Por Alfonso de la Vega
Autor: el P. Maestro Salmón del Orden de San Agustín (Resumen Histórico de la revolución de España, tomo 1º, Cádiz Imprenta Real 1812, Biblioteca Nacional de España Sig. 5/2440 V. 1, páginas 14 y siguientes)
“Aumentaba más las confusiones de todos el burdel o serrallo que la reyna había fabricado dentro de su mismo palacio, a similitud del de los emperadores Turco, Moro y Beyes de Berbería; con solo la diferencia que el de estos es destinado a encerrar mugeres de todas clases, que sacien su concupiscencia irritada en número indeterminado y el de María Luisa era de jóvenes elegidos entre los más gallardos del real cuerpo de guardias de Corps o que tuviesen alguna particularidad nada común a los demas de su clase. Hubo ocasión en los que tuvo a su disposición y voluntad a once de estos, pero uno solo era el que privaba más y tenía libre entrada a todas las horas de la noche a la cámara o aposento de S M sin que la guardia o centinela se lo impidiese o estorbase.
Con la mayor indiferencia miraba el Rey los extravíos de su muger: los miraba igualmente Godoy, a quien en esta parte era ya la Reyna objeto de odio y aversión no siéndolo él apara ella; pero a pesar de la decidida voluntad de esta, cerraba sus labios María Luisa sin atreverse a declamar contra su primer amante, que con los desórdenes de su lascivo corazón atravesaba y hería cruelmente el zeloso, dominante y orgulloso de aquella.
¡Qué enigma tan enredado y obscuro! Todas las prerrogativas de una soberanía refundidas en un particular favorito, sin poder recuperarlas otra vez al no exponer el decoro sagrado de la Magestad, ¿Quién ha visto ni ha podido entender?
Pero rasguemos ya el velo de iniquidad que tanto ha mortificado el discurso del curioso observador; y no hubiera visto jamás aclarado, si posible fuera poder guardar secreto una muger.
Los amores de María Luisa con el privado de Godoy llegaron al extremo de querer enlazarse y unirse con él con el lazo indisoluble del matrimonio. Para conseguirlo ideó envenenar a su marido Carlos. Dió parte de este inicuo pensamiento y proyecto por medio de un escrito o billete a su amante, que no desaprobó, antes bien reanimaba cada vez más la idea en el hueco que dexaban sus amorosos pasatiempos. Con previsión del resultado que pudieran tener estos en lo sucesivo, custodió dicho papel muchos años, sin que nadie llegase a traslucirlo. Trataron a consecuencia, con reserva del pensamiento, de que se habilitase a la Reyna para la Regencia del Reyno, caso de sobrevivir a su esposo. Se juntó Consejo de Estado al efecto: se hizo la propuesta, que fue desatendida después de muchos y acalorados debates entre el Presidente Godoy y el Conde de Campomanes, que pagó su oposición con no volver más a dicho Consejo.
Pepita Tudó que desde el momento que fué distinguida con los títulos de Condesa de Rocafuerte y Marquesa de Castillofuerte empezó a frecuentar el palacio de los reyes y besar la mano de Sus Magestades, aunque no era una Judit, con su gentileza y modestia encendió una chispa de fuego de amor en el corazón del Rey que cada día iba tomando más fuerza e incremento a proporción de que aquella le iba excitando con sus visitas y presencia. No siendo imposible a Carlos IV resistir el ardor interior que le abrasaba no pudo menos que de hacer presente a su amigo Godoy la dolencia que padecía. Este procuró curársela, satisfaciendo sus deseos; y ofreciendo la mayor reserva para con la Reyna, como el Rey le había suplicado.
Aquí tiene ya el lector descifrado todo el enigma del poder soberano de Godoy. Tenía las manos ligadas de Carlos IV porque no manifestase la debilidad de haber sido infiel a su muger; y atadas las de María Luisa porque no descubriese su maledicencia por haber intentado envenenar a su esposo, como demostraba el escrito custodiado; logrando d este modo y de este medio ser árbitro de la voluntad de las Magestades, apropiarse de sus prerrogativas, usurpar los derechos del vasallo, hacerse dueño de los tesoros de toda una nación, tener a los Ministros en una vil subordinación, mirar a los Grandes con desprecio, servirse de los Obispos como de baxos criados, burlándose de la religion y de sus santos ritos, ceremonias y establecimientos y en fin hacer quanto era su gusto y capricho.
A vista de semejantes excesos la soberanía más avanzada debía rezelarse una insurrección general, que cometiese las mayores atrocidades contra los autores de tantos males y desgracias. Mas Carlos IV miraba sin temor ni sobresalto el descontento de sus vasallos sin querer abrir los ojos sino para aumentarlo hasta que la providencia de un Dios justo contuvo el torrente impetuoso de este monstruo de la inhumanidad española, levantando en Aranjuez una nube de tempestad tan furiosa, que arrojó rayos de fuego contra la tiranía de los Reyes consentidores de este déspota privado, como diremos más adelante, para que sirva de documento los Príncipes de lo mucho que les interesa la fidelidad y amor de sus pueblos y confiar el Gobierno de la Monarquía a personas de conocida probidad y acreditada virtud.»
Notas
Este interesante fragmento cuya ortografía se ha respetado recuerda otro lamentable precedente histórico provocado por los Borbones. Las felonías e infidelidades de unos y otras. Los motines de El Escorial y Aranjuez en que los infames Carlos IV y Fernando VII se disputaban el Trono y el botín español estaban entonces a la vuelta de la esquina. Como la invasión francesa con las Capitulaciones de Bayona, monumento insuperable de la traición, la infamia e ignominia incluso para tan heroica dinastía.
Pepita Tudó, la astuta seductora del cornudo recalcitrante Carlos IV según se menciona en el relato, era también amante de Manuel Godoy con el que tuvo dos hijos y se casó en secreto.
Aunque el P. Manuel Salmón no lo cuenta, unas décadas más tarde el rey consorte de su hija y nieta Isabel II, Paquito Natillas explicaba muy puesto en razón al perplejo ministro Benavides que Godoy «atendía» al alimón a Carlos IV y a María Luisa.
Como el atento lector podrá entender se trata solo de curiosas anécdotas históricas, que en absoluto tienen nada que ver con la limpia y heroica actuación de Sus Majestades actuales, su honrado valido, del Burgo, la mujer de Biondo, o cualquier otro personaje similar que al lector más inquieto o imaginativo pudiera ocurrírsele.
Yo solía ser ‘monarcotolerante’. Ni monárquica ni republicana antimonárquica. La moto de la monarquía parlamentaria me parecía una fórmula aceptable. Consciente de la oclocracia avanzando con paso firme desde que empezó la «transición» (¿transición a qué?), me parecía el único punto de referencia estético y protocolario, ya que el monarca de turno es obligado desde su nacimiento a perfeccionar sus formas, cosa que no sucede con los rufianes, anas redondos, puentes, ábalos y chiquis monteros. Como un salvavidas perenne.
Pero con la información que manejo hoy, me he vuelto antiborbónica (antimonárquica no: clonaría a Fernando el católico o a Alfonso I el batallador o a Sancho de Navarra), lo que no significa que me vuelva republicana de los de esa bandera horrorosa de la franja morada (que ni siquiera saben de dónde viene esa franja), ya que la alternativa es una «república» de ábalos, belarras y urtasunes. Y de dinastías hereditarias como la de la cara torta Calviño (¿es pariente de Ursula la biznieta del ‘Rockefeller ruso’?, la portavoz del ‘build back better’ que adelanté por aquí al día siguiente de la masacre de Valencia, o los Fabra, o los Iglesias «obreros». Y muchas otras famiglias que han camuflado su poder hereditario bajo la fórmula de la socialdemocracia, pero que son los mismos HHDLGP que llevan dando por saco desde hace varios siglos.