Por Alfonso de la Vega
«Al fin, una pulmonía
Mató a don Guido, y están
Las campanas todo el día
Doblando por él: ¡din dan!
Gran pagano,
Se hizo hermano
De una santa cofradía;
El Jueves Santo salía,
Llevando un cirio en la mano
-¡Aquel trueno!-,
Vestido de nazareno.»
Los actos conmemorativos acerca de la muerte de Bergoglio convertidos en todo un espectáculo de masas, publicidad, luz y sonido, debieran llamar a algún tipo de reflexión sobre el estado actual de nuestra civilización. Viene a la mente el famoso poema machadiano sobre la hipocresía religiosa. Esta vez no iban vestidos de nazarenos pero se trataba de los más próceres mundiales que adoraban a su manera al falsario sucesor del Niño Dios nacido en un humilde establo. Un personaje saboteador. Gentes tan piadosas que por pura modestia sus bocas y corazones nunca objetaron ninguna barbaridad ni herejía. Si la boca aclama al Cielo y su Obra, en actos de pura hipocresía y demagogia, el corazón fue idólatra del oro, de la doblez y la usura. No hay más que ver la mayoría de las delegaciones. En la española figuraba muy compungido Bolaños, el intrigante contra la Gran Cruz.
Cuando se manifiestan gentes de tan multiplicada malicia, equívoca apariencia, perfecta hipocresía, extrema disimulación, que se aprovechan de tales espectáculos, acaso demasiado superficiales y perecederos de religiosidad pret a porter, resulta muy aleccionador para la mejor edificación del personal revisar la profunda novela profética de Jardiel Poncela en la que describe estos tipos de saraos de masas, que sería prohibida unos años más tarde: La Tournée de Dios. Novela casi divina.
Pero en cualquier caso el maligno acecha entre las muchedumbres enfervorizadas que se agolpan para asistir a las celebraciones. Las inflamadas gentes en jeremiada aparatosa claman al cielo por el difunto santón protector del rojerío woke, tiranos comunistas, pachamamas, y mercaderes varios del cambio del clima climático. De modo que terribles demonios hambrientos, según el parecer de otro famoso padre jesuita, Salvador Freixedo, expresado en su libro ¿Por qué agoniza el Cristianismo? se alimentan con las pulsiones vibratorias y emociones desbordadas de estas tales concentraciones de multitudes. Profunda y misteriosa paradoja es que el entierro del anterior y la entronización de un nuevo Jefe de Estado Vaticano engorde amén de bolsillos profanos a los demonios del aire como los llamaba San Pablo.
La ceremonia vaticana resultó toda una curiosa muestra de ostentación de poder con el NOM como espectador o con sus agentes como artistas invitados de las superproducciones. Un poder que si hubiera que hacer caso al finado ahora se encuentra en busca de autor, en plena crisis espiritual e incluso de identidad o razón de ser, relegados a un simple estar. De modo que a falta de tradición se precisan nuevos temas y argumentos. Pablo VI explicaba que la intención conciliar era: “hacer al cristianismo aceptable y amable, indulgente y abierto, libre del rigorismo medieval y e una visión pesimista del hombre y de sus costumbres”. Lo que a su vez estaba en contradicción con otras palabras anteriores de Pío XII: ”Es preciso condenar cualquier cosa que parezca animada por el espíritu malsano de la novelería, que sugiera nuevas orientaciones de la vida cristiana, cualquier cosa que sugiera a la Iglesia nuevas direcciones a seguir, o nuevas esperanzas y aspiraciones que sean más apropiadas para las almas de los católicos de los tiempos modernos”. Una descalificación como puede apreciarse de los novedosos planteamientos políticos materialistas y ecologistas del tenebroso y novelero Bergoglio. Y también de la religión sincrética materialista del NOM, a beneficio de la plutocracia más despiadada.
Ahora el nuevo Poder del NOM quiere desechar el poder espiritual. El Poder no tiene más necesidad de la Iglesia, y la somete o la persigue o abandona o la convierte en fugaz espectáculo de entretenimiento. Para ello, mediante la Agenda 2030, la IA, o con la parafernalia que sea menester, es preciso “convencer a fondo al hombre de la insignificancia de su alma y de la psicología misma; hay que dejarlo claro desde cualquier púlpito de autoridad que toda salvación viene de fuera y que el sentido de su existencia está en la “comunidad popular”. Así se le puede conducir fácilmente al lugar donde ya por su naturaleza más le gusta ir: al país de los niños, donde se plantan exigencias únicamente a los demás y la injusticia siempre la comete otro. Cuando el hombre ya no sabe qué es lo que sustenta su alma se incrementa el potencial de lo inconsciente, que asume el mando. El deseo vence al hombre, y fines ilusorios que ocupan el lugar de las imágenes eternas despiertan su avidez. El animal de presa se ha adueñado de él y no tarda en hacerle olvidar que es un hombre.”
El mismo Jung nos avisa también de la extrema gravedad de las pestes psíquicas de las que apenas somos capaces de defendernos. Unas élites profundamente malvadas hacen todo lo posible para difundir y materializar tales pestes para conseguir sus efectos de devastación y sacrilegio de la condición sagrada del hombre: “Cuanto más se pierde la ilimitada autoridad de la visión cristiana del mundo, tanto más se revuelve en su prisión subterránea la bestia rubia y nos amenaza con un ataque de consecuencias imprevisibles. Este fenómeno se produce en el individuo como una revolución psicológica, pudiéndose presentarse también en la forma de un fenómeno social….desde que las estrellas han caído del cielo y nuestros símbolos más elevados han perdido su color, domina en el inconsciente una vida secreta.. Por eso tenemos hoy una psicología y por eso hablamos del inconsciente. Todo ello sería, y de hecho es, superfluo en una época y una forma cultural que dispusiera de símbolos. Pues los símbolos proceden de un espíritu superior, de un espíritu que permanece en lo más alto”.
Bergoglio, tan dado a novelerías, pudiera haberse encargado un funeral lamaísta tibetano. Pero allí el grandioso espectáculo de masas se reduce a la intimidad de los consejos que el buen lama asistente da al moribundo o al alma del ya fallecido mientras confusa deambula por el Bardo. El Libro Tibetano de los Muertos, o el Bardo Thödol, es un libro de instrucciones para los difuntos y los moribundos. Pretende ser una guía del difunto en el período de su existencia en el Bardo, descrita simbólicamente como un estado intermedio de cuarenta y nueve días de duración entre la muerte y el renacimiento. Se trata de ayudar a proyectar de modo consciente al espíritu fuera del cuerpo. Algunos lamas sostienen que el espíritu inmediatamente después de su desencarnación tiene una pasajera intuición de la Realidad suprema. Si es capaz de alcanzar la luz se libra de la rueda de reencarnaciones y accede al nirvana. Pero el espíritu suele deslumbrarse y retroceder, empujado por falsas concepciones o por sus apegos. Otros, en cambio, ni siquiera se hacen cargo de su situación e intentan interactuar con el mundo tridimensional que ya han abandonado.
Debo estar equivocado pero ceremonias como las del sábado en Roma se me representan como mera corporeidad material cuando el espíritu ha volado y ya no está presente en la Institución.