Francisco fue compinche de todo esto y más. ¿Está decidido quién será el próximo papa y el cónclave es solo una farsa más, una interpretación de la tradición? Todo nos lleva a desconfiar. La verdad parece estar cerrada bajo siete llaves, y a ella solo tienen acceso los encubridores de irregularidades. La maquinaria es tan potente que puede con todo.
“Casi nada es lo que parece” es mi consigna de siempre; y últimamente suelo decir a menudo que “casi todo lo que nos han contado es falso o está tergiversado”. En todos los ámbitos, materias y formas. Es fácil hacer esta deducción cuando abandonamos las cadenas del sistema y en un estado de libertad empezamos a descorrer el velo. Entonces nos damos cuenta de que las figuras de la pared de la caverna eran solo sombras proyectadas por el maquinista. Pues bien, el gran manipulador del proyector continúa en el puesto de mando, en sesión continua y con más actividad que nunca, y los espectadores no apartan los ojos de la falsa realidad mostrada en el muro. Y ni por asomo se acercan a la salida, no vayan a ser cegados por la luz brillante del sol. A este engaño está sujeta nuestra existencia, como una suerte de castigo o maldición.
La gran mentira en la que vivimos también afecta a la Iglesia como institución, léase Roma, el Vaticano, la curia, la jerarquía y, como consecuencia, los fieles, más desconcertados y desganados que nunca. Esto ya venía de atrás, pero el papa Francisco, disfrazado de Asís, ha pisado el acelerador como un irresponsable camicace y nos ha estrellado. ¡La Iglesia está en la uci! Eso ha conseguido el pontífice que acaba de dejarnos y que tanto panegírico está cosechando de los ateos, de quienes jamás pisan un templo, de quienes derriban cruces e iglesias para construir mezquitas, en fin, de todos los enemigos del catolicismo, incluidos los periodistas y faranduleros pagados que estos días elogian al papa difunto. Incluso los sacerdotes críticos por el daño moral causado durante su pontificado son ahora más benévolos y optan por pasar página. ¡Pero el mal sigue aquí, enquistado! ¿No se dan cuenta de que el espíritu de Francisco sigue vivo, y que bendecir lo que durante su pontificado se maldijo no contribuye a nada bueno? La iglesia militante está siendo abandonada, a merced de la desinformación de los colaboracionistas ateos. Los 110 cardenales nombrados por Francisco forman mayoría para elegir un pontífice progresista para continuar con el desmantelamiento de la Iglesia. La llamada mafia de San Galo por el cardenal Danneels, uno de sus miembros, ya no es necesaria. El espíritu progresista azufroso perfuma la curia. Parece que están ansiosos por hacer cumplir las profecías, y que este sea, de verdad, el último papa antes de la destrucción de la cúpula del Vaticano, la llegada del anticristo y el resto de pronósticos que leemos en el Apocalipsis, en san Malaquías y en Garabandal. Y no le echen la culpa de la elección errada al pobre Espíritu Santo. El “a Dios rogando y con el mazo dando”, debe regir también para los eclesiásticos.
Del caos del mundo sabemos a dónde dirigir el dedo acusador. ¿Pero a quién acusamos de la corrupción de la Iglesia? Para nuestra desgracia, la Iglesia que en el pasado intercambiaba intereses con reyes y emperadores, en este presente convulso funciona en connivencia o dominada por las mismas élites que dirigen el mundo; es decir, por la misma ideología que profesan los adoradores del lado oscuro, de donde parte ese “humo de Satanás que entró por la ranura” y que dejó tan triste y preocupado a Pablo VI, allá por el año1974.
Estas palabras no las dijo como simple metáfora, sino tras haber constatado en los papeles el resultado de una investigación realizada por los cardenales de su confianza, Silvio Oddi y Dino Staffa. El estudio sacaba a la luz una verdad desoladora: dos prelados de alto nivel eran masones. Se trataba del cardenal Sebastiano Baggio, nada menos que Prefecto de la Sagrada Congregación para los obispos, es decir, el encargado de elegirlos. El otro masón descubierto era el arzobispo Annibale Bugnini, secretario del Consilium, la comisión que trabajó en la reforma de la liturgia católica después del Concilio Vaticano II. Según refiere el padre Charles Murr en su libro Asesinato en el grado 33, además de otros escritos, Bugnini lo confundió y enredó todo y el resultado no se parece en nada a lo acordado en el concilio. Bugnini organizó la comisión con diez teólogos, seis de los cuales eran protestantes, quienes se encargaron de imprimir a la liturgia católica un aire protestante y relativista, diluyendo el sacrificio de la misa, la administración de los sacramentos y otras cuestiones que se había consensuado no cambiar.
El padre Murr, con conexiones importantes en el Vaticano, refiere que en el concilio se acordó no tocar el Canon romano; no cambiar ni una sola palabra, ni permitir que se tradujera; debería seguir en latín. Annibale Bugnini no lo tocó, pero redactó tres cánones, a mayores. Lo que se utiliza hoy en todas las parroquias del mundo católico es el segundo canon, llamado “Plegaria eucarística”, redactado por uno de los teólogos luteranos del grupo, además de manera bastante irrespetuosa. Como tenía que entregar el texto antes de las diez del día siguiente, lo escribió en servilletas de una pizzería del Trastevere. Esto es de no creerse, pero las cloacas de la Iglesia apestan y el surrealismo abunda, como todo lo humano cuando rompe su conexión con lo divino.
La situación era tan grave, que Pablo VI encargó otra investigación al obispo Edouard Gagnon. Al cardenal Baggio le rebajó el cargo y lo envió a una diócesis de Roma, y al arzobispo Bugnini a Irán, de nuncio apostólico, donde hay pocos católicos y, según se dijo entonces, poco que destruir.
Nada de esto se hizo público, pero el Santo Padre encargó otra investigación al cardenal Edouard Gagnon sobre la infiltración masónica en la curia. Las pesquisas, en las que intervino incluso la Interpol, terminaron cuatro años después. Los resultados confirmaron lo anterior, pero a mucha mayor escala. sobre todo, en lo concerniente al sexto y al séptimo mandamiento (sic), es decir, al tema de los abusos sexuales, del lobby gay de la curia y las irregularidades de la banca vaticana. Cuando le fue entregado el dosier a Pablo VI, este no lo recibió. Dijo que no podía encargarse de llevar a cabo los cambios y que tendría que hacerlo su sucesor. Era el mes de mayo de 1978. En agosto, Pablo VI fallecía.
Al próximo papa le esperaban los comprometidos papeles sobre la podredumbre de la curia vaticana. ¿Y quién era uno de los papables, con muchas posibilidades de ser elegido? Pues nada menos que el incombustible cardenal Sebastiano Baggio. Habría sido el primer papa masón.
A Juan Pablo I le esperaban estos papeles. Su pontificado de treintaitrés días está rodeado de misterio. El día de su muerte recibió al arzobispo ortodoxo Nikodim, de Leningrado, que había solicitado verlo con urgencia. Mientras hablaban, el patriarca se desvaneció y falleció al instante en los brazos de Juan Pablo I, tras haber tomado un café. Se sospecha que la bebida iba destinada al Pontífice. La muerte se achacó a un infarto. Hacia las ocho de la tarde, entró en el despacho el cardenal Baggio, a quien el papa había destinado a la diócesis de Venecia que él había dejado vacante, y a quien había llamado en tres ocasiones, se supone que para hablarle del expediente sobre él. Se escuchó una fuerte discusión y la voz fuerte del cardenal. Un poco antes de las nueve de la noche, Baggio abandonó el despacho. A la mañana siguiente el papa fue encontrado muerto, a causa de un infarto de miocardio (!). ¿Cui prodest? ¿Falleció porque su corazón estaba débil, y la discusión le afectó? ¿Lo asesinó el cardenal masón, Baggio? ¿Tenía algún motivo? De los papeles nunca más se supo. Desaparecieron como por arte de magia.
La Iglesia ha pasado por etapas sombrías: con papas asesinados, obispos y cardenales corruptos, practicantes de la simonía y el estupro, y desmedida ambición y gusto por el dinero los descendientes de aquel que no tenía dónde reclinar su cabeza.
Faltan dos días para que se inicie el cónclave que elegirá al sucesor de Pedro. Como era de esperar, la lucha encarnizada entre conservadores y progresistas es lo más destacable del cónclave. Pero la Iglesia, como hemos expresado, no puede tener en la silla de Pedro a un alcahuete del Foro Económico Mundial que persigue la ruina económica, social y espiritual de la humanidad. No podemos permitir un Pastor de la Iglesia universal defensor de los líderes torturadores y asesinos comunistas. En definitiva, no se puede aceptar otro papa defensor de la Agenda 2030, el mayor proyecto de destrucción del mundo. La Iglesia no podrá soportar otro papa de perfil masónico.