Hace muy pocos días, Cáritas Española, institución dependiente de la Iglesia Católica, nos informaba que desde que Pedro Sánchez está en el poder como sátrapa en España, la clase media española se erosiona y empuja a miles hacia la pobreza extrema.
Según el IX Informe sobre exclusión y desarrollo social de la Fundación Foessa (Cáritas), 4,3 millones de personas viven en exclusión severa, un 52% más que en 2007. De ellas, 1,4 millones son menores, lo que representa un tercio del total.
“No fallan las personas, está fallando el sistema”, advierte Cáritas.
El estudio, presentado este mes, radiografía una realidad marcada por precariedad laboral, precios de vivienda disparados, desigualdades heredadas y servicios públicos insuficientes. Tener empleo ya no garantiza escapar de la pobreza: el 67% de hogares en exclusión moderada y el 53% en exclusión severa cuentan con al menos un miembro trabajando.
España figura entre los países europeos con mayores tasas de desigualdad. El 29% de los menores sufre exclusión social, y uno de cada cuatro hogares enfrenta barreras severas para acceder a una vivienda digna. El empleo ya no protege
La temporalidad, la parcialidad involuntaria, los falsos autónomos y los bajos salarios han generado una nueva categoría: los trabajadores pobres. Los jóvenes son los más golpeados: inician su carrera con sueldos entre un 15% y un 30% inferiores a los de generaciones anteriores, una brecha que no se cierra con los años. Vivienda: el gran divisor social
Cáritas es tajante: “La vivienda se consolida como factor determinante que redefine la estructura social, incluso más que los ingresos”.
- 3,9 millones de viviendas vacías coexisten con una creciente dificultad para acceder a un hogar.
- El 45% de los inquilinos a precio de mercado está en riesgo de exclusión, el dato más alto de Europa.
- El 10% más rico concentra el 54% del patrimonio nacional; el 50% más pobre, solo el 7%.
El informe recuerda el artículo 47 de la Constitución: “Todos los españoles tienen derecho a una vivienda digna”, y exige priorizar este derecho frente a la especulación.
La pobreza se hereda
El ascensor social está roto desde que la presunta democracia mal gobierna España.
Los hijos de padres con bajo nivel educativo tienen el doble de probabilidades de caer en exclusión. Si uno de los progenitores es extracomunitario, el riesgo se multiplica por 2,4.
Un joven sin ESO multiplica por 2,7 sus chances de exclusión severa. Ni españoles ni “pasivos”
El 69% de personas en exclusión severa son españolas. Cáritas desmiente que sea un problema importado o de inactividad: el 81% de estos hogares realiza actividades de inclusión (estudios, formación, búsqueda activa de empleo o atención social).Los inmigrantes extracomunitarios, sin embargo, lo sufren con mayor intensidad: el 24% vive en exclusión severa, cuatro veces más que la media.
España ensancha desigualdades.
“El crecimiento, por sí solo, no corrige la desigualdad; puede agravarla”, señala Raúl Flores, coordinador del informe.
Medidas como el Ingreso Mínimo Vital o la protección a parados mayores de 52 años son “parches”. Cáritas reclama un nuevo pacto social que cuestione la meritocracia y el crecimiento ilimitado.
El 75% de los jóvenes cree que vivirá peor que sus padres; el 80% se siente ignorado por las instituciones. El 43% está insatisfecho con la democracia.
“No es una crisis juvenil, es una crisis de toda la sociedad”, concluye Cáritas.
Piden replicar el esfuerzo hecho con las pensiones para proteger a niños, jóvenes y vulnerables: “No es utopía, es prioridad”.
Todo lo especificado en este texto, es el resultado de una presunta época de resurgir ideológico, donde discursos progresistas camuflan ecos totalitarios, persiste una benevolencia académica y activista hacia el comunismo que ignora sus raíces más crudas. La gente del siglo XXI pide que no se le cuente la verdad, porque es incómoda. Hay que contarles mentiras se cómodamente se adapten a los simples cerebros de una población, como la española, con una capacidad de comprensión lectora básica y que no es capaz de analizar una frase que contenga más de 300 letras, como si fuera un texto de una conocida red social.
Críticos como el historiador británico Robert Conquest han advertido durante décadas sobre esta «ignorancia deliberada». Un ejemplo paradigmático: Vladimir Ilich Ulianov, Lenin, no fue el paladín igualitario de la propaganda soviética, sino un teórico que vio en el sufrimiento masivo un catalizador dialéctico para derrocar el orden burgués. Documentos desclasificados y testimonios contemporáneos revelan cómo, desde su juventud, celebró hambrunas como herramientas revolucionarias, una visión que culminó en políticas deliberadas que costaron millones de vidas.
En 1891-1892, una hambruna devastó el valle del Volga, matando entre 400.000 y 500.000 personas por enfermedades y desnutrición. Mientras novelistas como León Tolstói, la Cruz Roja Norteamericana y el Zar Alejandro III movilizaban ayuda masiva, el joven Lenin –abogado en Samara, epicentro de la crisis– no solo se abstuvo: la rechazó ideológicamente, argumentando que el hambre aceleraba el socialismo al proletarizar a los campesinos y erosionar la fe en Dios y el zar.
Esta postura, documentada en memorias de correligionarios y archivos históricos, se repitió en 1921-1922, cuando políticas bolcheviques provocaron una catástrofe que afectó a 27 millones y mató entre 3 y 5 millones, según la Academia Rusa de Ciencias.
Lenin, nacido en 1870 en Simbirsk (hoy Uliánovsk), creció en una familia acomodada, con mucho dinero para su época. Su padre era Ilya Ulianov, inspector educativo con un título nobiliario menos, concedido por el Zar. Accedió a la Universidad de Kazán para estudiar Derecho, un privilegio inaccesible para el 90% de los rusos. Su radicalización marxista coincidió con la gran hambruna de 1891-1892, causada por sequías y malas cosechas.
Mientras Lenín consideraba que el hambre del pueblo era una herramiento revolucionaria, Tolstói abrió comedores en Yasnaya Polyana, recaudando fondos globales. Estados Unidos envió cinco barcos con 10.000 toneladas de grano, campaña liderada por Clara Barton. El zar respaldó u se volcó organizando comités locales para paliar la hambruna.
Richard Pipes, en su libro “La Revolución Rusa” (1990), detalla cómo estas iniciativas de los Estados Unidos y del propio Zar, salvaron innumerables vidas. Pero Lenin, como buen comunista y con una hacienda familiar que le proporcionaba buenos alimentos con los que sorteaba la crisis alimentaria, situada en Alakáievka, ignoró la crisis.
En el Libro Negro del Comunismo (1997), obra coordinada por Stéphane Courtois, catedrático en Historia francés, y por Nicolas Werth, se hace una cita que nos muestra quién era Lenin: «Fue el único representante de la intelligentsia local que no solamente no participó en la ayuda social a los hambrientos, sino que se pronunció categóricamente en contra de la misma».
Alexey Belyakov (1869-1927), marxista campesino y amigo de Lenin en Samara, nos dice en sus memorias “Юность вождя” (que intentó publicarlas y hasta el año 1960 estuvieron censuradas en Rusia por aparecer Lenin como un ser mundano) como estando juntos en cervecerías como Zhiguli, donde Lenin exponía sus ideas, Lenin expuso ante sus amigos, que el hambre del pueblo favorecía la expansión del comunismo entre las clases más populares.
En las páginas 80-82 de ese libro de memorias dice Belyakov que «Vladimir Ilich Ulianov tenía el valor de declarar abiertamente que el hambre tenía numerosas consecuencias positivas, a saber, la aparición de un proletariado industrial, ese enterrador del orden burgués. (…) Al destruir la atrasada economía campesina, el hambre, explicaba, nos acerca objetivamente a nuestra meta final, el socialismo. (…) El hambre destruye no solamente la fe en el zar, sino también en Dios».Belyakov no era disidente; era aliado u amigo de Lenin. Sus palabras, verificadas en el Instituto Hoover, muestran un Lenin que priorizaba la dialéctica sobre la humanidad. «Era frío, calculador», escribió Belyakov, según extractos desclasificados.
Expertos consultados coinciden. Orlando Figes, autor de A People’s Tragedy (1996), afirma en entrevista reciente (The Guardian, 2024): «Lenin no erradicó la pobreza; la usó como palanca».
El historiador ruso Sergei Volkov, del Instituto de Historia Universal de Moscú, añade: «Estos documentos desmontan la narrativa heroica; revelan cinismo ideológico».
Tras 1917, la política de Prodrazvyorstka –requisas masivas de grano por parte de los comunistas en Rusia – desencadenó la catástrofe de 1921-1922.
Alec Nove, en An Economic History of the USSR (1969), documenta que los comunistas hicieron exportaciones de grano a Europa, dedicando ese dinero a la industrialización de Rusia, pese a la miseria interna.
Ante ese hambre al cual le llevaron los comunistas al pueblo ruso, surgió un movimiento solidario: Yekaterina Kuskova lideró un comité con apoyo de la Cruz Roja desde EE.UU. (700.000 toneladas vía ARA, salvando 10 millones, según el periodista Herbert Hoover) y la Iglesia Ortodoxa. Lenin inicialmente rechazó esta ayuda insultándola como: «sensiblería burguesa».
En julio 1921 Lenín aceptó «un vagón o dos». Pero el 26 de agosto de 1021, ordenó disolver los comités de ayuda al pueblo ruso, tal y como figura en Collected Works (Vol. 42, Marxists Internet Archive): Decía Lenin; «Hemos de impedir rigurosamente que Kuskova pueda molestar. (…) Ridiculizar a ‘Kukishi’ de cien maneras. (…) Deben ser acosados».
La Cheka detuvo líderes de esa organización para alimentar al pueblo ruso y el partido comunista la difamó. Los comunistas instrumentalizaron la hambruna contra la Iglesia Ortodoxa.
En una carta al Politburó (19 marzo 1922, Biblioteca del Congreso) Lenin decía: «Ahora y solo ahora, cuando las personas se consumen (…) podemos perseguir la eliminación de propiedades de la iglesia con energía frenética. (…) Cuanto mayor sea el número de representantes del clero reaccionario (…) que logremos acribillar, mejor». El resultado: 8.100 ejecuciones en 1922 (2.691 sacerdotes, 1.962 monjes, 3.447 monjas), ver Libro Negro del Comunismo y archivos de la Iglesia Ortodoxa, y el libro de R.J. Rummel, en Lethal Politics (1990), el cual estima que Lenin fue responsable en esa época de un millón de muertes por pugas políticas, y de 3,9-7,75 millones por hambrunas (1918-1924) en Rusia, Kazajistán y Tartaristán.
Esta hambruna no fue accidental como la del año 1891 en Rusia; esta si fue deliberada, creada por Lenin para eliminar los kulaks, centralizar el poder y financiar el Estado exportando al extranjero los cereales que alimentaban a los pobres que los cultivaban.
Ignorar los 100 millones de muertos del comunismo en el siglo XX, nos lleva a repetir errores históricos bajo máscaras progresistas.
Para Pedro Sánchez, la pobreza y la desesperación por el hambre del pueblo español, es también un arma política. Paguitas, destrucción de la agricultura, de la ganadería, de la pesca, de los autónomos y de las PYMES, es parte de una ideología comunista de la cual ya tenemos antecedentes terribles. ¿Vamos a repetirlos?

