Se están acumulando las noticias relacionadas con la corrupción y no todo lo acapara Cerdán. ¿Recuerdan el culebrón judicial que rodea al «hermanísmo»? pues bien, este lunes hemos tenido conocimiento de que a Miguel Ángel Gallardo, expresidente de la Diputación de Badajoz y conocido por su «estrecha cercanía» a David Sánchez, el Tribunal Superior de Justicia de Extremadura ha asestado un contundente golpe a sus maniobras para esquivar la acción de la justicia.
El TSJ de Extremadura ha decidido no reconocer el aforamiento ‘exprés’ que Gallardo pretendía utilizar como escudo en el caso que involucra a David Sánchez, devolviendo íntegramente la causa al juzgado de instrucción, bajo la batuta de la juez Biedma. El tribunal entiende que el aforamiento de Gallardo se ha realizado «en fraude de ley«, «mediante una manipulación, apresurada y torticera de la cobertura del escaño vacante«. Una resolución que pone en evidencia los intentos de Gallardo por blindarse con triquiñuelas legales y que deja al descubierto su arrogancia al pensar que podía tomarnos a todos por idiotas.
El caso, que ya de por sí estaba envuelto en un cúmulo de descaradas sospechas, toma un rumbo que refuerza aún más la evidencia de que Gallardo, lejos de actuar con la transparencia y responsabilidad que se espera de un cargo público, ha optado por unas estrategias que rayan en lo indignante. Su intento de acogerse a un aforamiento de última hora, un mecanismo que pretendía sacarlo del alcance del juzgado ordinario, no solo ha sido desestimado, sino que ha quedado como un patético intento de manipular el sistema judicial en su favor. ¿Realmente creía que nadie notaría el descaro de esta jugada?
El TSJ de Extremadura ha sido claro: no hay base para que Gallardo se ampare en un aforamiento que, según todos los indicios, fue diseñado como una cortina de humo para entorpecer el proceso. La decisión de devolver el caso al juzgado de instrucción es un mensaje directo: nadie está por encima de la ley, ni siquiera aquellos que presumen de conexiones influyentes, como la cacareada amistad especial con el hermano del presimiente del Gobierno. Este vínculo, que Gallardo no dudó en airear dentro de su círculo en el pasado, parece ahora más un lastre que un salvavidas.
Lo que queda meridianamente claro es que las maniobras de Gallardo, ese hombre con aspecto de curilla que no ha roto un plato, no solo han fracasado, sino que lo han expuesto como un político dispuesto a cualquier artimaña para protegerse. Su actitud no solo desprestigia a las instituciones que representó, ya de por sí muy tocadas, sino que alimenta la desconfianza de los españoles en un sistema que, por momentos, parece diseñado para favorecer a los poderosos.
Miguel Ángel Gallardo, con su fallido aforamiento ‘exprés’, ha demostrado que subestima la inteligencia de los ciudadanos. Ahora, con el caso de vuelta en el juzgado de instrucción, es hora de que afronte las consecuencias de sus actos sin más excusas ni cortinas de humo. Esperemos que más pronto que tarde vaya «p’alante».
Imaginamos que en el día de hoy, este individuo no estará para celebraciones «orgullosas» como la que publicó el 28 de junio en su cuenta de X:
¡No va a haber en España cárceles suficientes para tanto corrupto!