Por Alfonso de la Vega
El pasado año, meses antes de la muerte de Bergoglio, se estrenaba Cónclave, una película en cierto modo profética pero de final morboso al gusto decadente woke que los poderes nos tratan de impone haciéndolo pasar por bueno. La película es excelente desde el punto de vista artístico y didáctico hasta que lamentablemente la estropean al final con una cabriola increíble al gusto desquiciado y estragado imperante. ¿O no?
Probablemente porque el inesperado final sea una forma de escaparse por los cerros de Úbeda para no elegir de modo claro argumental entre las dos grandes opciones históricas que dramáticamente se le plantean hoy a la Iglesia: proseguir con las aventuras woke hasta su disolución en otra cosa distinta o intentar poner freno a la hemorragia y recuperar la tradición. La película se inclina por lo woke pero de modo imprevisto.
Pero la “solución” de la película no parece que sea compatible con la Biblia. En efecto, Yavé desde luego no es políticamente correcto pero si hacemos caso a la Biblia podemos encontrar sus mandatos en de modo claro en el Pentateuco. Así en el Levítico da instrucciones sobre cómo deben los sacerdotes mostrando los impedimentos para serlo: ningún hombre con defectos, ni puede estar al servicio del altar, mutilados, deformes, eunucos u hombres no enteros. Quizás tal sea el origen remoto de la legendaria ceremonia de inspección anatómica de los papas. Claro que Yavé no estaba para bromas con ciertas cuestiones que ahora el clero woke trata de normalizar. Levítico 20 b 13: “si un hombre se acuesta con otro hombre, como se hace con una mujer, ambos cometen una abominación y serán castigados con la muerte; caiga su sangre sobre ellos.”
Sin embargo, no sería la primera vez en la historia del Papado que el trono de San Pedro no recayese en un hombre propiamente dicho. Me refiero a la famosa leyenda de la Papisa Juana. Cuenta la historia de una mujer que habría ejercido de Papa ocultando su verdadero sexo femenino. El breve pontificado de la Papisa se suele situar a mediados o en la segunda mitad del siglo IX. Probablemente sea solo una leyenda.
Juana habría nacido cerca de Maguncia y era hija de un monje. Aficionada las letras como su tocaya mejicana, sor Juana Inés de la Cruz, con el apoyo de su madre y medio a escondidas de su padre, habría tenido la oportunidad de poder estudiar, lo cual estaba vedado a las mujeres de la época. La carrera eclesiástica permitía continuar sus estudios y Juana entró en la religión como falso monje copista de manuscritos, bajo el nombre masculino de Johannes Anglicus. Tras varias vicisitudes viajeras que adornan su pintoresco currículo, Juana se fue a Roma y allí obtuvo un puesto docente. Fue bien recibida en la Curia. A causa de su reputación de gran erudita, fue presentada al papa León IV y se convirtió en su secretaria y tras su muerte Juana consiguió ser elegida como su sucesora con el nombre de Juan VIII o de Benedicto III. Pero aunque los woke pretendan lo contrario no se puede ir contra la biología. Dos años después, la Papisa, que disimulaba un embarazo fruto de su amancebamiento, comenzó a sufrir las contracciones del parto en medio de una procesión y dio a luz en público con el escándalo consiguiente.
De acuerdo con el relato, la suplantación varonil de Juana habría obligado a la Iglesia a proceder a una verificación ritual de la virilidad de los papas electos y asegurar así las condiciones del Levítico. Un eclesiástico se encargaría de examinar manualmente los atributos sexuales del nuevo pontífice a través de una silla perforada. Acabada la inspección, si era correcto, debía exclamar: “tiene dos y cuelgan bien”.
Volviendo a nuestro Cónclave, y gracias a lo de «el medio es el mensaje» que diría McLuhan, entiendo que la película trata de manipular nuestros sentimientos para colocar mercancía político intelectual averiada, ya que el medio no sólo transmite información, sino que también influye en cómo la recibimos, interpretamos y en nuestra forma de pensar. De modo que la renuncia la Tradición nos abocaría al principio del fin.
Hay otra confusión importante, la que se refiere al Entendimiento y a la Voluntad. Al saber y al querer. “Pedro tu eres piedra sobre la que edificaré mi Iglesia”. La estabilidad de la roca como cimientos no las arenas movedizas de la mente o las modas. La duda es propia de la Razón pero no debiera caber en el mundo espiritual, en la voluntad de Ser. La duda de la Razón en busca de la Verdad lleva al cardenal protagonista a indagar incluso vulnerando ciertas normas o protocolos qué hay de cierto entre el piélago de intrigas, estratagemas y asechanzas de las capillitas de cardenales para cohechar la elección a su favor o impedir la de los rivales. Sin embargo, a veces la verdad encontrada no es grata y la voluntad desfallece a la hora de sacar las oportunas consecuencias. Una alegoría del estado actual de la propia Iglesia y de la civilización occidental cuya presente pusilanimidad le impide actuar de acuerdo a sus principios.
En efecto, atendiendo al debate final de la película, cabe reflexionar cual de los dos cardenales papables tenía más razón. Si el denostado como peligroso cardenal ultra sosteniendo que estamos en guerra espiritual y por tanto es preciso defenderse tanto a título particular de los fieles o en el de la Institución. Es decir que se opone a la propia destrucción. O el del luego elegido cardenal “intersexual”, partidario de la tolerancia. En mi opinión una tolerancia mal entendida y confundida con algo opuesto como es el consentir. La debilidad para enfrentarse a lo malo que se disfraza con bonitas pero engañosas palabras propias de la neolingua. En varias partes del mundo y ante la aparente indiferencia de quienes debieran protegerlos miles de católicos son asesinados todos los años por miembros de otras confesiones monoteístas. No se puede ser tolerante con esto. La tolerancia debe ser recíproca o de lo contrario como decía el jesuita Gracián: Contra malicia, milicia. La Reconquista nos costó ocho siglos. Hernán Cortés y sus tropas no se resignaron a dejarse vencer y devorar por los aztecas ¿Acaso debían de ser unos intolerantes?
Cónclave es una gran película con un final paradójico que parece producto de la moda. Pero como pretendía el teatro del absurdo debe hacernos reflexionar en profundidad sobre el sentido de lo que está pasando y el futuro que nos espera.