jueves, julio 17, 2025
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¡El yugo del Tirano: un reinado de injusticia y terror!

Se acerca el 18 de julio, fecha capital en la historia de España, que desató unos acontecimientos únicos  y que ha marcado el último siglo.

En esa fecha, concretamente en 1936, un pueblo se alzó contra una tiranía con un un clamor que resuena desde los anales de la historia. El  gobierno de unos los tiranos se alzaba como un oscuro espectro de opresión contra nuestra patria, donde la justicia era pisoteada bajo el peso de la ambición desmedida de un régimen comunista que se había adueñado de España y de la república burguesa nacida de la caída de la monarquía liberal.

Los déspotas que gobernaban la República, ciegos al bien común, se entregan a sus pasiones más viles, saqueando los bienes de sus súbditos y sembrando el terror con mano implacable y asesinando a los opositores al comunismo que se cernía sobre España.

Hoy, 17 de julio de 2025, un tirano manda en nuestra nación, que no gobierna porque no puede. Pero no es el momento de hablar del aprendiz de sátrapa, corrupto y beneficiario económico y político de la prostitución de hombres y mujeres, que le ha alzado, con su sucio dinero, a liderar un gobierno de traidores que sólo busca destruir España y sus instituciones.

Me apetece hablar de Teología y Filosofía, para alejarme, por una vez, del siglo.

En la hermosa obra de Santo Tomas de Aquino, escrita en el siglo XIII, llamada  “El gobierno de los príncipes”, nuestro Santo y Doctor, nos hacía saber que “El rey es para el reino, no el reino para el rey” afirmando, a su vez, “que el Tirano es quien desprecia el bien común y busca el bien privado; y se ha de proceder contra la maldad del tirano por autoridad pública”.

En el capítulo II, capítulo que lleva por título: “Que es más útil a los hombres que viven juntos, ser gobernados por uno que por muchos”  El Santo de Aquino nos dice que: “El bien, pues, y la salud de una multitud que vive junta, es conservarse conforme y unida, que es lo que llamamos paz, y sí ésta falta se pierde la utilidad de vivir en compañía”

Santo Tomas en la obra cumbre de la Suma Teológica,  incide en que el cristiano no está obligado a obedecer a un tirano. Y para justificar esta actitud se apoya en la defensa que había hecho Cicerón de Marco Bruto, cuando este último organizó y llevo a cabo la muerte de César.

En el mismo capitulo VI del libro, es cuando Santo Tomas nos señala que “Cuando la tiranía es en exceso intolerable, algunos piensan que es virtud de fortaleza el matar al tirano”.

Lejos de cualquier mala interpretación de nuestro Doctor y Santo de la Iglesia, y en los términos exclusivamente académicos y teóricos, sin salirnos de la enseñanza de la doctrina a la que nos eleva el alma la lectura de las obras de Santo Tomas, nos viene a la mente la frase de Santo Tomas que enlaza con el pensamiento anterior, «Quien mata a un tirano (es decir, a un usurpador) para liberar a su país es alabado y recompensado» (Sentencias, 44.2.).

Si estas enseñanzas las relacionamos con los textos de Salomón en Proverbios, cuando el rey judío nos dice que: “El rey justo eleva la tierra, pero el injusto la condena a la ruina” (Prov 29, 4), nos reconforta pensar que estas fuentes cercanas que pretenden dar esperanza a las víctimas de estos regímenes tiránicos, ya  denuncian en sus tiempos un panorama desolador similar al que vivimos: los tiranos, movidos por la codicia, despojan a sus pueblos de sus recursos, mientras que su ira desatada derrama sangre sin motivo. Salomón, de nuevo, en un lamento que atraviesa los siglos, resume el drama: “Las ruinas de los hombres son obra de los reyes impíos” (Prov 28, 12). Los pueblos gimen bajo el yugo de los tiranos, y muchos se ocultan para escapar de su crueldad (Prov 28, 28). No es de sorprender: un gobernante sin razón, que actúa según los impulsos de su alma, no es más que una bestia salvaje. “El príncipe impío es un león rugiente, un oso hambriento que devora a su pueblo” (Prov 28, 15). Los hombres, aterrados, huyen de estos tiranos como quien escapa de las fauces de una fiera. Estar bajo su dominio es vivir como presa de una bestia insaciable, un destino que desgarra el alma de las naciones.

Ezequiel lo describe con crudeza: “Sus príncipes son como lobos que desgarran la presa para saciar su sed de sangre” (Ez 22, 27). 

El sabio Santo Tomas, en un grito de alerta, urge a los pueblos a huir de estos opresores.  “¡Apártate del hombre con poder para matar!” (Eclo 9, 18), pues su autoridad no se rige por la justicia, sino por el capricho de una voluntad desenfrenada. 

Cuando un pueblo se encuentra bajo este régimen de terror, la seguridad es una quimera. Todo pende de un hilo, sujeto al arbitrio de un gobernante que no duda en aplastar cualquier atisbo de virtud. Los tiranos, paranoicos ante la grandeza ajena, ven en la nobleza y en la soberanía de sus súbditos una amenaza a su dominio. 

Con maniobras sucias, los tiranos siembran discordia, prohíben las uniones que fortalecen a los pueblos y mantienen a sus ciudadanos en un estado de desconfianza perpetua. 

Como revela Job: “El terror resuena en sus oídos, y aun en tiempos de paz, sospechan traiciones” (Job 15, 21).

En el libro de Ezequiel del Antiguo Testamento, leemos la palabra de Dios:

—Mi siervo David será rey sobre todos y todos tendrán un solo pastor.

En Proverbios, la palabra de Dios nos dice:

—Por mí reinan los reyes y los príncipes.

En el Libro de Daniel podemos leer, en palabras de Daniel dirigidas al rey Nabucodonosor, el profeta nos enseña:

—Tu majestad, Rey de Reyes, a quien El Dios del cielo ha dado imperio poder fuerza y gloria, en cuyas manos ha dejado todos los hombres, las bestias del campo y los pájaros del cielo{2}.

También encontramos justificación del origen divino del poder en el Nuevo Testamento. Atendemos a la carta de San Pablo a los romanos:

—Todos deben someterse a las autoridades constituidas, no hay autoridad que no venga de Dios. Y las que hay por él han sido establecidas.

Marco Tulio Cicerón lo corrobora: “Poco avanza lo que muchos condenan”. Los pueblos, encadenados por el miedo, se tornan serviles, sus espíritus se doblegan, y la grandeza se vuelve enana. San Pablo, con tono sombrío, lo advirtió: “No provoquéis la ira de vuestros hijos, para que no pierdan el ánimo” (Col 3, 21).

El impacto sobre las naciones de esta opresión es devastador. Los tiranos no solo despojan a sus súbditos de bienes materiales, sino que apagan la chispa de la decencia y el honor y la ambición de prosperar del pueblo. Donde reina la tiranía, los hombres de valor son una rara excepción, pues, como sentencia el filósofo, “solo donde se honra la fortaleza, prosperan los fuertes”. 

La tiranía, un cáncer que corroe la virtud y la esperanza de los pueblos. ¿Qué justifica la rebelión contra un tirano? ¿Es legítimo derrocarlo por la fuerza?

Mañana es 18 de julio, se conmemora el Alzamiento Nacional y la liberación de España del yugo comunista.

 

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