Cuando los rojos ateos se hicieron con el gobierno, allá por los años ochenta, los beatos azules estaban francamente asustados pues imaginaban que, antes que nada, asaltarían iglesias y conventos y masacrarían a sus moradores, tal como hicieron en la época republicana.
Cuál fue su sorpresa al comprobar que, lejos de hacer algo de eso, los nuevos gobernantes siguieron presidiendo las procesiones y pagando el diezmo, religiosamente, al Estado Pontificio. Tanto se tranquilizaron los beatos al ver la “piedad” de los rojos, que muchos de ellos decidieron dar a González el voto que antes daban a Suárez.
Cuarenta y pico años después, en este “Mundo al revés” que nos ha tocado vivir, ya no puede sorprendernos tanto, escuchar los panegíricos que, los más ateos, le dedican al papa muerto, mientras los más beatos le desean un buen hervor, en la caldera de Pedro Botero.
Una parte de esos beatos, entiende que, el santo padre fiambre, es el único responsable de la evidente degeneración de la iglesia y esperan resolver el problema con la elección de un nuevo papa. Otra parte entiende que la iglesia se torció a resultas del segundo Concilio Vaticano y esperan enderezarla con un nuevo concilio. El caso es que unos y otros andan ilusionados con la muerte de Bergoglio, pues todos coinciden en que era requisito imprescindible para poder arreglar esa iglesia que tanto elogian los más ateos. Habrá pues otro cónclave, y otro sínodo, para que unos y otros puedan comprobar que no cabe ningún arreglo, porque la corrupción de la iglesia no empezó con el último concilio sino con el primero.
Fue en el Concilio de Nicea en el que se definió lo que sería, en adelante, el cristianismo, y se condenó, al exilio, a los que no comulgaran con el nuevo credo. Allí se decidió tratar a Jesús como único hijo de Dios y tratarnos, a todos los demás, como bastardos. Allí se estableció, dogmáticamente, que todos somos corruptos de origen, portadores de un pecado original. Pero si el pecado es, por definición, una mala actuación, voluntaria, personal ¿Cómo puede tenerse por culpable a un recién nacido? ¿Cómo se le puede culpar, además, de la mala actuación de otro, llámese ese otro Adán o Perico de los Palotes?
Jesús dijo, claramente, que todos somos hijos de Dios pero los directores de la iglesia prefirieron dejarnos huérfanos, para poder dirigir ellos el orfanato. Jesús dijo “A nadie llaméis padre en la tierra porque uno es vuestro Padre, que está en el cielo” pero muchos de esos “directores espirituales” se autonombraron “padres” y algunos incluso “santos padres”. Mientras los beatos no quieran ver que la degeneración surgió de Nicea, mientras no quieran asumir su filiación divina, seguirán sintiéndose desamparados, y seguirán a merced de esos falsos padres, que los seguirán tratando como seres originalmente corruptos, como auténticos hijos del demonio.