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Magdalena del Amo: “El aborto es un ritual deplorable, propio de una sociedad psicópata”

Teníamos intención de escribir sobre el tema de los no nacidos desde que la Comunidad de Madrid anunció hace un par de semanas la nueva normativa de protección a la maternidad y fomento de la natalidad, garantizando un beneficio de cobertura a las familias. Lo más novedoso y loable de esta normativa es la consideración del bebé concebido como un miembro más de la familia, una vez realizada la prueba de embarazo. Esto es, una familia con dos hijos, a la espera de otro se considerará familia numerosa. Esto tiene más trascendencia que un simple beneficio económico. Es un avance ético/moral sin precedentes en nuestra moderna sociedad, porque le confiere al nasciturus una dignidad social y humana en fase de gestación que le ha sido arrebatada. Se podrá decir que, en Madrid, los nascituri tendrán dignidad oficialmente. Quedan enterradas las palabras de aquella ministrilla de infausto recuerdo, del gobierno de Zapatero, que tanto trabajó por la Cultura de la Muerte, Bibiana Aído, y espetó aquello de “es un ser vivo, pero no humano”. Gracias a esta gente analfabeta, pero doctorada en la ciencia del Mal, estamos en esta situación decadente. Pero seguimos luchando por el recobro de la cordura.

Vamos con algunos datos que nos retrotraen a nuestro pensamiento un tiempo atrás, y que nos deberían hacer reflexionar: La “Asociación Médica Americana” declaró en 1859: “El aborto es una destrucción innecesaria de la vida humana”. En 1871 la misma asociación calificó a los médicos que realizaban abortos, de “traidores a su profesión, traidores a sus principios, traidores a su honor, traidores a la humanidad y traidores a Dios”. En 1989 la misma asociación definió el aborto como “derecho fundamental”.

¡Cómo hemos podido caer tan bajo! La humanidad de hoy es mucho más salvaje que la de hace un siglo, aunque llevemos el disfraz de avanzados. Deberíamos sentir vergüenza,

La sociedad se ha ido encanallando de manera acelerada, sobre todo en las tres últimas décadas a medida que la metástasis del relativismo moral se extendía y se iban desdibujando los conceptos del Bien y el Mal, hasta perder completamente la empatía e integrar acciones propias de estados de barbarie que creíamos superados.

La masacre se ha hecho costumbre. Millones de inocentes continúan siendo condenados a muerte y ejecutados sin juicio previo. Ellos lo sufren, pero no pueden hablar, ni votar, ni decidir. Son sus madres ignorantes y carentes de empatía quienes optan por aplicarles la guillotina que la propia ley les regala, rompiendo el proyecto de vida al que toda criatura tiene derecho.

Abortar es eliminar la vida de un ser humano en su primera etapa, aunque determinadas leyes, gestadas en parlamentos irresponsables, lo hayan hecho legal de un plumazo. No es un acto progresista por mucho que los que así se denominan digan lo contrario. Todas las constituciones y leyes sobre derechos humanos coinciden en postular que todo individuo tiene derecho a una vida digna. El aserto no tiene discusión y así se repite y reivindica continuamente. En cambio, si ese derecho se defiende desde el momento mismo de la concepción, surgen los disidentes que cuestionan el comienzo de la vida humana argumentando sobre la ley, la ciencia o el momento a partir del cual el feto es viable. Preferimos  llamarle bebé en gestación, es decir, ser humano independiente de la madre, hijo de Dios, compuesto de un alma inmortal y de un cuerpo en desarrollo al que solo hay que darle tiempo. Se trata, simplemente, de una etapa en la línea de la vida; la primera fase de esta aventura terrenal, sin la cual no pueden ser posibles las demás. El derecho no puede estrangular la moral y usurpar su puesto.

Algunos sectores tildan de retrógrados a quienes defendemos la vida humana desde el instante de la concepción hasta la muerte natural. Arguyen que es una cuestión religiosa, sobre todo al referirse a los cristianos. A esto hay que responder que en el siglo IV a. C. cuando el cristianismo aún no se había instaurado, ya Hipócrates, considerado el padre de la medicina, condenaba el aborto, y actualmente existen activistas ateos y agnósticos que defienden la vida, por no hablar del propio Gandhi, icono de tantos progresistas. Más que una cuestión religiosa es un problema filosófico, biológico, político, jurídico y moral.

Los colectivos antivida, apoyados por la ONU y sus organismos internacionales, han ido tomando posiciones en todo el mundo. A esto contribuyó en gran medida la implementación de la nefasta y totalitaria ideología de género, con sus múltiples sexos y concepción equivocada de la antropología, y la configuración de la llamada subcultura “woke”, que aglutina todas las falacias del elemento progre, desde las cuestiones más  personales e íntimas hasta la política, el cine y el divertimento en general.

Ser progre es un sesgo de la moderna izquierda; el espejo de una inmadurez profunda germinada en los estados del bienestar que deja al descubierto una rebelión contra los patrones identitarios, a la vez que una orfandad no reconocida de ideales propios y consistentes.

Desde sus inicios, la dinámica de los grupos proabortistas ha sido manipular a la sociedad –sobre todo a las mujeres, con el argumento del derecho a decidir sobre el propio cuerpo–, y presionar y forzar a los políticos a aprobar leyes para legalizar el aborto. Para ello se han apoyado en datos falsos y encuestas fraudulentas, todo ello aderezado con el agitprop de los medios de comunicación. Así se ha iniciado el proceso de cambio en Estados Unidos, confesado por el propio doctor Bernard Nathanson, apodado “el rey del aborto”, después de arrepentirse de los miles de abortos realizados. Y de ahí se extendió la dinámica al resto del mundo.

En la actualidad, poner fin a la vida de un bebé en gestación es una operación legal, financiada con fondos públicos, en casi todos los países. En España se han atrevido incluso a proponer la reforma de la Constitución para que se eleve a categoría de derecho constitucional. ¡Como en cualquier dictadura comunista que se precie!

Esta intervención, consistente en poner fin a la vida de los no nacidos, está incluida en el plan de control de la natalidad que el sistema totalitario laicista imperante en los países desarrollados lleva en su agenda. Cada aborto es una señal del triunfo de la muerte sobre la vida, con la particularidad de que las mujeres que se someten a estas intervenciones lo hacen sin la información y asesoramiento adecuados sobre las secuelas físicas, emocionales y espirituales. Al sistema no le interesa que se divulguen las consecuencias no solo para la mujer, sino para el hombre y los hermanos del bebé abortado, tanto presentes como futuros. Existe abundante investigación y casuística a este respecto.

El aborto legal es la herencia del siglo XX de los regímenes ateos, una extrapolación de la ideología nazi y siempre ha formado parte de la agenda de las feministas radicales, herederas de los ideólogos eugenésicos de tiempos pasados, léase Clarence Gamble, Margaret Mead, Simone de Beauvoir, Peter Singer o Margaret Sanger.

Las mujeres que abortan, más que culpables, son víctimas de una sociedad que trivializa todo lo sagrado y se ha acostumbrado a contemplar el aborto como un bien más de consumo. Nuestra sociedad está anestesiada y se ha vuelto necia, permisiva, y muy perezosa para defender su herencia milenaria. Se contempla el aborto con dejadez e indiferencia, prueba de la crisis moral que vivimos, que nos hace incapaces de discernir entre el Bien y el Mal. Resulta preocupante la superficialidad con que se trata este tema tan espinoso en la calle, en el cine y en los medios de comunicación.
Es urgente que desde los diferentes ámbitos del conocimiento: la medicina, el periodismo, la educación, la religión, la ética o la antropología se incida en el horror que supone poner fin a una vida inocente, máxime en una sociedad que tanto presume de defender los derechos humanos. Sin el derecho a la vida es imposible cualquier otro derecho.

(En un próximo artículo trataremos sobre el Síndrome postaborto, un trastorno que, debido a intereses, no está categorizado en el DSM ni en el CIE, a pesar de la abundante investigación al respecto sobre personas que han sufrido las secuelas del aborto provocado).

Datos de mi libro Déjame nacer. El aborto no es un derecho, La Regla de Oro Ediciones, Madrid, 2009.

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Magdalena del Amo
Periodista, psicóloga, escritora y editora, especialista en el Nuevo Orden Mundial y en la “Ideología de género”. En la actualidad es directora de La Regla de Oro Ediciones.
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