miércoles, mayo 28, 2025
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Kissel Mordekau, no Karl Marx. Llamémosle por su nombre

Si hubo alguien que nos dejó la caja de pandora fue Hegel con su dialéctica de enfrentamiento de conceptos opuestos y la posterior síntesis hacia el alineamiento que este pensador describió como el espíritu que todo lo une.  No existe crecimiento sin conflicto ni pérdida, tampoco sin sacrificio, en situaciones de tal complejidad que nuestras pobres mentes no pueden entender la profundidad del estado de guerra permanente y necesario.

Durante el siglo XIX se crearon dos corrientes filosóficas: una conservadora o de derechas que sostenía la credibilidad de la teoría hegeliana aplicada a la creación de la realidad del estado como único hecho posible, siendo lo demás inexistente y poco objetivo; había otra alternativa o de izquierdas, según la cual era posible, aplicando la teoría de la dualidad hegeliana, enfrentarse a la realidad oficial para hacernos conscientes de otras. Fue así como se establecieron tres fuentes de conflicto: el choque entre la clase del proletariado y la burguesía, de la primera con el cristianismo (cuya moral inundaba todas las estructuras estatales) y con el judío. Se puede decir que los tres movimientos fueron paralelos; por ejemplo, tanto Kant como Hegel eran antisemitas y esta corriente se llevó a tal extremo que muchos países no reconocieron muchos de sus derechos hasta bien avanzado el siglo XIX.

Sabemos que pensadores como Ludwig Feuerbach (1804-1872), al referirse a la religión cristiana, describía el hecho de creer como un acto de ilusión o de fantasía, en el que amor y todo lo referido a Cristo era sencillamente irreal y sólo existía en la mente del creyente a nivel subjetivo. La propia dualidad conducía a la necesidad de cuestionarlo todo, hasta lo que no era necesario, para el perfeccionamiento de la sociedad y de la propia conciencia racional de quien consideraba urgente dar un paso más allá. Crees en el amor porque amas como divino atributo porque te amas a ti mismo; crees que Dios es sabio y un ser benevolente porque no conoces nada mejor en ti mismo que la benevolencia y la sabiduría; y crees que Dios existe, que, por lo tanto, es una persona – sea lo que exista una persona si es definido como sustancia, persona, esencia o cualquier otra cosa – porque existes por ti mismo y tú eres un sujeto”. ¿Se podría decir que, según estas ideas, creer en Dios es de estúpidos que creen en una alucinación, como es el mismo amor? Luego tenemos la versión de Stirner y el uso de egoísmo como único salvavidas.

Estando detrás de toda esta ingeniería social las narices de los Rothschild, a la muerte de Mazzini, encargado de los movimientos revolucionarios en Europa para su desestabilización caos y destinatario de una carta de Albert Pike donde se hablaba de tres guerras mundiales,  en 1872 se nombró a Adrian Lemmy, tras el cual estarían tanto Lenin como Trosky, el primero Vladimir Ilich Ulianov y el segundo Leon Trostsky, cuyo oscuro legado es conocido por la dictadura comunista de férreo control con posterioridad a la matanza de la familia de los zares de Rusia.

Analicemos qué ocurrió en el siglo XIX en esos tres frentes. La elaboración del manifiesto comunista por parte de Marx y Engels en febrero de 1848 fue una declaración sobre el conflicto entre la clase obrera y la burguesía, así como la Asociación Internacional de trabajadores de 1864.  Como no existe lucha social sin lucha de clases, dejó su impronta en obras menos conocidas. Kissel Mordekay (Karl Marx), tomado de la figura de Mardoqueo, caudillo israelita que es el primer registro de la comunidad repatriada de Judá, escribió su ensayo “Sobre la cuestión judía” en febrero de 1844, siguiendo la corriente antisemita de la época. En la misma obra se pueden leer ideas tales como las que siguen: “¿A título de qué aspiráis, pues, los judíos a la emancipación? ¿En virtud de vuestra religión? Esta es la enemiga mortal de la religión del Estado. ¿Como ciudadanos? En Alemania no se conoce la ciudadanía. ¿Como hombres? No sois tales hombres, como no lo son tampoco aquellos a quienes apeláis.” La ciudadanía judía no fue reconocida en Alemania hasta 1871 y en el Reino Unido en 1858. Empezamos a comprender la trascendencia de estas ideas con este párrafo original de dicha obra: “Bauer exige, pues, de una parte, que el judío abandone el judaísmo y que el hombre en general abandone la religión, para ser emancipado como ciudadano. Y, de otra parte, considera, consecuentemente, la abolición política de la religión como abolición de la religión en general. El Estado que presupone la religión no es todavía un verdadero Estado, un Estado real. «Cierto es que la creencia religiosa ofrece al Estado garantías. Pero ¿a qué Estado? ¿A qué tipo de Estado?»

El estado ha ser ateo, sin cristianismo ni judaísmo. La religión es considerada un defecto. Existe un párrafo que exige análisis aparte: “la emancipación política del judío, del cristiano y del hombre religioso en general es la emancipación del Estado del judaísmo, del cristianismo, y en general de la religión. Bajo su forma, a la manera que es peculiar a su esencia, como Estado, el Estado se emancipa de la religión al emanciparse de la religión de Estado, es decir, cuando el Estado como tal Estado no profesa ninguna religión, cuando el Estado se profesa más bien como tal Estado.” ¿Un estado que se profesa a sí mismo, al margen de creencias espirituales, que, liberado de la religión, permite que el ciudadano rompa sus cadenas, las mismas de las que nos hablaba Ludwig Feuerbach? ¿Dónde está la libertad o el espacio de decisión del individuo, porque Kissel Mordekay no menciona estos extremos absolutamente para nada? ¿Dictadura? No hay más que ver como Stalin mató a más personas que el mismo Hitler, antes, durante y después de la segunda guerra mundial, hasta que fue asesinado en su despacho el 5 de marzo de 1953. Y lo más curioso de todo ello es el sustento ideológico: el ciudadano se libera a través del estado, pero no por sí mismo.

Charles Fourrier (1772-1837), Alphonse Toussenel (1803-1885), Eduard Drumont (1844-1917), y otros dejaron su legado antisemita, así como Pierre-Joseph Proudon (1809-1865), y Bakunin (1814-1876), teóricos del movimiento anarquista, aunque éstos se centraban el eliminar al estado a toda costa.

Kissel Mordekau como Engels consideraban que Hegel se quedaba corto y era necesario aplicar el principio de la dualidad, del conflicto social y del adoctrinamiento a la sociedad y el modo en el que el sujeto se relacionaba con otros, de cara a modificar sus valores. Es la única forma de convertir el actual sistema productivo en otro donde el ciudadano confíe en el estado como agente liberalizador de sus propias cadenas. ¿No es ello ingeniería de masas, al estilo de China, Cuba, Venezuela o algunas medidas en países mal llamados democráticos y del primer mundo?

Dejo estos interrogantes en el aire para todos lo que se planteen no sólo las raíces de la izquierda, sino las consecuencias ideológicas que desparrama sin análisis racional alguno.

 

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2 COMENTARIOS

  1. Los amos del mundo en la sombra solo pueden siguir siéndolo tras haber logrado imponer el control sobre el dinero fiduciario, un complejo sistema de mentiras y una mafia que acojone y someta a la masa goyim

  2. Vas bien.
    La revolución rusa nunca fue rusa. Las riquezas de los Romanov acabaron en manos de los Windsor. Marx, Lenin, Trotsky, Iósif Vissariónovich Dzhugashvili (Stalin), etc, tenían algo en común, al igual que el siniestro Guénrij Yagoda, al que el populacho no conoce aunque todo el mundo conoce a Himmler, Göebbles y toda esa peña.

    Millones de habitantes de Rusia murieron con la revolución «popular», aunque todo indica que tampoco exactamente de la forma en la que lo están contando ahora (tras 90 años de silencio ahora no paran de publicitar el holodomor, que es el combustible perfecto para el odio ucraniano que es la carga elegida para detonar la IIIGM junto con la inundación islámica, y que tampoco parece ser como lo están contando, siguiendo el mismo patrón del otro «holo»).

    En los últimos trescientos años nada es lo que dice ser. Y menos la «Unión Europea de los valores», que nos lleva planificadamente al mayor «holo» que haya existido.

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