Por Alfonso de la Vega
Como es sabido, el Tratado de Versalles, firmado en 1919, fue un acuerdo de paz que puso fin oficialmente a la Primera Guerra Mundial y provocó una gran reacción nacional, que favoreció el ascenso del partido nacionalsocialista que prometió revocar el tratado y restaurar la grandeza de Alemania. Las reparaciones de guerra impuestas generaron una grave crisis económica, lo que alimentó el descontento social y la crisis de la República de Weimar. Los resentimientos generados por el Tratado de Versalles se considera que están en los orígenes mediatos de la Segunda Guerra Mundial, de modo que es considerado por muchos historiadores como un error que no logró garantizar una paz duradera y que, en cambio, sembró las semillas de futuros conflictos.
Aunque algunos propagandistas del NOM y la Agenda 2030 proclamen las maravillas del contubernio de Escocia perpetrado entre Trump y la Úrsula el asunto es preocupante. Viene a representar un segundo tratado de Versalles, otra “puñalada por la espalda” como decían entonces los muchos alemanes descontentos con su firma que padecieron sus resultados. En efecto, se trata de una gravísima traición, otra más, de unas instituciones deslegitimadas al servicio real de la tiranía como es la presente UE. Pero también es revelador. No debiéramos sorprendernos a estas alturas: precisamente la UE es una organización globalista, despótica, liberticida, no democrática, dirigida a someter y arruinar a los pueblos europeos en beneficio del gran capital y que con este tipo de canalladas muestra otra vez su verdadera naturaleza profundamente lesiva para los legítimos intereses de la ciudadanía y naciones europeas.
La Alemania agraviada reaccionó entonces contra las fechorías aliadas pero no parece que algo similar vaya a suceder ahora, porque el poder ilegítimo actual trata de desactivar los movimientos patrióticos de protesta que surgen en casi todos los países. Y además gran parte del personal vegeta obnubilado, sin acertar la mano con la herida. Quizá cabe suponer que cuando las consecuencias de la criminal desindustrialización, la destrucción del patrimonio natural o sabotaje del sector agrario a las que se quiere someter a Europa empiecen a mostrar su verdadera cara acaso ya sea demasiado tarde. Hace un siglo cuando financieros y ciertos magnates o empresarios poderosos desestabilizaron el viejo orden liberal se produjo el auge de movimientos socialistas indeseables con variantes tales como el fascismo, el estalinismo, el nacionalsocialismo o aquí el Frente Popular. Ahora, los nuevos totalitarios no llevan uniformes con correajes ni desfilan en orden paramilitar cerrado. Al contrario, peroran con falaz neolingua, mantienen la impostura democrática vaciando de contenido las instituciones nacionales. Los más leídos presumen de hablar en la lengua de los piratas, de fabianismo y lucrativo diploma de la London School of Economics. Los más, forman los presentes mamporreros, desquiciada esperpéntica poliamorosa carne de cañón del socialismo redentor y coartada de la revolución pendiente. Adictos a la paguita en vena que pretenden jubilarse sin haber dado un palo al agua. Candidatos al reemplazo con feroz población africana.
Como bien sabemos los españoles, el Imperio ha demostrado muchas veces su hipocresía y extrema crueldad, usa y abusa a discreción de sus vasallos, recurriendo a la violencia o la falsa bandera cuando le conviene. La despreciable y corrupta casta política europea encaramada en la cucaña institucional le viene muy bien para esos fines. Las élites americanas implicadas en el odioso crimen impune de la pederastia y provocadoras de guerras y calamidades por doquier a fin de mantener su poder y enriquecerse tampoco pueden dar lección alguna de moral o filantropía. Tras la negativa a publicar las listas de Epstein se pretende ignorar esta monstruosa historia de explotación de menores, la esclavitud sexual de niños, en la que estaría sumida gran parte de la élite estadounidense, al parecer según se ha publicado incluido el propio Trump, cuyo lema electoral principal era: abrir las listas, castigar a los culpables. Pero ahora nos cuentan que no, que no hay lista, ni que tampoco importa. Sin embargo, los datos fueron recopilados gracias al llamado «tarro de miel», un plan para involucrar a la élite política con el posterior chantaje. Se ha denunciado que la Inteligencia israelí estaría detrás de esto, y que la política de EEUU muestra su indignidad y degeneración sin control democrático alguno. Las consecuencias son tremendas.
Además, con el fin de ocultar su fracaso y el descrédito total en la sociedad americana, Trump ahora puede culpar a Putin, desencadenar una nueva guerra o, también contra lo prometido, provocar una escalada en Ucrania. Esto desviaría la atención pública de las listas criminales de Epstein. Es tremendo pensar que un grupo de pedófilos depravados que dirigen Occidente podrían decidir provocar un conflicto nuclear solo para evitar ser expuestos y mantener su corrupto poder. Es un escenario hoy más probable que nunca.
En El Arte de la guerra Maquiavelo se preguntaba acerca de los males de su querida Florencia natal, relacionados con la actitud de los príncipes italianos de entonces, entre sí y en relación con los avances imperiales de su época. Un frívolo pacifismo que se asusta de todo lo que suene a esfuerzo o sacrificio. El lujo había sustituido a la voluntad, la energía o el sacrificio. Seguridad, comodidad, ocio decadente que diluyen a la antigua grandeza. Cabría preguntarse qué se podía hacer para salir de la amargura y deterioro presentes, de esa estupefaciente dejadez. Y Maquiavelo busca soluciones en el pasado de Roma: la solución se encuentra en recuperar la antigua virtù romana que ha de sustituir a los actuales vicios. Hace falta un «príncipe» nuevo con virtù romana para superar a la nación de su postración.
Castiglione en El Cortesano abundaba en esa idea poniendo como ejemplo a nuestra Isabel la Católica por su “manera divina de gobernar”, su voluntad bastaba para que cada uno se abstuviese de hacer nada que pudiese desagradarla por que todos sabían que tanta era su justicia para castigar como su liberalidad para premiar. Y todo eso dependía del “maravilloso juicio que tuvo en conocer y escoger los hombres más aptos para los cargos que les confiaba.”.
Ahora el poder adquisitivo de los súbditos españoles de Su Majestad está anclado en los valores anteriores al euro. Un cuarto de siglo perdido. Peor aún: España es hoy un Estado fallido, aunque nos podemos consolar con que también están así la mayoría de las organizaciones occidentales incluidas la UE o EEUU. No es problema solo de derecho constitucional, de diseño de la Politeia o estructura de Poder, de las relaciones u organización de carácter institucional sino del imprescindible espíritu que debe animarlas. De esa virtù a la que se refería Maquiavelo o la habilidad para gobernar de Castiglione. Una de las razones por las que nuestros teóricos del Estado durante el Siglo de oro hacían hincapié en la formación de los príncipes y la selección de personal estribaba en tal convencimiento. Pero la realidad desgraciadamente es otra: en este desquiciado y desahuciado reino borbónico a merced de la corrupción sistémica del Régimen, la prostitución, el proxenetismo y los chantajes sexuales, ningún partido parlamentario o con posibilidades de serlo incluso aunque no haya pucherazo se pronuncia por intentar escapar de la trampa de la UE y la OTAN.