domingo, noviembre 24, 2024
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Minusvalía social (2ª parte)

Más allá del bloqueo energético, mencionado en el capítulo segundo, se puede decir que la sensación asociada al mismo es de estado de alerta general e intemporal. El sujeto no ha conseguido desvincularse de sus capacidades, en la primera fase del Síndrome del Desempleado es consciente de las mismas y sabe todo lo que puede lograr con ellas. La dinámica, recreada por el recuerdo de hechos pasados, le provoca la idea de que en realidad puede. Ante tareas que no dependen de la tenencia de dinero éstas se encuentran en buen estado y se pueden hasta ejercitar sin problemas cuando el sujeto ha adquirido el don sanador para salir de su síndrome, sin embargo, el signo de que la mal llamada minusvalía comienza a tener secuelas es cuando en esos menesteres deja de ser efectiva al 100%. En una sociedad en la que la aprobación es importante y donde se compran hasta los sentimientos placenteros, es muy probable que nuestro sujeto llegue a no entender la limitación cuando ésta en realidad no existe. La realidad, ya lo dijimos, puede ser creada por el propio cerebro, y el hecho de que existan ciertas habilidades que son anuladas en una serie de áreas provoca una confusión, la cual conduce a varias fases: incredulidad, paralización y deterioro. En la primera no se acepta que no se pueda entrar en ciertas áreas sociales de transacción que luego detallaré, de modo que el sujeto actúa y piensa como si tal hándicap no existiese, simplemente ignora la realidad social a la que los demás miembros lo están enfrentando. Es mejor entonces buscar áreas donde poder desarrollar sus capacidades. En otras palabras, sin darse cuenta, nuestro sujeto ejemplo está evitando el camino impuesto por los demás y puede que salga indemne. Una vez que las necesidades sociales no se ven cubiertas y se le exige el cumplimiento surge la paralización; la ideas de que “todo lo hecho hasta el momento no ha servido para nada” y que “hay que partir de cero” se ponen en marcha. Es necesario ajustarse ya que lo que podría haber sido un esfuerzo meritorio se ha convertido en una mátrix de inactividad y entonces se investiga dónde está el fallo; es cuando se comienza a desarmar la capacidad y el sujeto ya no se fía de sus dones. Surgen entonces los experimentos parciales, en la que la habilidad es activada parte por parte y no en conjunto, de modo que el resultado ya no es el total sino un porcentaje que se va reduciendo conforme la sociedad sigue exigiendo el cumplimiento de una obligación. La fase final es su anulación, incluso en áreas que no se consideran de ámbito transaccional. Existen situaciones que activan este mecanismo como son las asociadas a los pagos perentorios. Según sea la necesidad, no sólo medida por la urgencia sino por el impacto emocional en las personas afectadas ante la no acción, se produce un efecto más rápido o más lento. No es igual la consecuencia ante el impago de una factura de teléfono móvil, que puede tener un nulo impacto en el sujeto, que la cantidad debida, por ejemplo, por pensión alimenticia de los hijos. En el primer caso no existen consecuencias si el sujeto evita contactar con dicha compañía y adopta otras estrategias, se da una mayor libertad de acción y la deuda puede seguir existiendo sin problemas: en el segundo se dan aspectos legales porque el menor está protegido y es más complicado acudir a una vía alternativa para evitar la sensación de impotencia, sobre todo, como suele ocurrir, cuando se siente hacia los hijos un amor cuyo calibre se descubre sólo cuando se tienen. Factores como la ayuda de otros seres cercanos amortiguan el impacto de la incapacidad social y permiten al sujeto tener tiempo para adaptarse a la situación y resolver el problema, siguiendo el ritmo de su propio sistema nervioso; sin embargo, los apoyos sociales no siempre se dan, momento en el que la imposibilidad se siente con toda su crudeza. Estos dos extremos situacionales representan todo el abanico de posibilidades en la que la minusvalía social puede ser impuesta o no por los demás. Dicho de otro modo: son nuestras propias emociones en forma de culpa (no olvidemos que se genera ante la auto imposición de un rol no cumplido, asociado a una imagen social requerida para sentirse aceptado por los demás, de búsqueda de amor externo) las que crean la mátrix de la impaciencia ante una acción obligada. Como vemos es el mismo sujeto el que se genera su propia necesidad de cumplimiento, la cual está conectada con la predicción, es decir, que el incumplimiento de la acción lleva al sujeto a ponerse en el peor de los escenarios posibles. Tengamos en cuenta que la propia mátrix conlleva la incapacidad para vivir el momento presente, de modo que la actividad mental se dirige al pasado, en forma de comparación entre lo que tenía y ahora posee, y el futuro, en el que se creen que los problemas se van a intensificar. Estas creencias son añadidas, es decir complementarias y creadas por el sentimiento de frustración, rabia y tristeza interior ante el hecho de no poder ejercitar la capacidad que podría resolver el problema. En definitiva, las emociones anteriores se ponen en marcha en el contexto de un vínculo y en la medida en que las acciones no se pueden desarrollar por una incapacidad invisible, aquél se ve perturbado, puesto en claro peligro. Cuando se desea conservar el vínculo se activa automáticamente todo el conjunto de sensaciones mencionadas, la red neuronal pone en marcha todos los recuerdos que, por existir estado de mátrix, se convierten en realidad de manera espontánea y simultánea. El estallido emocional se vuelve incontrolable y perturbador. Esta activación global, claramente inconsciente y por ende fuera de control, constituye la base estructural en la que la emoción responsable de la triple fase se pone en marcha. Además, si tenemos en cuenta que los acontecimientos siguen al no haberse resuelto el problema, el sujeto pierde aún más la capacidad para estar alerta ante tal proceso, pudiéndolo despistar y conducir al estado de bloqueo. Dicho de otro modo, el inconsciente del sujeto se convierte en enemigo y las emociones son el vehículo en el que es posible perderse por derroteros más que inciertos. Eso es en el plano personal, pero queda por tratar el impacto que tiene el inconsciente de la masa.

ÁNGEL NÚÑEZ

(Fragmento de su ensayo “El homo argentii y el síndrome del desempleado”)

 

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