lunes, mayo 19, 2025
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¿Reducir los niveles de colesterol? ¿No estaremos pagando las consecuencias de los muchos que se lo están creyendo?

El cerebro humano contiene aproximadamente el 25% del colesterol total presente en el cuerpo, siendo la mayor parte de este colesterol localizado en la mielina, una sustancia que recubre los axones de las neuronas y que es crucial para la transmisión eficiente de los impulsos nerviosos. Este colesterol cerebral tiene una vida media extremadamente larga, estimada en al menos 5 años en el adulto humano, lo que refleja la baja tasa de renovación de este compuesto en el cerebro comparada con otros tejidos. Sin embargo, las grandes farmacéuticas y los gobiernos han promovido campañas masivas para reducir los niveles de colesterol, argumentando que esto previene enfermedades cardiovasculares. Pero, ¿qué hay detrás de esta obsesión por reducir el colesterol, y cómo afecta esto al funcionamiento del cerebro?

El colesterol es esencial para la salud cerebral. La mielina, rica en colesterol, actúa como un aislante que permite la rápida transmisión de señales eléctricas a lo largo de los axones, facilitando procesos como el pensamiento, el movimiento y la sensación. Además, el colesterol es vital para la formación y mantenimiento de las membranas celulares neuronales, y desempeña un papel clave en la sinaptogénesis, el proceso mediante el cual se forman nuevas conexiones entre neuronas, esencial para el aprendizaje y la memoria.

Dado que el colesterol no cruza la barrera hematoencefálica, el cerebro produce su propio colesterol a través de un proceso autónomo. Esto significa que cualquier reducción significativa de los niveles de colesterol en el cerebro podría tener consecuencias directas en su funcionamiento. Estudios han mostrado que una deficiencia de colesterol cerebral puede estar asociada con trastornos neurológicos, como la enfermedad de Alzheimer, donde se ha observado una correlación entre niveles bajos de colesterol y un mayor riesgo de deterioro cognitivo.

Las grandes farmacéuticas han invertido billones de dólares en el desarrollo y promoción de estatinas, un tipo de medicamento diseñado para reducir los niveles de colesterol en la sangre. Estas drogas han generado ingresos masivos, con un mercado global valorado en decenas de miles de millones de dólares anualmente. Sin embargo, las estatinas no solo reducen el colesterol en la sangre, sino que algunas de ellas pueden atravesar la barrera hematoencefálica, afectando directamente los niveles de colesterol en el cerebro. Esto ha llevado a preocupaciones sobre su impacto en la salud cerebral, especialmente en poblaciones vulnerables como los ancianos.

Por otro lado, los gobiernos han adoptado políticas que promueven la reducción del colesterol como una medida de salud pública, a menudo basándose en evidencia científica sesgada o incompleta. Por ejemplo, las guías clínicas sobre colesterol, como las de 2013 en Estados Unidos, han sido criticadas por su estrecha base de evidencia, que a menudo no incluye estudios no publicados y está influenciada por intereses farmacéuticos. Estas guías han expandido los límites de lo que se considera «alto colesterol», aumentando el número de personas que requieren tratamiento con estatinas, lo que beneficia directamente a las farmacéuticas.

La pregunta inevitable es: ¿por qué las grandes farmacéuticas y los gobiernos estarían interesados en reducir el colesterol, sabiendo que esto podría afectar negativamente al funcionamiento cerebral? Una posible explicación radica en los intereses económicos y políticos. Un cerebro que funcione peor es un cerebro más susceptible a enfermedades como el Alzheimer, que requieren tratamientos costosos y prolongados, generando más ingresos para la industria farmacéutica. Además, una población con capacidades cognitivas reducidas es menos propensa a cuestionar las políticas gubernamentales o a demandar responsabilidades, lo que podría ser conveniente para mantener el status quo.

Además, la medicalización excesiva de la salud, a menudo impulsada por la farmacia, ha llevado a un enfoque en el tratamiento farmacológico en lugar de en la prevención a través de estilos de vida saludables. Esto no solo beneficia a las farmacéuticas, sino que también alivia a los gobiernos de la responsabilidad de abordar factores sociales y ambientales que contribuyen a las enfermedades crónicas.

El colesterol es un componente esencial para el funcionamiento óptimo del cerebro, y su reducción indiscriminada podría tener consecuencias negativas para la salud cognitiva. Sin embargo, las grandes farmacéuticas y los gobiernos han promovido agresivamente la reducción del colesterol, a menudo ignorando los riesgos para el cerebro.

Esta campaña no parece estar motivada únicamente por preocupaciones de salud pública, sino por intereses económicos y políticos. Un cerebro que funcione peor no solo genera más ingresos para la industria farmacéutica a través de tratamientos para enfermedades neurológicas, sino que también puede ser más fácil de controlar desde un punto de vista político. Por lo tanto, es crucial cuestionar estas políticas y demandar una aproximación más holística a la salud que priorice el bienestar cerebral por encima de los beneficios.

 

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