En los últimos años, el lenguaje de los jóvenes españoles, especialmente aquellos inmersos en el universo de TikTok y las redes sociales, ha experimentado una transformación que, lejos de ser un simple cambio generacional, roza lo preocupante.
La proliferación de términos y muletillas como «en plan», «¿vale?», «osea» y «obviamente» no solo refleja una ridícula moda , sino que pone en evidencia un empobrecimiento expresivo que amenaza la riqueza del idioma español. En este artículo analizamos con ojo crítico este fenómeno, desentrañando sus causas y consecuencias.
La invasión de las muletillas: un lenguaje en piloto automático
Si uno escucha a un joven «influencer» en TikTok o Instagram, es casi imposible no tropezar con un «en plan» cada dos frases. Esta expresión, que en teoría sirve para introducir una idea o ejemplo, se ha convertido en un comodín vacío que sustituye cualquier intento de precisión. «¿Vale?» aparece al final de las frases como un tic nervioso, una súplica de validación constante que denota inseguridad más que interacción genuina. Por su parte, «osea» –pronunciado con ese énfasis alargado tan característico– se usa para aclarar, pero en realidad confunde, porque rara vez aporta algo nuevo al discurso. Y qué decir de «obviamente», una palabra que no solo los jóvenes, sino también periodistas y comunicadores de mediana edad, han adoptado como muletilla para darse una pátina de autoridad, aunque la mayoría de las veces lo que sigue no es obvio en absoluto.
Estas expresiones, repetidas hasta la saciedad, son una señal de pereza lingüística. En un entorno donde la inmediatez reina, las palabras se desgastan, pierden su función original y se convierten en ruido. Los jóvenes, bombardeados por contenido efímero, imitan a sus ídolos de las redes, quienes a su vez replican un patrón de habla que antepone la forma sobre el fondo. El resultado es una comunicación que suena vacía, predecible y, francamente, agotadora.
Los ídolos en las redes: los nuevos (y cuestionables) guardianes del lenguaje
Los autoproclamados líderes de opinión en plataformas como TikTok o Instagram, son en gran medida responsables de esta estandarización del lenguaje juvenil. Con millones de seguidores, estos creadores de contenido no solo venden productos o estilos de vida, sino también formas de hablar. Sin embargo, su discurso suele carecer de profundidad, recurriendo a frases hechas y muletillas para rellenar vacíos. Este fenómeno no es exclusivo de los jóvenes: figuras públicas, incluidos algunos periodistas reconocidos, han adoptado de forma repetitiva términos como «obviamente» para sonar modernos o cercanos, pero terminan cayendo en el mismo círculo vicioso de repetición y banalidad.
El problema no es que los jóvenes hablen de forma diferente –el lenguaje siempre ha evolucionado con las generaciones–, sino que esta evolución parece estar dictada por la superficialidad y la imitación acrítica. En lugar de crear un lenguaje propio que refleje su realidad, muchos jóvenes adoptan un léxico importado, influenciado por anglicismos y por la cultura de la inmediatez que promueven las redes. Palabras como «random», «cringe», «outfit», «look», «hater», «cool»,»crush», «spoiler», «gym» o «hype» se cuelan en el vocabulario cotidiano, desplazando términos en español que podrían ser igual de efectivos.
Este fenómeno no solo evidencia una desconexión con la riqueza del idioma, sino también una colonización cultural que pasa desapercibida.
¿Una generación sin matices?
La repetición constante de muletillas y la adopción de un lenguaje simplificado tienen consecuencias más allá de lo estético. El lenguaje no es solo un medio de comunicación; es una herramienta de pensamiento. Cuando el vocabulario se reduce a un puñado de frases repetitivas, la capacidad de articular ideas complejas se ve comprometida. Los jóvenes que crecen en este entorno corren el riesgo de perder matices, de no saber expresar emociones o conceptos con precisión. Esta limitación puede convertirse en un obstáculo en el futuro. Además, el uso excesivo de muletillas revela una falta de confianza en el propio discurso. ¿Por qué la necesidad constante de rellenar silencios o buscar aprobación con un «¿vale?»? Esta inseguridad, amplificada por la exposición pública en las redes, sugiere que muchos jóvenes no están siendo educados para expresarse con claridad, sino para imitar un modelo de comunicación que premia la popularidad y la mediocridad sobre la sustancia en sí.
¿Qué se puede hacer?
No se trata de demonizar a los jóvenes ni de idealizar el lenguaje de generaciones pasadas, que también tuvieron sus tics y modismos. En las escuelas e institutos, se debería fomentar un uso más consciente y creativo del idioma, enseñando a los jóvenes a explorar su riqueza en lugar de conformarse con clichés. El lenguaje es un reflejo de quiénes somos y cómo nos relacionamos con el mundo. Si permitimos que se reduzca a un puñado de muletillas y frases vacías, estaremos renunciando a una de las herramientas más poderosas que tenemos para construir nuestra identidad y nuestro pensamiento.
En un país con una lengua tan rica como el español, es hora de cuestionar si queremos seguir sacrificando matices en el altar de las redes sociales. Porque, osea, en plan, ¿vale?, no todo lo que brilla en TikTok es oro. Obviamente.
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