En un país donde la política parece devorar cualquier rastro de humanidad, el caso de Alpedrete ha destapado no solo una tragedia familiar lacerante, sino también la frialdad calculada de un líder que prioriza el relato ideológico sobre el dolor ajeno. El pasado 17 de noviembre, los hermanos Diego y David Ródenas Écija, hijos de Juan Pedro Ródenas Casado y María del Pilar Écija Moreno, publicaron en X un manifiesto desgarrador que trasciende el mero lamento: es un alegato contra un sistema que, según ellos, abandonó a su familia durante años, ignorando súplicas de ayuda hasta culminar en la muerte de sus padres. En ese texto, firmado con orgullo, los jóvenes no solo defienden la memoria de unos padres a los que describen como «ejemplares, únicos y el mejor posible», sino que suplican algo tan básico como el respeto: «Por favor, pedimos respeto. Déjenlos descansar en paz. Déjennos en paz. NO MENCIONEN EL NOMBRE DE NUESTROS PADRES».
Hola por favor, os pedimos que divulguéis la verdad de lo sucedido.
A mis padres los mataron,
Mis padres eran ejemplares, eran únicos.Ayúdanos a dar voz a la verdad y a pedir justicia por mis padres.
Difunde y comparte.#JusticiaAlpedrete https://t.co/tnZ1tZTCH8 pic.twitter.com/8vvF1ABAyB— rodenasecija (@rodenasecija) November 17, 2025
El manifiesto, que ha sido compartido miles de veces y ha generado un torbellino de reacciones en redes, pinta un retrato demoledor de negligencia institucional. Los hermanos relatan cómo su padre, un hombre que luchó «día a día» junto a su esposa por el bienestar familiar, solicitó ayuda durante «muchísimos años» ante un sistema que lo ignoró, rechazó y silenció, probablemente por una enfermedad mental. «Fuimos una familia feliz, estable, complementaria», escriben, cuestionando si merecían ser tratados como un «estorbo». Culpan directamente al «sistema» de haber «matado» a sus padres, dejando a dos huérfanos con «una vida por delante» en un limbo de silencio oficial. Agradecen al alcalde de Alpedrete por darles voz en las noches del 16 y 17 de noviembre, pero su mensaje central es un ruego por privacidad: no conviertan esta herida abierta en munición política. «Somos, fuimos y seremos orgullosamente alpedreteños», concluyen, un cierre que destila fatiga ante el escrutinio público.
Pero en medio de este clamor por decoro, irrumpe Pedro Sánchez, presidente del Gobierno, con una publicación que huele a oportunismo puro. El mismo día 17, Sánchez tuitea un mensaje genérico pero inequívocamente dirigido al caso de Alpedrete: «Frente a la violencia machista no hay medias tintas: o estás con las víctimas o con los negacionistas que blanquean a los agresores. Quien menosprecia el impacto de esta violencia no es digno de representar a la ciudadanía». ¿Casualidad? Improbable. Fuentes periodísticas confirman que Sánchez identificó explícitamente el caso en su intervención, mencionando nombres y detalles que los hijos habían rogado no divulgar. Mientras los hermanos Écija imploran paz para sus padres —hallados sin vida en un chalet, con la madre víctima de 50 puñaladas presuntamente a manos del padre, quien se suicidó después—, el líder socialista los arrastra al centro del debate nacional, etiquetándolos implícitamente como «negacionistas» o defensores de agresores. Es el colmo de la falta de escrúpulos: un hombre en el poder, padre de familia él mismo, pisotea el duelo de dos chavales que apenas superan la veintena, todo por apuntalar su narrativa de firmeza contra la supuesta violencia de género.
Esta no es la primera vez que Sánchez demuestra esa opacidad moral. Recordemos cómo ha instrumentalizado tragedias pasadas —desde el caso de la Manada hasta otros asesinatos— para posar de paladín de algo que solo está en su cabeza. En Alpedrete, la autopsia confirmó el horror: la mujer murió antes que su marido, en un suceso que la Guardia Civil investiga como posible crimen machista. Pero los hijos no niegan los hechos; al contrario, los contextualizan en un abandono crónico de servicios sociales y sanitarios que, según su relato, ignoró las quejas de su padre y de toda la familia durante años. ¿Y la respuesta de Sánchez? No un gesto de empatía privada, no un compromiso por auditar fallos institucionales, sino un tuit incendiario que aviva la polarización y expone a los huérfanos a un linchamiento digital. Las respuestas a su publicación familiar rebosan de insultos: «Sois basura», «Estáis enfermos», «Vuestra madre no merecía hijos como vosotros». ¿Quién alimenta ese odio? Un presidente que, en lugar de callar y respetar, opta por el espectáculo.
La falta de escrúpulos de Sánchez con estos «chavales», como los llama el pueblo, es reveladora de un liderazgo vacío. Estos jóvenes, orgullosos de sus padres pese al abismo, no piden absolución ni victimismo; solo respeto. Respeto por una madre y un padre que, en su versión, fue «único». Respeto por no ser peones en la guerra por su propia supervivencia que Sánchez libra desde Moncloa. En un manifiesto que cierra con firmas temblorosas —»Diego Ródenas Écija – David Ródenas Écija, hijos orgullosos»— , ellos elevan una voz que merece ser oída, no silenciada por el ruido de un político que confunde empatía con electoralismo.
Alpedrete no es solo un suceso trágico; es un espejo de las grietas del sistema que Sánchez preside. Si no puede honrar el ruego de unos huérfanos por paz, ¿qué dignidad le queda para representar a una ciudadanía que clama justicia sin espectáculo? Los hermanos Écija lo han dicho claro: déjenlos descansar. Sánchez, en cambio, parece decidido a resucitarlos para su causa. Qué vergüenza, señor presidente. Qué falta de alma.

