domingo, noviembre 16, 2025

50 millones

Por Alfonso de la Vega

En Hijos de la Ira explicaba apesadumbrado el poeta y académico don Dámaso Alonso que “Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas)”. Me atrevo a poner un ejemplo de poesía desarraigada porque lo que está pasando me temo que encajaría dentro del problema del arraigo y del desarraigo que padecemos. En palabras del autor: “Yo escribí Hijos de la ira lleno de asco ante la estéril injusticia del mundo y la total desilusión de ser hombre».

Pues bien ahora, según las estadísticas del más prosaico INE, España habría alcanzado su máximo histórico de población, muy cerca ya de los 50 millones de habitantes. Un fenómeno que tiene que ver con el desarraigo inducido y se debe a la inmigración masiva y descontrolada sin apenas fronteras y que lleva consigo un proceso de sustitución de la población autóctona por otra de fuera, alógena, en gran parte con religiones, mentalidades, costumbres y conductas distintas e incluso incompatibles. Una parte de esa inmigración puede resultar conveniente e incluso necesaria si se produce de modo controlado y ordenado para atender las necesidades y legítimos intereses de la sociedad acogedora, pero es evidencia que otra parte trastorna gravemente la convivencia y es claramente perjudicial para la sociedad existente.

Los fenómenos de invasiones que se están produciendo tienen causas diferentes en las que resulta imposible descartar que algunas o muchas se deban a malvados intereses aparte de la trata de personas. Así los de la progresiva sustitución de la raza blanca y sus conquistas como el cristianismo, actuando tanto dentro del sistema receptor cuanto en el exterior desestabilizado. Los hechos son coherentes con tal hipótesis. Incluso para las más audaces el sionismo estaría usando el Islam como fuerza de choque para favorecer el fututo dominio total sobre su odiada raza blanca y cristiana.

No deja de ser paradójico que no hayamos sacado conclusiones de nuestra agitada historia. La invasión musulmana propiciada por judíos y un obispo traidor que aniquilaría la antigua monarquía visigoda, con importantes hitos como Covadonga, la batalla de las Navas de Tolosa en 1212 o la toma de Granada en 1492, a nuestros antepasados les h costado mucha sangre, calamidades y esfuerzo durante ocho siglos de Reconquista expulsar al Islam y su sharia. Todo para que la inacción cuando no traición de nuestras autoridades ahora fomente otra vez una invasión que pueda terminar por dar al traste con la civilización cristiana y occidental. Si esto sigue así sería solo cuestión de tiempo. Y acaso de no mucho tiempo. El vientre del Islam, sin feminismo ni perspectivas de género, LGTBI y demás obstáculos woke a la familia es muy fecundo. 

No obstante, todo pueblo que mejora su calidad de vida reduce su natalidad. Según expone el doctor Josué de Castro en su obra Geopolítica del hambre por causas naturales además de las culturales. El bienestar globalizado implica la reducción de la natalidad en lo que parecería un insólito camino hacia la progresiva extinción de la raza blanca autóctona en Occidente. Está por ver qué pasará con las tasas de natalidad de los inmigrantes, sobre todo musulmanes al cabo de varias generaciones en países teóricamente ricos. Dependiendo de la fuerza remanente de su religión los recién llegados, una vez que se van instalando en el bienestar es posible que tiendan a reproducir la misma curva descendente. En un par o tres de generaciones probablemente su natalidad pudiera converger con la del país receptor antes de su llegada.

Algunos gobiernos temen tal caída de la natalidad y pretenden corregirla al menos parcialmente con subsidios, diferentes campañas. El problema no se resuelve, aunque ayude, con dinero sino que se corresponde con el propio sentido de la vida y del arraigo. Hubo una época anterior a la socialdemocracia en que tener hijos era una necesidad de supervivencia. Hoy la decisión de tener hijos nace de una convicción íntima sobre la continuidad y la trascendencia. Con el actual vacío espiritual y moral mucha gente prefiere tener mascotas a niños. Es frecuente ver a jóvenes con carritos que llevan perros o gatos en vez de bebés. Tenga o no razón el doctor de Castro donde hay bienestar la natalidad disminuye. El progreso reduce la necesidad de descendencia. Algunos autores resumen la cuestión con una fase esquemática bastante ilustrativa “las sociedades agrícolas necesitaban hijos; las industriales los toleraban; las posindustriales los evitan”.

Desde la época del siniestro pastor anglicano Malthus y la Sociedad Fabiana en el mundo anglosajón se extendió el miedo a la superpoblación global  por falta de recursos suficientes para mantener ese aumento. Curiosamente el Catolicismo era más optimista y constituía una barrera a los abusos imperiales hasta que Bergoglio empezó a adorar a la Pachamama y el culto al clima climático climatizable del planeta. Con sus sermones para favorecer y legitimar las invasiones, sobre todo islámicas. Desconozco si existe algún país islámico con libertades y democracia, pero observamos que donde hay minorías musulmanas significativas en Occidente se producen problemas.

Pero la mayor parte de la inmigración no tiende a resolver los problemas sino a aumentarlos. Bajada de salarios, desestabilización social, aumento desorbitado de la delincuencia, agravios comparativos, bajada de salarios, acaparamiento de subsidios, presión por la vivienda, multiculturalismo. En cambio, hoy vemos el fenómeno de la España vaciada y el sabotaje oficial al sector primario. Se pueden atravesar grandes extensiones de nuestros campos apenas sin ver a nadie trabajando, con el abandono de los cultivos el paisaje pierde su diversidad entregado a la entropía del matorral. También la cabaña ganadera se ve afectada en un fenómeno que, de no corregirse, perjudica la soberanía alimentaria camino de posibles hambrunas futuras. Esa inmigración no contribuye a dotar la sociedad rural de mayor estabilidad sino que se amontona en las grandes ciudades, aumentando los efectos más indeseables de las aglomeraciones urbanas. El actual proceso de descomposición de Madrid o Barcelona, por no hablar de Bruselas, Londres o Paris, es un ejemplo. En cualquier caso todo sistema necesita una frontera, membrana o límite para distinguirse del exterior y crear su propio orden o metabolismo intramuros. Lo contrario lleva fatalmente a su desaparición como entidad.

Y continuaba don Dámaso: “A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este nicho en el que hace 45 años que me pudro, y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros, o fluir blandamente la luz de la luna. Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como un perro enfurecido, fluyendo como la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla. Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma, por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta ciudad de Madrid, por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo. Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre? ¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día, las tristes azucenas letales de tus noches?”

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