Si los manifestantes que boicotearon la etapa final de la Vuelta a España están tan preocupados por lo que el Estado de Israel está cometiendo en Gaza, y si tanto les indigna su participación en eventos como la Vuelta ciclista a España o Eurovisión, ¿por qué no plantan sus pancartas frente a Moncloa? ¿Por qué no gritan sus consignas bajo las ventanas del Palacio? La respuesta es tan obvia como incómoda: porque el gobierno español, ese que dicen representar los valores de la justicia, los derechos humanos y la solidaridad, sigue comprando armamento a Israel. Hipócritas, cínicos, oportunistas.
El imputado delegado del gobierno en Madrid, Francisco Martín, tuvo el descaro de justificar las protestas en la Vuelta aludiendo a los “65.000 muertos en Gaza”, una cifra que, además de ser cuestionable, parece servir más como cortina de humo que como argumento sólido. ¿Qué busca el gobierno con estas declaraciones? ¿Desviar la atención de su propia complicidad? Porque mientras la ultraizquierda y sus aliados en el Ejecutivo se llenan la boca con discursos de derechos humanos, España mantiene contratos millonarios con la industria armamentística israelí. Según datos del Centro Delàs de Estudios por la Paz, España ha importado armas y tecnología militar de Israel por cientos de millones de euros desde octubre de 2023. ¿Dónde está la coherencia?
La Vuelta a España, un evento que debería ser una celebración del deporte, se convirtió en el escenario perfecto para el postureo político. Los ultras, azuzados por la retórica de partidos como el PSOE, Podemos o Sumar, decidieron interrumpir una competición internacional para señalar a Israel, a los corredores del equipo israelí y a poner en riesgo la vida de los ciclistas y del público, pero ignoraron olímpicamente la contradicción de su propio gobierno. Sánchez y sus socios de ultraizquierda no solo mantienen relaciones comerciales con Israel, sino que han evitado cualquier sanción significativa o condena contundente en foros internacionales. ¿Protestas en Moncloa? Imposible. Eso implicaría mirarse al espejo.
Y mientras tanto, el circo sigue. Los mismos que aplauden las protestas en la Vuelta callan cuando se trata de cuestionar las políticas de su propio gobierno. La ultraizquierda, que se autoproclama defensora de los oprimidos, no tiene problema en aliarse con un Ejecutivo que financia, directa o indirectamente, la maquinaria bélica que dicen repudiar. Es el colmo del cinismo: boicotear un evento deportivo para lavar la conciencia, pero sin tocar los intereses económicos que sostienen el statu quo.
Entre los manifestantes, de sobra se sabe que hay organizaciones bien subvencionadas, tal vez por los mismos a los que atacan. Otros, a los que Gaza les importa un pimiento, solo buscan un minuto de protagonismo, creyéndose activistas de no sé qué. Y luego están los ignorantes, los que se dejan llevar por los políticos que admiran o las televisiones que siguen como feligreses sin cuestionarse absolutamente nada. NPC de manual.
La Vuelta no merecía este espectáculo y España tampoco. Los ciclistas, que se dejaron la piel en cada etapa, no merecían que su esfuerzo quedara empañado por una performance política cutre y barata. Si de verdad quieren coherencia, que empiecen por señalar a Moncloa. Pero claro, eso sería pedirle peras al olmo. Hipócritas, cínicos, oportunistas. La meta de la Vuelta fue solo el reflejo de lo que son: pura escoria ignorante, teledirigida y bien pagada.
(por Laura González)