Como sabrán, ayer, 7 de octubre, Madrid se vio sacudida por una tragedia que deja al descubierto las heridas profundas de un sector olvidado: la construcción. Un edificio en plena renovación en el centro de la capital se derrumbó, cobrando la vida de cuatro trabajadores y dejando un rastro de indignación y dolor. Los bomberos y servicios de emergencia siguen trabajando en la zona, pero la pregunta que emerge entre los escombros es inescapable: ¿hasta cuándo el gobierno español permitirá que las vidas de los trabajadores sean un precio aceptable por la negligencia y las condiciones precarias
Por desgracia este no es un accidente puntual, sino el reflejo de un sistema podrido que prioriza plazos y beneficios sobre la seguridad humana. Las autoridades, encabezadas por un gobierno que se jacta de ratificar convenios internacionales como el de Seguridad y Salud en la Construcción (No. 167) de la OIT, han demostrado una vez más su hipocresía. Mientras la ministro de Trabajo, Yolanda Díaz, posaba con orgullo en 2024 al depositar los instrumentos de ratificación, los trabajadores de la construcción seguían enfrentándose a sueldos de miseria, baños insalubres y una seguridad prácticamente inexistente. ¿Dónde está el compromiso con la salud y la vida de quienes levantan este país?
El hilo de Twitter de Alonso (@vlxn10), un empleado del sector con una década de experiencia, desnuda la cruda realidad que el gobierno se niega a enfrentar. A continuación, transcribimos literalmente su testimonio, un grito de impotencia que debería avergonzar a los responsables:
«Voy a decir algo tras lo ocurrido en Madrid. Trabajo en el sector de la construcción y lo que se vive en España es una auténtica vergüenza. Abro hilo:
Las condiciones laborales son tercermundistas:
•Sueldos de miseria para un trabajo durísimo.
•Seguridad casi inexistente.
•Higiene en baños y comedores que da pena.
Cada día ves a gente jugándose el cuello, trabajando unos encima de otros, sin medios, sin respeto y sin control. Y lo peor: nadie hace nada.
Llevo 10 años en este sector. ¿Y sabéis qué? Cada año va a peor. Más precariedad, menos derechos y cero conciencia de clase.
Ojalá esto sirviera para algo. Ojalá los trabajadores de la construcción saliéramos a la calle a protestar. Pero el sistema ya sabe cómo callarnos.
Han llenado el sector de inmigrantes —en su mayoría subsaharianos— que no quieren problemas. Y precisamente por eso los traen: porque no van a levantar la voz.
Mientras tanto, los que llevamos años partiéndonos la espalda seguimos tragando con sueldos de miseria y condiciones del tercer mundo.
He trabajado con constructoras extranjeras, y la diferencia da miedo. Organización, seguridad, respeto. Aquí, en cambio, todo vale mientras se cumpla el plazo.
Mucha impotencia, de verdad. Y lo peor es que ya ni sorprende. Poco pasa en este país.
Y me gustaría hacer una mención especial a esos sindicatos vendeobreros del gobierno, que hace años olvidaron lo que es mancharse las manos. Mientras tanto, los que levantamos el país seguimos solos. @CCOO @UGT_Comunica»
Las palabras de Alonso son un puñetazo en la mesa que el gobierno no puede ignorar. La mención directa a los sindicatos CCOO y UGT, a los que acusa de haber abandonado a los trabajadores, pone el dedo en la llaga de una representación obrera cooptada por intereses políticos. Pero lo más escandaloso es el mutismo cómplice de estos sindicatos, convertidos en lacayos del gobierno sanchista, que prefieren mirar hacia otro lado mientras los trabajadores mueren bajo escombros. ¿Para qué sirven estos sindicatos subvencionados con dinero público? ¿Acaso su única función es organizar manifestaciones pro-palestina o sumarse a agendas políticas alejadas de las verdaderas necesidades de la clase trabajadora? Su silencio tras el derrumbe de Madrid es una traición imperdonable a quienes deberían defender.
El derrumbe del edificio de Madrid no es solo un accidente; es el resultado de décadas de desinversión en seguridad, de precariedad y de una cultura político-empresarial que ve a los trabajadores como piezas intercambiables. La llegada masiva de inmigrantes al sector, como señala Alonso, no es un acto de solidaridad, sino una estrategia cínica para abaratar costos y silenciar las protestas. Mientras tanto, las constructoras extranjeras demuestran que otra forma de trabajar es posible, con organización y respeto, dejando en evidencia la ineptitud y la falta de voluntad política en España.
La sangre derramada en Madrid clama justicia, y el silencio de las instituciones y sus sindicatos subordinados es su cómplice.