lunes, julio 28, 2025
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Incoherencia, confusión, ¿o traición?

Por Alfonso de la Vega

En fecha reciente trataba de explicar con las limitaciones propias de un breve artículo algunos de los aspectos simbólicos e históricos del mito de Santiago. En particular incidía en el concepto de Santiago Matamoros en lucha contra el Islam invasor en la famosa batalla de Clavijo y mostraba la incoherencia de carácter fatal con las actuales políticas de favorecimiento de las invasiones africanas.

Como estaba previsto el arzobispo de Santiago de Compostela, Francisco José Prieto Fernández, presidió la misa solemne en la Catedral por la festividad del Apóstol. Una vez bien dispuestos los pliegues del ropón alargaba los rincones de la boca y con devota cadencia bien ensayada acomodada a la naturaleza oficilalista del auditorio disertó al principio en español para pasar enseguida a hacer sus florituras en lengua local. Con poco o  nulo análisis, fiándolo todo más a la protección del apóstol que a correr, desgranó todo un repertorio de buenismo e incoherencias, como ya lo es, “el medio es el mensaje”, el propio acto.

Después de un buen rato largo enumerando las muchas autoridades presentes eclesiásticas, civiles, militares y demás, el arzobispo pasó a desgranar su homilía de inspiración bergogliana. Apuntaba aspectos más o menos tópicos: No dejarse llevar por el desánimo, la centralidad del hombre, la unidad en las diferencias, aunque no uniformidad. El mirar el sufrimiento, la multiculturalidad con raíz cristiana, la esperanza basada en la promesa del Salvador, el tratar de cambiar nuestro entorno. O lo del tópico de la Iglesia como hogar para todos, incluso los descartados que no pregunta por su status legal.

En fin, toda una retahíla de tópicos de moda con poco análisis ni espíritu crítico necesarios para abordar los problemas con alguna posibilidad de éxito. Asunto especialmente grave que no debiera ser tratado de modo frívolo e irresponsable cuando es la propia Cristiandad que la Iglesia tendría la obligación de proteger, la que está siendo traicioneramente saboteada por las autoridades de la UE, incluido el reino de España. Mueve a perplejidad que una institución con siglos de experiencia no sea capaz de ver el peligro.

Sin embargo, lo más mollar de su sermón lo desarrolló en la lengua local, dando por buena la actual bajada de categoría de la festividad, de nacional a regional. Y ahí se puso las botas demagógicas en un totum revolutum. Que si los «migrantes» deben ser acogidos; que si condenar la violencia racista y la criminalización colectiva; que si la Iglesia es hogar para todos y los descartados que no pregunta por su status legal, ¿Cuántos palacios arzobispales o casas rectorales están llenos de inmigrantes ocupas para dar ejemplo a los renuentes fieles? ¿Por qué no ofrece el patrimonio inmobiliario eclesiástico para apoyar los disparates del flamante RD 658 del 22 de julio sobre contingencia extraordinaria para protección y colocación de MENAS, firmado con filantrópico entusiasmo por Su Majestad que tampoco ubica ninguno en Palacio?

O que si las guerras sin sentido ¿Todas? ¿También la decisiva intervención militar de Santiago Matamoros en la batalla de Clavijo carecía de sentido? ¿Se debió dejar que los moros invadiesen España y acaso la Reconquista estuvo mal? ¿Se puede ser más traidor o más absurdo?

Según el resumen oficial el arzobispo resaltó la figura de Santiago como ejemplo de fe y compromiso, llamando a la renovación de la fe y a la acción social, en el contexto de la celebración de la festividad del Apóstol. Para rematar la faena encomendó a Santiago la protección del Rey Felipe VI y de toda la Familia Real. Toda una familia de conducta católica ejemplar como es público y notorio.

Pero por mucho que se esfuerce el arzobispo en agradar a las autoridades borbónicas, por mucho que se intente arrimar a las últimas intrigas o conjuras palaciegas, la nueva Alianza ya no es aquí la tradicional histórica entre el Trono y el Altar sino de los Borbones con los socialistas. Triste final tras haber ninguneado la belleza de la misa tradicional de la que eran legítimos protagonistas oficiantes a haber sido rebajados al papel de monaguillos turiferarios del NOM y la agenda 2030.

Por su parte el delegado regio, esta vez el agraciado con la embajada fue el Presidente de la Junta de Galicia, ante la estatua impasible del Apóstol que acaso sólo entiende el arameo colocó un discurso más propio del parlamento o de un mitin que de un templo. Corrupción política, abuso de las instituciones, crisis inmigratoria, turismofobia, fueron algunas de las cuestiones tratadas. El ritual no da más de sí.

Siempre hay algún pretexto para saquear al pobre vasallo. Ahora el ayuntamiento compostelano pretende renovar la antigua tradición del Voto de Santiago. Tras la batalla de Clavijo en la que Santiago y San Millán derrotaron a las huestes de la morisma cuyo cuidado paradójicamente reclama hoy el arzobispo se introdujo el llamado Voto de Santiago, una renta cobrada por la Iglesia compostelana que sería la base económica de su enorme riqueza y poderío. Allá por el año 834 Ramiro I concedió un privilegio de acción de gracias por la decisiva intervención del apóstol en la legendaria batalla. El famoso Voto de Santiago tenía cierto disfraz eucarístico pues consistía en el pago anual de una medida de pan y otra de vino por parte de los campesinos para el sostenimiento del culto de Santiago y del oneroso clero de la catedral. Tal privilegio fue abolido por las Cortes de Cádiz, restaurado por el rey felón por antonomasia y definitivamente anulado en 1834. Hoy en estos tiempos posmodernos el Voto de Santiago se ha reconvertido como muestra de la turismofobia compostelana contra el peregrino que osa perturbar la virginidad nacionalista gallega. A final de mes el gobierno local espera aprobar la ordenanza del impuesto sobre estancias turísticas. La conocida como tasa turística.

“Cuando se vacía el corazón permanecen los ritos”. Y por desgracia, también los políticos y los impuestos.

 

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