Por Alfonso de la Vega
Dentro del esperpento borbónico habitual destaca una noticia que parece tomada de una película de Berlanga o de Buñuel. Sí, de Plácido o Viridiana. Esta semana tocaba hablar del reparto de MENAS como la rifa de pobres en Plácido. Vaya por delante el sentimiento de compasión ante el sufrimiento genuino. Pero también es preciso hacer un esfuerzo para comprender lo que sucede, y, en consecuencia, por la cuenta que nos tiene tratar de poner coto a que siga sucediendo. Conviene recordar que gracias a los desvelos de tan solícitas y complacientes autoridades el reino de España ha pasado a ser el tercer país de Europa con mayor población en riesgo de pobreza solo por detrás de Bulgaria y Rumanía. No, no es broma, son logros de la singular Monarquía socialista de don Felipe.
Dentro del proceso de memoria histórica sesgada en la que la primera víctima es la Verdad cabe reconocer que la vieja política clerical de la sopa boba, ha sido recuperada y actualizada al modo posmoderno con éxito de público y presupuesto por el remedo de paradójica filantrópica ONG que forma el Gobierno de Su Majestad. No sólo protege a las sobrinas con alegría sino que recupera una política propia de los conventos del Antiguo Régimen, la del ¡vivan los pobres! Tan necesarios para justificar nuestro buen corazón con el que tanto nos conmovemos y nos conmovemos por conmovernos por lo buenos que somos con tanto conmovernos por habernos conmovido…, así como coartada, a falta de intentar un poco de Justicia social o de acotar los abusos de los monopolios y oligarcas, de nuestra propia razón para asaltar y mantener el poder. O de proteger la inviolabilidad de lo sagrado en el caso de la felona CEE. Necesitamos más pobres, y si no hay bastantes para controlar la cosa, los fabricamos o los importamos en barra libre, y todo sea para el logro de esta nuevo tinglado «paraclerical» en que ha derivado la PSOE, organización mohatrera creada durante el franquismo postrero por los servicios secretos americanos, y financiada por el gran capital alemán. El socialismo es una eficiente, sostenible, ecológica y resilente fábrica de pobres.
Pero esa conmoción del corazón conmovido por nuestra conmovida conmoción de conmovernos debe orquestarse adecuadamente mediante la propaganda. A falta ya de catecismos creíbles, el Poder se mantiene mediante la trampa y el disimulo. Montemos un ágape de pobres como la monja de Viridiana una especie de sagrada cena aunque el resultado al final sea opuesto a lo pretendido. Los mendigos, marginales y lumpen, borrachos y envalentonados por la falta de autoridad y la incompetente blandura de los bien pensantes se rebelan, destruyen lo que pueden e intentar violar a la caritativa y estulta monja que los acoge.
Viridiana ganó la Palma de oro del Festival de Cannes de 1961. El galardón no lo recogió Buñuel sino el director general de Cinematografía, José Manuel Muñoz Fontán. Pero de regreso a Madrid fue citado por el ministro de Información y Turismo, a la sazón el pío Arias Salgado. En vez de las esperadas enhorabuenas se encontró con un cese fulminante: El Vaticano había calificado la película de blasfema. Hoy, con un Papa globalista ¡Vergogna! que obedientemente cojea y bizquea a favor del contubernio woke no hubiera habido tal caso. Nuestra pudorosa cobarde CEE se suma a la demagogia hipócrita exigiendo a los demás lo que ella no da.
¿Pero cuántos pobres, presidiarios moros, terroristas o fanáticos incluidos, podemos meter en España? Al parecer, la idea del filantropófago Soros, inspirada en el Plan Kalergi de inmigración incontrolada, sustitución de las sociedades europeas mediante mestizaje y degradación programada de la raza blanca sería de varios millones. A su consecución se dedican múltiples de sus organizaciones supuestamente filantrópicas que, en la práctica, consciente o inconscientemente, colaboran con este plan así como con las criminales mafias de trata de personas. Desde luego varios millones de invasores esperan en la ribera africana la gran oportunidad de una nueva Marcha Verde promovida por EEUU e instrumentada y jaleada por demagogos populistas ignorantes y o sin escrúpulos.
Y aquí viene Plácido. La cosa seguro que va a estar muy disputada. ¿Quién se va a llevar más pobres a sus palacios y mansiones? ¿Sánchez y señora al palacio de la Moncloa? ¿Leticia a la Zarzuela? ¿El cardenal Cobo al suyo? ¿Van a subastar pobres entre el rojerío ante los medios de comunicación? ¿Quién da más a costa del saqueado contribuyente? De momento, VOX, la única que dice oponerse, se juega buena parte de su menguante credibilidad con lo del reparto urbi et orbi de los MENA, peligrosa “pedrea” siniestra contra la gente honrada y pacífica que perpetran el gobierno y sus cómplices del PP.
Cabe recordar también de esos buenos tiempos en que aquí no había industria cultural o el arte y los genios más libres no estaban al servicio de la propaganda la gran película Plácido, la feroz e hilarante sátira de Berlanga contra la hipocresía de cierta sociedad franquista, hoy milagrosamente rediviva con el comportamiento de nuestras repugnantes zurdas en inopinado homenaje a la memoria histórica. Y es que es preciso reconocer que los actuales dirigentes progres han renovado con singular éxito el peor rol hipócrita y encubridor de las auténticas relaciones de poder de las viejas fuerzas vivas. Plácido es una obra maestra de Berlanga, acaso la mejor. Icono inolvidable del glorioso cine español de la época es el motocarro comprado a plazos disfrazado con imágenes filantrópicas navideñas de quita y pon. Las peripecias de unos pobres currantes pringaos, hoy serían sufridos arruinados autónomos, para intentar cumplir con sus obligaciones financieras, las letras de su deuda, mientras una hipócrita sociedad establecida se dedicaba por Navidad en colocar pobres en casas de gentes de posibles o que quieren presumir de serlo. Al cabo, entonces como ahora con la pertinaz monarquía, unas instituciones hipócritas y parásitas dedicadas a sacar hasta los higadillos al pobre autónomo, al sufrido currante que trabaja como puede para sostener tanto parásito encanallado.
El bienintencionado y afanoso Plácido al final no puede pagar su Deuda: Las instituciones más o menos abstrusas, tramposas, parasitarias o abusivas le fallan en vez de ayudarle. Para colmo, uno de los pobres se les muere en acto de servicio y además tienen que devolver la cesta de Navidad. Pero es Plácido y su gente buena y solidaria que se compadece de otros, lo poco que aún se salva de un sistema degradado. El discurso bien pensante del sistema enmascara una realidad cruel e hipócrita, ajena a la Sabiduría y la Compasión, virtudes que no se dan en la farsa de representación de la Política sino entre la buena gente que aún sobrevive a la fatal acción de las instituciones.