miércoles, julio 9, 2025
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Pasaporte a Brañosera

Por Alfonso de la Vega

  «así como el oficio de los jueces es juzgar, el de los caballeros es mantener la Justicia… Oficio de Caballería es guardar la tierra, pues por el temor de los caballeros no se atreven las gentes a destruirla, y por el temor de los caballeros no se atreven los reyes y príncipes a invadir unos a otros…el caballero que permita o sostenga al traidor, ladrón o robador no usa de su oficio… en tal caso es contrario a su Orden y a sus principios,… la Caballería no está en el caballo ni en las armas sino en el caballero.» (Raimundo Lulio)

No podemos vivir sin gloria o al menos sin nostalgia de ella, aunque si no auténtica realidad sólo fuere un sueño como el de Segismundo en prisión. Enredados comentando tanto cohecho, despropósito y prevaricación como asolan el reino filipino a veces olvidamos cuestiones importantes de la mejor y por tanto en consecuencia olvidada memoria histórica de España. 

Me refiero a la pasada excursión real a Brañosera, (braña de osos) hoy en la montaña del norte de Palencia. Hace poco más de un siglo el bisabuelo de don Felipe realizó otra muy famosa, caballero en mula por senderos de cabras, a la comarca cacereña de Las Hurdes, una zona remota entonces dejada de la mano de Dios y de los hombres. Pero esta vez la expedición real la razón era muy distinta y se ha hecho mediante cómoda carretera que llega hasta la pintoresca población atravesando hermosos robledales u otras muestras de vegetación de la montaña castellana. Y Brañosera no está asociada a una miseria depauperante pues tiene un profundo significado para la historia de la Libertad, no solo allí sino desde luego en Castilla, España e incluso Europa. Don Claudio Sánchez Albornoz me había puesto sobre aviso con su famosa frase “Castilla es un islote de hombres libres en la Europa feudal” pero los detalles concretos sobre Brañosera los descubrí en un libro sobre la Castilla milenaria de fray Justo Pérez de Urbel, primer abad del Valle de los Caídos. Me refiero a la Historia del condado de Castilla, publicada en Madrid por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas.

Después de la famosa Atenas de Pericles el primer documento europeo de lo que pudiéramos considerar un ejemplo de derecho constitucional embrionario, en el sentido básico de definición de derechos y de pacto para acotar el poder, se firma por Nuño Núñez y los repobladores en el valle de Brañosera, allá por el remoto año 824. Era una especie de rudimentario derecho limitativo del poder feudal de los señoríos. Con una embrionaria declaración de derechos y una elemental forma de politeia u organización del Poder. Por rudo que fuese el fuero de Brañosera tenía cierto alcance revolucionario ya que suponía una limitación a la omnímoda voluntad del poder feudal. Toda una maravillosa novedad para su época.

Este fuero se establece antes que el valeroso conde Fernán González buscara el modo de evitar el absolutismo feudal leonés y del Fuero Juzgo dando lugar al nuevo reino de Castilla, tierra con vocación de hombres libres a la que trataban de servir sus instituciones. Surge la prestigiosa institución de los jueces de Castilla con los famosos Nuño Rasura y Laín Calvo y su manera de administrar justicia mediante fuero de libre albedrío. Y más tarde irían creándose Comunidades de Villa y Tierra con sus fueros respectivos. En relación con los fueros existe una cierta tradición democrática con menor influencia de la casta burocrática sacerdotal y del Fuero Juzgo. Ligada también a las vicisitudes de la conquista de la frontera con la España musulmana, con virtudes como la conciencia de la libertad y la necesidad de ser fuertes porque detrás no existía un Estado poderoso o con gran capacidad para defenderles. En esto, junto con una concepción, más democrática que teocrática de la Política, desarrollada en las peculiares instituciones castellanas, se diferencia el espíritu de la Castilla milenaria del matriz reino de León o del vecino enemigo de Navarra.

Hoy, junto a la tumba de Fernán González que se encuentra en la colegiata de la bonita villa medieval de Covarrubias, me vienen descorazonadoras reflexiones a la mente mientras veo la lamentable situación de la Justicia española actual cautiva de la partitocracia más corrompida oprobiosa y descarada. Aguas arriba del río Arlanza, no lejos de Silos, quedan las ruinas de la cuna simbólica de la Castilla “islote de hombres libres». Me refiero a lo que queda del antiguo monasterio de San Pedro de Arlanza.  Un solar histórico de las tradiciones democráticas castellanas, hoy en ruinas como casi todo lo auténtico, donde junto a las de los legendarios jueces citados, debe vagar la sombra de Fernán González desolado por lo que ha quedado de la antigua edificación así como de la fundación nacional, de esa aventura de Justicia y Libertad, que simbolizan la figura del valiente conde rey y la Castilla milenaria.

La modernidad española muchas veces hace estragos por no respetar la Tradición histórica, nuestro «dasein» o «ser en el mundo» que habría sido traicionado. Al viajero que pasea atento por el precioso claustro de Santo Domingo de Silos le llama la atención la figura del cuatro, una especie de mandala, en cuyo centro el buscador se ha de colocar para identificarse con él, pero sobre todo la existencia de varios capiteles con imágenes de carácter teriomorfo que lo rodean. En el Arte tradicional verdadero las imágenes no son por casualidad, mero capricho de artista o de escuela, sino que forman parte de un lenguaje simbólico, una manera de aprehender lo numinoso. En el imaginario medieval los monstruos representan los instintos, una potencia y una amenaza. El simbolismo cristiano se funda en modelos arquetípicos, de ahí su fuerza y valor.

La Ilustración aparentemente habría expulsado a los viejos monstruos bajo la era de la supuesta Razón. El propio claustro románico del monasterio de Silos, que procede de un cenobio de Recaredo, rehabilitado por Fernán González, estuvo a punto de desaparecer bajo la piqueta anti tradicional de Ventura Rodríguez, quien en 1750 derribó el templo románico e invirtió la orientación del nuevo lo que supone, además de un disparate, un auténtico sacrilegio simbólico al colocar el altar donde el sol muere. Afortunadamente, menguaron los presupuestos y no se perpetró la atrocidad arquitectónica proyectada. De no ser así, las frías líneas rectas del neoclásico, representantes de una Razón vicaria del siglo de las luces apagadas, y usurpadora de espacios que no le corresponden en el alma humana, acaso hubieran sustituido la ejemplar belleza del románico y el sabio mensaje espiritual del bestiario medieval.

La última tremenda piqueta demoledora viene por la vía del odioso régimen del 78 excipiente de la disolución de la antigua Nación histórica española y de sus libertades. En el colmo del disparate, tras su huera excursión a Brañosera, que habría iluminado poco su majestuosa minerva, el propio Jefe del Estado proclama en el extranjero y en lengua ajena la pérdida de la soberanía y de la libertad de España. El reverso mismo de un Fernán González que espera en su tumba de Covarrubias a alguien merecedor de su legado de Libertad y Justicia. Ahora parece que todos los españoles hemos perdido no ya solo el sentido común sino lo que aún es más radical, el mismo sentido de supervivencia. ¿Qué cabe esperar de un rey de España que reniega de España?  

 

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