miércoles, septiembre 3, 2025
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Exorcismos y quiebra espiritual

Por Alfonso de la Vega

Ante la indiferencia, pasividad o inutilidad de las instituciones borbónicas para luchar contra el Mal, que en parte ellas mismas promueven, cabe la posibilidad de buscar otras alternativas incluso en fuentes de la mejor Tradición española.

El jesuita P. Mariana lo tenía claro al justificar moralmente desde el punto de vista cristiano nada menos que el tiranicidio. Otros ilustres jesuitas como el P. Gracián explicaban muchas otras cuestiones acerca del buen hacer del político. Saavedra Fajardo, Huarte de San Juan, Cervantes, Calderón o Quevedo no les iban a la zaga en mostrar lo que debiera ser el buen gobierno

Pero también cabe la posibilidad de que la simple comprensión de lo que sucede no baste y que en el presente estadio de degeneración que padece el reino filipino hubiera que recurrir a la práctica de exorcismos.

Benito Remigio Noydens en su famoso Manual de exorcistas, del siglo XVII, daba estas sabias recetas:

 “Cuando el demonio obligado con los conjuros dijo su nombre ha de procurar el exorcista saber su significación porque el nombre que tiene suele declarar su propiedad o natural condición o por mejor decir vicio y pecado que asiste y preside y así puede obligarle a que manifieste la propiedad de su nombre, o el pecado sobre que predomina  y reina para poder así aplicar mejor el remedio con la virtud contraria...”

En algunos energúmenos, como los que el amable lector tendrá en mente, esa relación puede resultar interminable. Pues bien, visto lo que está pasando y en un intento a la desesperada de intentar recuperar la nación para el bien cabría explorar la posibilidad de someter a muchos de nuestros más encumbrados próceres a un liberador exorcismo.

A los que se extrañen de mi propuesta cabría recordarles que no sería la primera vez que se realizasen exorcismos a nuestras más altas autoridades. Así ocurrió con el último infeliz ocupante del Trono de los Austrias y lo mismo también pudiera pasar con los Borbones, con su postrero lamentable representante. Sabemos que el rey Carlos II llamado El Hechizado fue sometido a varios exorcismos.

No deja de ser curioso, virtudes de la Monarquía, que Felipe IV, que dejó abultada descendencia de varias docenas de apuestos, sanísimos y estupendísimos bastardos, sin embargo fue incapaz de dejar heredero legítimo en unas mínimas condiciones. El caso es que el pobre rey Carlos se sometió a varias sesiones exorcistas.

Una muy famosa fue patrocinada por el Padre fray Froilán Díaz a la sazón confesor del rey, a instancias del inquisidor general Rocaberti. Ambos contactaron con fray Antonio Alvarez Arguelles, amigo de ambos y como ellos dominico, que dicen que estaba obrando maravillas en el convento de recoletas de Cangas de Tineo, en Asturias, donde servía como vicario, merced a su rara habilidad para exorcizar: nada menos que tres monjas energúmenas, sus hijas de confesión, estaban a punto de ser curadas moral y físicamente, merced a sus eficaces exorcismos.

Pero la cosa se afectó enseguida con las pugnas en Palacio entre potencias extranjeras y sus capillitas de influencia. Se acusó al buen P. Antonio que sus demonios más que asturianos en bable eran un algo afrancesados, lo que no resultaba admisible para la intriga austriaca. Se discutió la nacionalidad de los demonios que poseían al rey. El emperador Leopoldo facilitó la información, obtenida de un oportuno exorcismo en Viena, que Carlos II estaba hechizado por demonios no afrancesados sino alemanes. Una magnífica noticia para la intrigante reina Mariana de Austria, una auténtica lurpia que diríamos en Galicia. Tras esta revelación se cambió de exorcistas, y vino de Alemania el afamado exorcista capuchino fray Mauro de Tenda.

La pugna entre demonios franceses y alemanes con sus correspondientes exorcistas sería el precedente metafísico de la que luego daría lugar a la Guerra de Sucesión tras la muerte del último tarado Austria sin descendencia.

Por su parte el monje racionalista ilustrado P. Feijoo, nada que ver con el nieto de la estanquera polifacética de Los Peares, al hablar de los energúmenos fingidos denunciaba que lo de la posesión diabólica fuera pretexto para lograr cierta impunidad ante las mayores atrocidades y tropelías: «consideren que un energúmeno fingido, el qual persuade al Pueblo, que realmente lo es, es un sugeto, que sin riego suyo goza de una amplísima libertad para cometer quantos delitos le dicte su antojo, puede matar, quitar honras, cometer hurtos, incendiar pueblos y mieses; en fin arrojarse a quantas violencias quisiere, indemne de que por ello le toquen un pelo de la ropa, porque para todo va cubierto con la imaginación de que el Diablo lo hizo todo, sirviéndose como de instrumento involuntario de aquella mísera criatura».

Sea o no interesado artificio para la impunidad cabe la moraleja: La realidad palpable no deja de ser manifestación de lo que ocurre en el mundo espiritual. Y probablemente haya que buscar en la quiebra y disolución espiritual que hoy padecemos la actual infección de demonios. Sólo encontrando la causa de nuestros males se puede intentar poner remedios con alguna posibilidad de éxito. Así sea.

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