En un alarde de arrogancia típica de la élite bruseleña desconectada de la realidad, Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, ha decidido celebrar con un tuit lo que ella califica como el «amanecer de una nueva era» para Europa. «It’s decided. Europe is closing the tap on Russian fossil fuels once and for all. Energy independence starts now» (Está decidido. Europa está cerrando el grifo de los combustibles fósiles rusos de una vez por todas. La independencia energética empieza ahora), escribió el 3 de diciembre de 2025, acompañando su proclama con un enlace a un broadcast que, presumiblemente, busca vender humo a los contribuyentes europeos. ¿Independencia energética? Por favor. Este no es más que un ejercicio de postureo geopolítico que ignora la cruda verdad: Europa no tiene, ni tendrá en el corto plazo, ninguna soberanía energética. Al contrario, Von der Leyen y su pandilla de burócratas no electos están condenando a los ciudadanos a una dependencia aún más costosa y vulnerable, todo en nombre de una guerra proxy que beneficia a unos pocos y empobrece a muchos.
It’s decided.
Europe is closing the tap on Russian fossil fuels once and for all.
Energy independence starts now ↓ https://t.co/GZGLIKWeXk
— Ursula von der Leyen (@vonderleyen) December 3, 2025
Von der Leyen, esa figura impuesta por los pasillos oscuros de la UE sin pasar por el filtro de una urna real, presume de un acuerdo alcanzado entre el Consejo y el Parlamento Europeo para fasear la prohibición de importaciones de gas ruso. Según el pacto, las compras spot de gas se vetan de inmediato, los contratos a corto plazo concluidos antes del 17 de junio de 2025 se eliminarán para abril de 2026 en el caso del GNL ruso, y todo contrato a largo plazo desaparecerá para el otoño de 2027. Suena bien en papel, ¿verdad? Un corte definitivo con Moscú, el villano de turno en la narrativa oficial. Pero rasquemos la superficie y encontremos la farsa: este «cierre de grifo» no es más que un cambio de proveedor, no de dependencia. Europa sigue atada de pies y manos a importaciones externas que representan el 58% de su energía primaria, una vulnerabilidad que no ha disminuido un ápice desde la invasión rusa de Ucrania en 2022.
Empecemos por la hipocresía flagrante. Mientras Von der Leyen agita su bandera de «independencia», la UE sigue consumiendo combustibles fósiles rusos de forma indirecta, a precios inflados que recaen directamente en las facturas de luz y gas de los hogares europeos. Un informe de un think tank europeo revela que, entre enero y septiembre de 2025, India importó 5,4 millones de toneladas de petróleo ruso valoradas en 2.100 millones de euros a bordo de 30 buques con banderas falsas, evadiendo sanciones occidentales. ¿Y adónde va ese crudo refinado? A Europa, por supuesto, que lo recompra a través de intermediarios como India, pagando primas exorbitantes que pueden llegar a duplicar o triplicar el costo original. Rusia vende barato a Nueva Delhi gracias a descuentos de hasta 10 dólares por barril por debajo del Brent, pero la UE termina pagando el sobreprecio por el rodeo logístico y las refinaciones. Es un esquema piramidal donde Moscú sigue ganando, India se beneficia de la reventa y los europeos pagan la factura.
Pero vayamos al meollo: la supuesta «diversificación» que Von der Leyen vende como panacea. En la primera mitad de 2025, las importaciones de gas de la UE por gasoducto y GNL se distribuyeron así: 29% de Noruega (un aliado, sí, pero con capacidad limitada y precios volátiles), 27% de Estados Unidos (el sheriff transatlántico que dicta términos a golpe de GNL caro y contratos leoninos), 13% aún de Rusia (sí, pese a todo) y 12% de Argelia. Qatar, ese oasis de gas en una región de fuegos eternos, cubre otro buen pedazo del pastel, con suministros que han crecido un 19% desde 2021. ¿Resultado? Europa ha reemplazado el gas barato por tubería rusa con GNL estadounidense, que cuesta un 50-70% más caro debido a la licuefacción, el transporte marítimo y la regasificación. En 2025, las importaciones de GNL de EE.UU. alcanzaron el 48% del total europeo, un pico que Von der Leyen celebra como «pragmatismo», pero que en realidad ata a la UE a la agenda de Washington: más dependencia geopolítica, menos autonomía. Si Trump o cualquier halcón republicano decide apretar el grifo americano por capricho comercial, Europa tiembla. Y ni hablemos de Qatar: ¿confiamos en un régimen que financia extremismos mientras nos vende gas?
Esta «independencia» es un chiste cruel para los 450 millones de europeos que sufren sus consecuencias. Desde 2022, las políticas de Von der Leyen han disparado los precios energéticos: el gas en la UE es un 40% más caro que en EE.UU., y la industria alemana, motor económico del continente, ha perdido 200.000 empleos por deslocalizaciones a países con energía barata como China o India. Mientras tanto, la inflación galopante erosiona el poder adquisitivo de las clases medias y bajas, forzando a millones a elegir entre calefacción y comida. ¿Y quién sale ganando? Las multinacionales energéticas como Exxon o Shell, que facturan récords gracias a la «diversificación», y los lobbies de la transición verde que embolsan subsidios millonarios para renovables que aún no cubren ni el 25% de la demanda. Von der Leyen, con su tuit autoritario («It’s decided», como si fuera una reina absoluta), ignora las voces de los ciudadanos: en las respuestas a su post, miles la tildan de «burócrata corrupta», «traidora» o «payasa», recordándole que su aprobación ronda el 10% en encuestas independientes.
En resumen, este tuit no es solo ridículo; es un insulto a la inteligencia colectiva de Europa. Von der Leyen no está cerrando taps: está abriendo las puertas a una dependencia renovada, más cara y más precaria, todo para alinearse con la OTAN y el establishment globalista. La verdadera independencia energética vendría de invertir en nucleares modulares, hidrógeno autóctono y eficiencia real, no de sanciones simbólicas que enriquecen a intermediarios. Es hora de que los europeos exijan rendición de cuentas a esta élite desconectada. Si Von der Leyen quiere «decidir» algo, que decida dimitir y deje que los pueblos recuperen el control de su futuro. Porque esta farsa de independencia no empieza ahora: termina en quiebra colectiva.

