domingo, diciembre 7, 2025
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La caza como solución

Por Alfonso de la Vega

Sea responsabilidad o no de un experimento de laboratorio catalán el actual brote de peste porcina que llevaba erradicada treinta años la proliferación de jabalíes es sumamente perjudicial desde muchos puntos de vista. Entre ellos la propagación de epizootias. 

Estamos en plena temporada cinegética de caza mayor y menor. Tras la famosa berrea cuando los venados lucen cornamentas ante hembras más o menos libidinosas o en edad de merecer, ya suele haber llovido en el otoño de la España seca central. Es época de monterías, las manchas ahora están húmedas y permiten que los perros puedan trabajar a su gusto. Pero esta estampa tan tradicional en nuestras sierras y nuestros campos de cultivo se ve dramáticamente alterada hoy por el fanatismo y la ignorancia de animalistas, ecologistas y demás gentes de pocas entendederas. Dentro del proceso de destrucción de la economía rural, y de la naturaleza en que están empeñados se ha puesto de moda entre gentes fanáticas y desbaratadas atacar a la caza y a los cazadores. Gentes que ignoran la importancia de los depredadores en la homeostasis de los ecosistemas.

Hasta hace no mucho los animalistas típicos y tópicos constituían una abigarrada fauna de damas histéricas, fanáticos, ignorantes urbanitas, traumatizados por el síndrome de la madre de Bambi, y recias ancianas defensoras de las viejas glorias del Imperio Británico. Como es natural, no se les solía hacer mucho caso pero ahora con las ingentes subvenciones dedicadas a socavar la sociedad civil, la promoción del pensamiento débil y la impuesta hegemonía de la posverdad, lo peligroso es que cada vez tienen más poder para imponer despóticamente sus chifladuras que originan graves problemas de todo tipo incluso sanitarios como estamos viendo. 

Sean contra la caza, la tauromaquia, la gastronomía con proteína animal o cualquier otra actividad que se les meta en el entrecejo, sus diatribas incluso están encontrando eco en las leyes y normativas además de en cierta opinión pública ignorante o entontecida. 

La caza es un ejercicio que participa tanto de lo cultural, como sociedad humana como de lo natural, propio de los ecosistemas donde constituye elemento básico de la cadena trófica. Y por supuesto, de las complejas relaciones entre una cosa y otra. 

La caza, el verdadero ejercicio de la caza que no es pegar tiros sin ton ni son a todo lo que salga y que para los buenos aficionados tiene más que ver con la calidad que con la simple cantidad, se está deteriorando en España como ya lo ha hecho en otros países occidentales. Las causas son variadas y admiten análisis diferenciados por especies y ecosistemas concretos. Los que no conocen bastante la actividad suelen considerarla un ejercicio cruel que desacredita moralmente a sus practicantes. Esto puede ser relativamente cierto en algunos casos cuando se trata de la caza de piezas criadas en granjas que tienen disminuidos su resistencia física o su instinto de defensa o que apenas conocen el escenario a donde han sido trasplantadas. O en el de ciertos métodos de caza furtiva. Pero me gustaría ver qué lograrían cazar gentes a las que se les antoja cosa tan fácil. 

Problema grave es el de las enfermedades que puedan afectar a determinadas especies cinegéticas, como es el caso emblemático de la mixomatosis del conejo. O de la rabia en zorros o de la peste porcina en jabalíes. Un problema que no sólo afecta a estas especies sino a sus grandes depredadores especializados, joyas de nuestra fauna salvaje, como el lince o el águila imperial. 

Otra cuestión es el cambio en las cadenas tróficas y los recursos ambientales de supervivencia producidos por el deterioro de los sistemas agrarios modernos. Con los avances de la agricultura química y el despotismo burocrático de la PAC, cada vez el medio es más hostil para la mayoría de nuestras especies emblemáticas de caza menor. Los sistemas agrarios se simplifican, apenas hay ya agricultura y la que hay se encuentra crecientemente saturada de productos tóxicos. Los campos se abandonan, con ellos los setos, y las especies invasoras van ocupando el terreno donde antes la perdiz o la liebre encontraban su protección y alimento. Algunas especies alteran su vocación nómada por razón de su dieta alimentaria. Así por ejemplo grupos de codornices habitantes de áreas templadas de regadío que probablemente se hacen sedentarias y pasan el invierno en España porque no tienen suficientes reservas grasas para arrostrar grandes migraciones.

Sin embargo, el monte abandonado y sin pastorear ni cuidar como propugnan los ecologistas de todo a cien además de facilitar incendios constituye un hábitat que permite una mayor proliferación de jabalíes y de zorros, vehículos éstos de transmisión de la rabia. En algunas sierras se crían venados en las fincas casi como una explotación ganadera extensiva más, aunque de mayor valor añadido. 

Hay un aspecto energético muy importante a considerar, cara a su necesaria regulación. En los ecosistemas naturales existen equilibrios en la cadena trófica o alimentaria entre las diferentes especies en juego. Sobre la productividad primaria vegetal actúan los herbívoros, los depredadores controlan el número de individuos de una especie en el ecosistema. Abundan si hay muchas presas a depredar, escasean si éstas faltan. Su población no aumenta cuando la energía que emplean para capturar una presa es mayor que la que la presa le proporciona como dieta. Las armas de fuego supusieron ya una alteración en estas reglas de juego de la naturaleza. Pero ahora a demás hay que contabilizar el coste energético de los desplazamientos hasta los cazaderos más alejados en vehículos a motor. Así, el valor energético de una perdiz o de una liebre no compensa de ningún modo el coste energético empleado en su captura. Roto el equilibrio de regulación natural cuando las piezas resultan más raras aún aumenta más el presupuesto energético de su captura.

Y algo similar ocurre también con la pesca industrial en cuyo estudio de dinámica de poblaciones habría que añadir la influencia del tamaño de los peces, tanto en la conservación del ecosistema marino cuanto en el montante de biomasa extraída. Y el esfuerzo pesquero. En general, los sistemas más artesanales de pesca tradicional permiten mantener la biomasa de los ecosistemas pesqueros. En efecto, atendiendo al papel de la energía en los ecosistemas naturales y en los sistemas agrarios y el ámbito de la sociedad, la caza debe ser regulada con criterios científicos para proteger los ecosistemas y con criterios sociales para proteger la especie más desprotegida, asediada y amenazada de extinción de nuestros campos: el habitante en el área rural, el resistente en la España vaciada.

Ahora bien una cosa es su regulación basada en criterios científicos o agronómicos y otra muy distinta su mendaz prohibición. El caso de los jabalíes es un buen ejemplo. Sin apenas depredadores naturales las actuales prohibiciones o dificultades para su caza unidas a su gran fecundidad y adaptabilidad omnívora han posibilitado que proliferen sin control incluso en zonas urbanas, causando graves accidentes de tráfico, algunos mortales o perpetrando importantes destrozos en terrenos de cultivo e incluso en parques. 

Al parecer, VOX es la única institución política que demostraría firme voluntad de defender sin complejos a todos los amenazados por el fanatismo animalista que campa a sus anchas por los biotopos WOKE. Amenaza que se extiende con ellas a toda una tradición rural polivalente y poli profesional, garante de la biodiversidad de los ecosistemas naturales y de la misma supervivencia del amenazado mundo rural. No deja de ser curiosa la dictatorial posición de los animalistas. Es comprensible que a muchas personas no les guste la caza, la pesca o los toros. Es coherente si mantienen una dieta vegetariana o no se usan zapatos o prendas de piel. No se obliga a nadie a cazar, ir a los toros, comer carne o pescado o a calzar zapatos de piel. 

Lo que sí demuestra despotismo es la funesta manía de prohibir lo que no gusta o no se entiende. Ese tratar de imponer lo que se considera acertado desde una supuesta superioridad moral que no se justifica en nada objetivo salvo sus prejuicios.

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