Hay noticias que producen tal indignación que hieren el alma, especialmente cuando las víctimas son niños con síndrome de Down, indefensos y llenos de corazón.
Una profesora de pedagogía terapéutica y una auxiliar técnico de educación han sido condenadas a siete años de prisión por insultar y humillar a siete niños con síndrome de Down, de entre 7 y 12 años, y dirigirse a ellos con «tono despectivo y amenazante» en un colegio concertado de educación especial en Pozuelo de Alarcón.
La sentencia del juzgado de lo Penal nº 1 de Madrid, publicada en la web del Poder Judicial, expone un cuadro de crueldad que indigna y avergüenza: ¿cómo pueden personas encargadas de proteger y educar a los más vulnerables rebajarse a tal nivel de vileza? ¿Dónde se forman estas supuestas «profesionales» para perpetrar un ataque tan despiadado contra la dignidad de niños que son todo amor?
La resolución judicial considera probado que las acusadas, plenamente conscientes de las limitaciones cognitivas y físicas de los menores, los sometieron a un trato degradante con insultos, amenazas y expresiones malsonantes entre enero y marzo de 2019. Frases como “estás bobo, estás atontado tío”, “me dan ganas de ma.tarte”, “¿te haces el tonto del cul0? pues más tonta del cul0 voy a ser yo contigo, te voy a amargar la vida” o “que me importa un pito que llores, un pito y medio” no son meros exabruptos: son puñales clavados en la autoestima de niños indefensos.
Este comportamiento, descrito en la sentencia como “crueldad innecesaria”, revela una falta absoluta de humanidad que deshonra la profesión docente. El daño infligido va más allá de las palabras. Los menores han sufrido un empeoramiento en sus capacidades intelectuales, rechazo a asistir a la escuela, retrocesos en habilidades, ansiedad y actitudes retraídas.
Estos niños, que merecían cuidado y respeto, fueron traicionados por quienes debían protegerlos, y las secuelas de este abuso podrían marcarlos de por vida. Siete años de prisión, aunque es un paso necesario de la justicia, parecen insuficientes ante tanto dolor. ¿Qué clase de persona, y mucho menos educadora, se ensaña con niños tan vulnerables? Ninguna que merezca estar cerca de un aula.
La sentencia también señala la responsabilidad civil del centro educativo, que deberá indemnizar a los menores de manera subsidiaria. Esto pone en evidencia otro fallo grave: ¿cómo permitió el colegio que estas conductas persistieran? ¿Qué controles fallaron para que estas dos energúmenas, desprovistas de ética y empatía, tuvieran acceso a niños con necesidades especiales? La pregunta sigue en pie: ¿dónde obtuvieron su título esta profesora y esta auxiliar? Un diploma no garantiza decencia, y estas dos miserables son la prueba de que el sistema educativo puede ser permeable a individuos indignos.
Este lamentable caso es un recordatorio doloroso de los fallos del sistema para proteger a los más vulnerables. Un sistema que cuenta con cada vez más organismos públicos, cargos y funcionarios dedicados teóricamente a esa tarea. La falta de supervisión, la insuficiente formación en sensibilidad y ética para quienes trabajan con personas con discapacidad y la ausencia de canales efectivos para denunciar abusos son problemas urgentes que este caso destapa.
La sociedad no puede conformarse con una sentencia; debe exigir reformas: selección rigurosa de docentes, formación en valores humanos y mecanismos accesibles para que las familias denuncien sin miedo. La resolución, que aún no es firme y se puede recurrir ante la Audiencia Provincial de Madrid, no repara el daño ni restaura la confianza ya rota. Siete años de cárcel no borran el veneno de las palabras de estas sinvergüenzas ni el sufrimiento de estos niños, víctimas indefensas. La pregunta persiste: ¿dónde se formaron estas miserables? Porque un título no hace al educador, pero la falta de humanidad las define como una afrenta a la decencia y una mancha imborrable en la profesión.
Conviene recordar esto que ocurrió en abril: La guardería de los horrores en Torrejón reaviva el debate sobre confiar a los niños a manos ajenas