En este mundo actual donde las redes sociales amplifican el veneno más que cualquier maldición de sus novelas, el escritor Stephen King, el autoproclamado rey del horror, ha demostrado una vez más que su verdadera maestría radica en el terror político, no en el ficticio.
Hace apenas unos días, tras el asesinato del joven activista conservador Charlie Kirk —un hombre de 31 años, padre de familia y fundador de Turning Point USA, tiroteado en un evento en la Universidad de Utah—, Stephen King decidió sumarse al festín de difamación póstuma.
En uno de los muchos tuits, que ya ha borrado, el «Mísero» escritor estadounidense acusó a Charlie Kirk de haber «abogado por apedrear a los gays hasta la muerte». Un bulo repugnante, sacado de contexto de un podcast de 2024 donde Kirk citaba un pasaje bíblico de Levítico para criticar la interpretación selectiva de las Escrituras, no para promover violencia. Stephen King no verificó nada, simplemente lo vomitó al mundo, con sus casi 7 millones de seguidores en X como megáfono. El impacto fue devastador. En cuestión de horas, el tuit se viralizó, avivando el fuego de un momento ya trágico. Figuras como el senador Ted Cruz lo tildaron de «mentiroso horrible, malvado y retorcido», mientras que el senador Mike Lee exigió que los familiares de Kirk demandaran a King por difamación, argumentando que había «cruzado una línea» y que sería «costoso». Dave Rubin, un comentarista abiertamente gay, lo llamó «más monstruoso que cualquier personaje que hayas creado», recordando cómo Kirk lo trató con respeto en vida.
El tuit no solo calumnió al joven asesinado, alimentó una ola de odio que podría haber incitado más violencia, en un país ya desgarrado por divisiones políticas donde el asesinato de Kirk se suma a una lista siniestra de atentados motivados por ideología. Y ahora llegan las disculpas. Muchas, repetidas como un mantra forzado: «Me disculpo por decir que Charlie Kirk abogaba por apedrear a los gays. Lo que realmente demostró fue cómo algunas personas seleccionan pasajes bíblicos de manera sesgada». «Me equivoqué, y me disculpo. He borrado el post». «Esto es lo que obtengo por leer algo en Twitter sin verificar los hechos. No volverá a pasar». A buenas horas…
¿Disculpas sinceras? Por favor… Llegan 48 horas tarde, cuando el daño ya está hecho. Millones de impresiones, retuits y capturas de pantalla han perpetuado la mentira. En un ecosistema digital donde el veneno se propaga a velocidad luz, una retractación a posteriori es como echar agua a un incendio forestal después de que ha arrasado un pueblo entero, perdonen el símil por lo que ha ocurrido en España…
King, con su historial de tuits anti-conservadores, no es precisamente un novato; sabe del poder de sus palabras. Pero eligió el impulso visceral sobre la verdad, y ahora finge arrepentimiento cuando el rechazo unánime lo acorrala. Peor aún: estas disculpas huelen a cálculo puro, no a remordimiento genuino. ¿Por qué ahora? Porque el tuit no solo desató una tormenta en X —con más de 29.000 respuestas a uno de sus posts de disculpa, la mayoría burlándose o exigiendo más —, sino que ha acelerado la cancelación que King tanto ha criticado cuando le toca a él. Sus libros, irónicamente, ya enfrentan una purga sistemática en escuelas y bibliotecas de EE.UU.
Ahora ve cómo su propia hipocresía lo devora. Pero el rechazo va más allá. En Irlanda del Norte, la librería Belfast Books ha retirado todos los títulos de King de sus estantes, declarando: «Esperábamos más de ti, Stephen. Tus libros están fuera de nuestras estanterías. Tu disculpa no es suficiente. Hazlo mejor»
Las amenazas de demandas por difamación escalan y en X, el veredicto es unánime: «Demasiado poco, demasiado tarde». Incluso aliados liberales como Peter Boghossian llaman a aceptar la disculpa para fomentar la rendición de cuentas, pero el daño a la memoria de Kirk —un hombre que será recordado por su amabilidad, su carácter dialogante, su tolerancia y por movilizar a la juventud hacia valores patrióticos — es irreparable.
Stephen King, que ha construido una inmensa fortuna aterrorizando con payasos asesinos y hoteles embrujados, debería saber que el verdadero horror no está en las páginas, sino en el odio real que siembra. Sus disculpas son un fino hilo sobre un ego herido, pronunciadas no por empatía hacia un joven asesinado, sino por miedo a perder ventas y reputación. En un país donde la violencia política cobra vidas, como la de Kirk, el «rey del horror» ha demostrado ser solo un temerario bufón imprudente. Tal vez sea hora de que escriba su próxima novela sobre un escritor que difama a los muertos y termina cancelado por su propia pluma. Sería, al menos, un atisbo de justicia poética.