lunes, octubre 20, 2025
InicioSociedadGente20/10/20: El día que los malditos protocolos se llevaron a mi padre

20/10/20: El día que los malditos protocolos se llevaron a mi padre

Por Laura González:

«El 20 de octubre de 2020 marcó un antes y un después en mi forma de pensar y ver lo que estaba ocurriendo en realidad. Ese día, mi padre, un hombre fuerte pero con un corazón frágil y debilitado por la tricoleucemia que padecía desde hacía tiempo, nos dejó para siempre. Lo arrancó de nuestro lado un sistema rígido y totalmente deshumanizado que, bajo el pretexto de los protocolos COVID, lo abandonó a su suerte.

Mi padre era un luchador que trabajó toda su vida como una auténtica mula para sacar adelante a su mujer y a sus cinco hijos. En los últimos años, cada otoño, una neumonía lo golpeaba, consecuencia de su delicada salud. Septiembre u octubre eran meses de ingresos hospitalarios, pero, a pesar de su gravedad, siempre salía adelante con el tratamiento adecuado y hacía vida normal. Sin embargo, en 2020 todo cambió. La tarde del 15 de octubre, mientras paseaba con mi madre, enferma de alzhéimer, y su cuidadora, comenzó a sentirse mal. La fiebre alta apareció de repente, cada vez mas alta, por lo que decidimos llevarlo al hospital debido a sus bajas defensas. A regañadientes, porque él en esta ocasión no quería ir, lo llevamos.

Esa noche, el frío era insoportable. El viento cortaba como cuchillos, pero nos hicieron esperar más de 40 minutos en la calle frente a urgencias, siguiendo los estrictos protocolos COVID. Mi padre temblaba, apenas podía sostenerse en pie. Pedí una manta, algo para aliviar su sufrimiento, pero nadie me escuchó. Finalmente, le proporcionaron una silla de ruedas, pero nada más. Tras dos pruebas PCR —la primera negativa, la segunda positiva—, lo etiquetaron como enfermo de COVID y lo trasladaron a la llamada «zona sucia» del hospital. Nos prohibieron verlo, alegando que así lo marcaban los protocolos y que era por «nuestra seguridad». Durante los días que estuvo ingresado, hablamos con él por teléfono. Su voz sonaba algo apagada, desanimada, pero al menos hablaba, no como en otras ocasiones de neumonías en las que era incapaz de pronunciar una palabra. El aislamiento, la soledad, el abandono emocional que sufrió en esa habitación pesaron más que la propia enfermedad. El 20 de octubre, a primera hora de la mañana, recibimos la llamada del hospital: mi padre había empeorado por la noche. Ahora sí, cuando ya no había esperanza, nos permitieron entrar a despedirnos. Nos proporcionaron una mascarilla, una bata, unos guantes, calzas y un gorro, como si eso fuera suficiente para protegernos en una zona que ellos mismos consideraban «tan peligrosa». ¿Por qué ahí sí nos dejaron entrar y antes no? Uno a uno, sus hijos entramos a decirle adiós (yo aproveché el estar a solas con él para quitarme la mascarilla y los guantes para acariciarle y darle un beso de despedida). Poco después, se fue para siempre.

El médico, con una franqueza que aún me estremece, nos confesó que, aunque el certificado de defunción indicaba «COVID-19», mi padre murió «por un poco de todo», dado su delicado estado de salud. Por lo que en ese momento deduje que había que engrosar las cifras de fallecidos por COVID, mantener el miedo vivo. Aquellas palabras del médico retumbaron en mí como una bofetada. Desde el hospital sugirieron que el cuerpo no saliera de allí y que fuera incinerado, «por seguridad», algo a lo que me negué en rotundo y cumplí con el deseo de mi padre: que fuera llevarlo a un tanatorio sencillo, el que había en su pueblo, y enterrarlo en el cementerio. Le dimos un entierro digno como merecía.

Con el tiempo, cuando el dolor me permitió reunir fuerzas, solicité el informe médico de mi padre. No obtuve respuesta. Insistí, pero el hospital se limitó a decir que «no aparecía». ¿Cómo era posible, si todo está informatizado? Tras meses de espera y una visita en persona, me entregaron un informe que mencionaba una «neumonía en el pulmón izquierdo», no la neumonía bilateral asociada al supuesto COVID. Pero lo más desgarrador fue descubrir que, a diferencia de los ingresos anteriores por neumonía, donde siempre le administraban antibióticos, esta vez solo le dieron «sedación mórfica» tal y como venía indicado en el informe. Morfina. Nada más. Lo sedaron, pero no lo trataron.

No tengo conocimientos médicos. Solo cuento lo que viví, guiada por el sentido común. Los malditos protocolos, el miedo y la deshumanización del sistema nos lo arrebataron.

Allá donde estés, papá, siempre estarás presente en nuestra memoria.

D.E.P. »

 

EsDiestro
Es Diestro. Opinión en Libertad
Artículo relacionados

Entradas recientes