jueves, enero 16, 2025
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La dictadura del demonio

Un viajecito en el tiempo en aquel 1936 nos aclararía mucho en qué consiste la dictadura de esta gentuza. José Calvo Sotelo fue amenazado de muerte varias veces en el Congreso de Diputados por parte de sus respetables señorías, cuyo propósito no era otro que los demás se callaran por sus santos cojones, imponiendo su falta de sentido, que roza la locura propia de los que residen en un manicomio. Fuera sentido común, toda lógica es ilegal y se impone el capricho de un chiflado.

Muchos dirían que en ese 1936, cuando la única solución era una guerra, empleando el raciocinio, las ideologías de izquierda podrían legitimar sus ideas bajo la creencia infantil de que sería la única forma de salvar a la humanidad de la inmundicia, como los sabios héroes del momento. A mayor acumulación de victimismo (en eso son especialistas), mayor injusticia frente a la cual vengarse del perverso que la ocasiona. 

Sin embargo, si tenemos en cuenta exclusivamente la ideología, que se utiliza como justificación de sus actitudes dictatoriales, sólo conseguimos rasgar la superficie, dado que hay que sacar mucho más de tan podrido y maloliente escenario. Creer que sólo se trata de defender a la izquierda (como si quiere ser la derecha) es caer en la trampa de la ingenuidad y del infantilismo, de los pensamientos mágicos que mantienen los niños en sus juegos simbólicos, creando grupos de auténticos psicóticos que emplean sus creencias con el único fin de la destrucción de todo lo que les rodea. 

El motor emocional que mueve a estas actitudes no es la solidaridad ni la lucha por la justicia ante un mundo que se cae delante de sus narices, no, lo que les motiva es el odio y el desprecio hacia cualquier persona o entorno donde se sientan como extraños, lo cual no es raro, teniendo en cuenta su incapacidad para entender absolutamente nada, porque todas sus creencias están alimentadas por el miedo y el terror. ¿Y qué ocurre con quien sólo se alimenta de su pánico? Se vuelve como una fiera fuera de control que mata por pura inercia y que no soporta el más mínimo control, lo destruye absolutamente todo y se alimenta de la carne de sus víctimas, de su dolor, de su sufrimiento (esto si ya devoró a demasiadas personas) y ha de seguir su juego mágico, propio de niño de 2 años.

Y es que el odio es lo que motiva a los satánicos, el desorden es lo que anima a estos seres despreciables a poner orden, como un acicate a su torpísima inteligencia, a su incapacidad para entender el mundo y a su ambición de control y de caos porque lo único que saben es que cuanto mayor sea la confusión, el sufrimiento y el dolor de su víctima mayor no sólo será su goce y estimulo para seguir jugando, dado que la idea es alargarlo para que nunca acabe. ¿Merece matar a la victima entonces? No siempre, pero mucho ojo, porque ante el nulo valor que para estas hordas de salvajes tienen los seres humanos, quitarse del medio a unos cuantos no se considera una mala estrategia cuando tienen que pensar demasiado y las neuronas no les dan para más, lo cual es lo más normal.

Del mismo modo que Lucifer quisiera actuar como un dios, como un ser eterno, reinar en el mundo, para lo cual tienen que convertirlo en un infierno, el único orden posible es la idea de que el derecho tanto a la vida como a la muerte dependerían de él, siendo los seres humanos sometidos a su santa voluntad, dado que el valor de una persona para esta horda de luciferinos es prácticamente nulo. Es más, diría que incluso es el juego preferido dado que da un poder de control muy especial. ¿Quién desea morir? ¿Quién no desea vivir? ¿Quién no presenta un pánico atroz con la sola idea de dejar de existir en este mundo, aunque sea un infierno en vida para muchas personas, sean conscientes o no de ello? Poner a las personas en esa tesitura otorga una gran ventaja al permitir el control absoluto de la voluntad del sujeto, pudiendo, incluso, convencerlo de las bondades de venderle su alma por un poquito de poder sobre sus conciudadanos, momento, a partir del cual, ya serían de otro rango y Lucifer los miraría con otros ojos, tratando de conservarlos para sus propósitos (perdonándole sus insignificantes vidas a cambio de sus servicios), dado que el demonio es vago por naturaleza, no soporta ni el esfuerzo ni el trabajo ni el acto de pensar con un mínimo de inteligencia, lo cual se observan en su súbditos, que reaccionan del mismo modo.

Dado que el fin es la destrucción, la amenaza de la muerte en las peores circunstancias posibles, sin que haya dios salvador que no sea el mismo Leviatán, el fin mantener el infierno por los siglos de los siglos amén, tal como perdura la voluntad de Cristo. Es tal su complejo de inferioridad que es pura arrogancia, como sus discípulos. Por supuesto que la verdad ha de ser pisoteada, quemada, destruida, prohibida, prostituida como se hace con la violación de los niños (su deporte favorito porque así se cargan de un plumazo al gran enemigo de la inocencia) y, como no podría ser de otro, prohibida y censurada.

Los sucios tejemanejes del demonio pasan por evitar todo lo que permita ver sus aspectos reales, toda verdad que lleve a la belleza, el amor o la vida, las cuales destruyen su diabólico reino de un plumazo. Todo aquél que lo diga ha de ser eliminado, silenciado, asustado, ha de ver su mente carcomida de sucia mentira mañana, día y noche para ver si es convencido de la bazofia luciferina, aunque sea mediante la peor de las torturas psicológicas. Su piel es tan sensible que el mero contacto con el conocimiento les quema, como el sol a los vampiros si se despistan un poco. Las únicas luces que puede haber son las de la falsa ilusión, la fantasía del psicótico, del psicópata que vive en su enfermedad mental, crónica, por cierto, y si han de tapar el sol lo hacen con tal de que no podamos ver nunca más un rostro humano.

Es la dictadura de la rabia, del desprecio, del odio que los corroe como la sangre que corre por sus venas, de su despreciable entidad material y de sus espíritus que huelen a muertos.

Ésta es la única dictadura inexistente y que no nos engañen más. Sólo Dios nos salva de esta sarta de demonios si lo recibimos en nuestro corazón.

 

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