miércoles, julio 16, 2025
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La muerte del Régimen del 78

Gramsci: “El viejo mundo se muere y el nuevo está por llegar, y en ese claroscuro surgen los monstruos”.

España al borde del abismo: el sanchismo desmantela el Estado en un juego de poder sin precedentes En un giro que sacude los cimientos de la democracia española, Pedro Sánchez, aferrado al poder con uñas y dientes, ha convertido La Moncloa en un fortín táctico donde la supervivencia personal prevalece sobre el interés nacional. Sin brújula ideológica, sin proyecto de país, su única estrategia es resistir, cueste lo que cueste, incluso si el precio es el desmoronamiento del Estado que preside.

Los escándalos de corrupción que cercan a su partido y su entorno familiar han transformado la política en una carrera desesperada por neutralizar amenazas, a costa de la propia arquitectura constitucional de 1978.El último capítulo de esta deriva es la cesión histórica de la gestión de Hacienda a la Generalitat de Cataluña, un movimiento que no es conciliación, sino rendición. Entregar las llaves de la caja a quienes buscan fracturar la unidad nacional no es un gesto de paz, es una capitulación que dota a los separatistas de una herramienta largamente anhelada: la fiscalidad como símbolo de soberanía.

Esta decisión, que desactiva la capacidad coercitiva del Estado en una región clave, abre la puerta a un futuro donde la independencia no se proclama, se administra. Lo que en 2017 se intentó por la fuerza, hoy se legitima desde la legalidad, en un trueque que define el sanchismo: poder a cambio de principios. Pero el asalto no se limita a las instituciones. La batalla se libra también en el lenguaje, un terreno donde la izquierda dinamita los pilares del diálogo democrático. En el Congreso, términos como «facha», «fascista» o «ultraderecha» se disparan con una precisión quirúrgica, no para describir, sino para destruir.

El insulto se ha institucionalizado, convertido en arma política para anular al adversario. Cualquier crítica al Gobierno es etiquetada como «extremista», como si disentir fuera un delito moral. Yolanda Díaz lo dejó claro: no es momento de elecciones, porque la derecha podría ganar. El mensaje es devastador: sin la izquierda, no hay democracia. Un eco inquietante de la Segunda República, donde la alternancia en el poder era vista como una traición al sistema. Esta estrategia no es un tropiezo, es un plan. Sánchez ha transformado el PSOE, antaño pilar de la estabilidad, en una plataforma de intereses personales.

El control de jueces, fiscales y el Tribunal Constitucional se ha convertido en su escudo, mientras sus socios separatistas avanzan en su agenda de fragmentación. La oposición, desbordada, lucha contra una narrativa que la criminaliza. El Congreso es un circo, el Senado un eco vacío, la Corona neutralizada y la Justicia acosada. La opinión pública, atrapada entre el cansancio y el miedo, asiste a un espectáculo donde la razón democrática es reemplazada por un relato revolucionario.

La tormenta perfecta avanza. Un Gobierno sostenido por fuerzas que buscan desmantelar el sistema, una izquierda que solo acepta la democracia si gana, y un lenguaje que convierte la pluralidad en herejía. Sin embargo, aún hay resistencia: una sociedad civil alerta, jueces íntegros, medios críticos y ciudadanos que no se resignan. Pero el reloj no se detiene. España cruje, atrapada entre un pasado de libertades que se desvanece y un futuro incierto donde la palabra «nación» podría convertirse en una reliquia. Es hora de despertar, antes de que el sanchismo complete su obra y la patria que conocemos sea solo un titular del pasado.

 

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