Antes de 2020, cuando en España se producían sucesos extraordinarios, trágicos o fuera de lo normal, tanto a nivel social, político, económico o sanitario, las culpas, siempre se le achacaban al político de turno y creíamos, inocentes de nosotros, que todo se solucionaría cuando se celebraran unas elecciones.
Pero después llegó 2020, año de las grandes enseñanzas, que nos demostró lo equivocados que estábamos y que el problema de España era imposible que lo solucionara el hecho de meter una papeleta en una urna, en primer lugar, porque nos dimos cuenta que no había limpieza electoral y en segundo, porque muchos nos dimos cuenta que el gran problema de España no era el político, sino el social.
El 2020 de los aplausos a las ocho y de los policías de balcón fue demasiado clarificador para muchos, entre los que me encuentro, y todo lo que ha sucedido desde entonces no es más que una prueba evidente de ello. Como dice César Vidal: «El gran problema no es el paisaje, el gran problema es el paisanaje». El gran problema de España no es Pedro Sánc-HEZ y eso es cada vez más evidente porque el tipo no es más que una consecuencia.
A partir de entonces, pasan los años y la cosa va a peor, a mucho peor. La Palma, Valencia, los incendios… y lo que antes era una sospecha, ahora es una certeza, una triste certeza.
Por eso, llegados a este punto, no se pueden imaginar ustedes lo mucho que uno, harto de tanta masa aborregada, pasa de todo. Me da igual lo que diga Sánc-HEZ, por supuesto me importa un pito lo que diga Feijóo y no se pueden ni imaginar lo poco que me importa lo que diga Abascal y los del solo queda tal… Me importa un rábano.
Y es que, a la hora de la verdad, cuando se producen tantos hechos gravísimos como los que estamos viviendo en estos tiempos, la cosa es más que evidente: todos hacen lo que les toca hacer y todos toman el pelo a sus feligreses, sin que estos se den cuenta porque lo único que quieren es que se les alegre la oreja, para que ellos puedan repetir el dogma de turno en el bar, en la comida familiar o en el trabajo.
Son todos lo mismo y cada día está más claro. Hace cuatro años comenzó la eliminación del personal con las jeringuillas, después vino el agua, el apagón y ahora los incendios, y lo único que tienen en común todas esas atrocidades es que las víctimas ya han olvidado y los supervivientes aplauden con las orejas, incluso cuando el caído es un familiar directo.
Por lo tanto, el gran problema de España no es Sánc-HEZ, ni siquiera Feijóo o Abascal, el gran problema de España son los españoles, o por lo menos una inmensa mayoría de ellos.
La cuestión ahora es cuánto tiempo tardaremos algunos en tirar la toalla con nuestros colegas de paisanaje definitivamente, porque ya estamos en el punto de la desidia, de pasar de todo, de darnos todo absolutamente igual y de tratar de ver los toros desde la barrera, ante el despiste del personal.
Y ustedes, ¿en qué punto están?