pensaba qué significaba lo que estaba diciendo.
Su atención es tan distraída que se fija en cualquier estímulo sin importancia para sacar a la luz su personaje de ficción. Lo hizo con el beso de Rubiales, siendo una de las primeras autoridades que habló de una falsa agresión sexual, o cuando liberó de la cárcel a María Sevilla, acusando a su pareja de maltratador sin prueba alguna. No le importaba el daño que causaba (signo de cierta psicopatía añadida) y se lanzó a las redes sociales como una descosida. Fruto de ello fue la denuncia interpuesta contra ella ante el Tribunal Supremo por parte de su calumniado ex esposo. Siente que no se la tiene en cuenta de manera suficiente y aprovecha para criticarlo todo, incluso a la infanta Leonor el día que juró la constitución en el Congreso de Diputados. No conoce límite alguno, uno de los rasgos más llamativos de las personas hipomaníacas, que se desgastan hasta el infinito y sin control, yendo incluso más allá de lo que se considera lógico y respetuoso con los demás.
Cuando ello ocurre, se centra en un solo objetivo de manera totalmente obsesiva y no acaba hasta que logra su objetivo, destacar y ser reconocida como la heroína de la igualdad de España.
Como tal, no soporta que le den la contra, no soporta que la cuestionen, no se aguanta cuando todos la contradicen o lo hacen en público (como cuando este año decidieron cambiar la desastrosa Ley de sí es sí, adoptando una posición de víctima en la que poco faltó para que se pusiera a llorar ante toda la cámara baja).
Finalmente, necesita mostrarse como una persona herida y vulnerable, es por ello que proyecta dicha necesidad en las mujeres, los gays, las lesbianas, los trans, los animales, haciendo hincapié en la urgencia de que están en serio peligro, tanto que quien la escuche y no la cuestione llega a sentir alguna pena depresiva y rabia por una injusticia inventada, en no pocos casos, o exagerada en los otros.
Pero, sobre todo, se muestra encantadora, educada y muy respetuosa. Su fin es dar una buena imagen y tenerla de sí misma, aunque sea completamente falsa. Es éste uno de los signos de los que se cuidan muchos los psicólogos en la consulta para detectar este cuadro bipolar I o de hipomanía, porque el sujeto pierde completamente su naturalidad y necesita dar esa imagen para ser estimada, en este caso, llegando a la hipocresía si hace falta.
Resumiendo, carece de autoestima como tal y trata de llenarla haciendo de nuestra ministra de igualdad, el disfraz perfecto para ocultar sus terribles inseguridades, incongruencias y puntos débiles.
Hasta el punto podríamos describir el cuadro psicológico de una mujer cualquiera, pero lo peligroso es el modo en el que dicha patología se focaliza en el poder mediante decisiones erróneas, dañinas, peligrosas y sin vuelta atrás, dado que este tipo de personas no reconocen tener ningún problema psicológico; de hecho, son egosintónicas, es decir, es el único caso en el que no hay conciencia de la enfermedad y el paciente se siente bien con dichos síntomas. El hecho de controlar gracias a un cargo público supone una estrategia perfecta para compensar patrones de baja autoestima, sensación de falta de reconocimiento, creencias de ausencia de valía personal y de que no se la estima ni se la respeta, todas creencias disfuncionales y falsas, al ser parte de la matrix en la que vive. Es así como se alimenta la disfuncionalidad cognitiva dentro de los miembros del poder ejecutivo. Cada síntoma se va fortaleciendo gradualmente conforme el personaje va usurpando su personalidad, como le ocurre al protagonista de la película “La máscara”.
Sobra decir que este tipo de personas es perfecto para desarrollar la agenda 2030, en el marco de lo incorregible, autoritario y despótico, al margen de las leyes que apruebe Irene en el futuro o saque a la luz en un futuro. Sus contenidos pueden llegar a ser delirantes, llegándose al extremo de que se niegan que hay más de 1250 violadores con penas reducidas desde que se aprobó la famosa ley, orgullo de su ministerio feminista de igualdad.
Tener ministros así podría ser como volver al pasado, si es que esto no se enmienda, cuando en la antigua Roma había césares que eran esquizofrénicos como Nerón, Calígula o Nerva, crueles sin solución y que fueron asesinados ante el sufrimiento del pueblo de Roma y el odio de sus guardias pretorianas.
¿Está el gobierno lleno de enfermos mentales? ¿Hasta qué punto tales trastornos, que pueden ser delirios que forman parte del inconsciente colectivo, no son contagiosos y atractivos para quienes no desean ni alienarse ni separarse del grupo que dice ser mayoritario? ¿Y de ser así, podrían estas ideologías dementes conducir a la sociedad española al caos y a su propia destrucción? Dejo estas preguntas a mis colegas los psicólogos oficialistas y quienes se dignen en leer este artículo, que les puede resultar largo, pero muy, pero que muy preocupante…
«¿Está el gobierno lleno de enfermos mentales? ¿Hasta qué punto tales trastornos, que pueden ser delirios que forman parte del inconsciente colectivo, no son contagiosos y atractivos para quienes no desean ni alienarse ni separarse del grupo que dice ser mayoritario? ¿Y de ser así, podrían estas ideologías dementes conducir a la sociedad española al caos y a su propia destrucción? »
Respuestas, desde la no profesionalidad:
– Sí. De enfermos mentales, de drogadictos que acuden a su «trabajo» bajo los efectos del consumo reciente de sustancias (se agradecería un artículo sobre el funcionamiento de esas esponjas mezquinas que tienen por cerebro bajo los efectos de las drogas), de psicópatas natos y de peones MK-Ultra (si se anotan y observan las coincidencias de los lemas de Montero y se comparan con textos del WEF, de la apestosa ONU y de sus figuras homólogas en distintos países -inflamadas pijillas feministoides histéricas y corruptoras de la infancia- se puede encontrar el factor «consigna implantada». Si se observa su reacción típica (y ÚNICA) de «ultraderecha, fascistas» con esa ira reprimida que le pone los ojos vidriosos como única salida que encuentra cuando se la enfrenta a una de sus contradicciones y destrozos también se intuye el lavado de cerebro como fuente de sus «ideas»).
– Sí, son contagiosos. Aconsejo leer las teorías de Łobaczewski sobre ponerología y patocracia, que son fenómenos no teóricos, sino que todos podemos percibir en cualquier grupo humano desde que nos meten al cole de pequeñitos o jugamos en la calle, y deducir (y observar, y hoy más que nunca) que es extrapolable a cualquier dimensión de grupo.
– Sí. No es que podrían, es que está sucediendo, y es un proceso que no se autolimita ni se deja limitar por las buenas.
Brillante Oca… y mi respuesta también es sí, respuesta que podemos y debemos extrapolar al Mundo entero… esta Especie está al límite de su Salud Mental.
Vaya cara de Hdgp tiene la rodilleras!!!…