Por Alfonso de la Vega
Desde hace tiempo algunos ingenieros especialmente preocupados por la energía y el medio ambiente advertíamos del abuso en la implantación contra todo sentido y bien común de las mal llamadas energías renovables. Formas de utilización mediante cachivaches técnicos de la energía solar. A tal fin se ignora o minusvalora su impacto negativo sobre el patrimonio natural, la conservación del suelo fértil, los ecosistemas naturales con especial incidencia en las aves o el paisaje, su aleatoriedad, su influencia en el balance de energía primaria o la inestabilidad en la distribución eléctrica… o, como se acaba de demostrar, la imprudencia temeraria que supone utilizarlas como principal base de generación.
Ente las causas de estas calamidades se encuentran las actuales relaciones entre ciencia e ingeniería con el poder político ultra ideologizado, mercenario, divorciado de la búsqueda del interés común, que pretende imponerse sin atender a razones. Y luego con esto, o con las riadas, pasa lo que pasa: el resultado natural de rechazar la ingeniería, ahorrar dinero donde no se debe ahorrar dinero y de poner la política por encima de las leyes de la naturaleza.
Una de los debates consiguientes al dichoso apagón es el de las centrales térmicas convencionales de combustibles fósiles y atómicas, o de ciclo combinado que históricamente se venían empleando para la generación en horas valle o llanas con la hidroeléctrica en punta.
La política socialista quiere reducir su aportación e incluso cerrar las centrales atómicas, cuyo funcionamiento se perjudica artificialmente mediante impuestos abusivos. Las inversiones en energía nuclear pueden convertirse en cementerios de capital y energía, plantean problemas de seguridad, o el insoluble de la conservación de los residuos radioactivos con isótopos altamente tóxicos que duran cientos o miles de años. También existen otras razones económicas y financieras. Durante su construcción se producen efectos inconvenientes de los que luego hablaré. En realidad no se sabe cual es el coste real del kWh producido. La incertidumbre viene de parámetros básicos del proyecto tales como duración de la construcción, de la vida útil o el coste del desmantelamiento o puesta en seguridad, es decir, del valor residual negativo. Pero y lo más importante, los sistemas de evaluación de proyectos ni desde el punto de vista económico ni financiero permiten valorar costes mediante el cálculo actuarial o magnitudes llevadas al origen cuando se trata de dimensiones temporales tan grandes como las indicadas. Como cualquier conocedor de estos temas sabe, carece de sentido como cálculo realista intentar actualizar el coste de almacenar los residuos hasta dentro de dos mil años. De modo que la parte rentable se la queda la empresa privada y se traslada el “mochuelo” inconveniente a una entidad pública como ENRESA para que fije un precio político arbitrario y sobre todo apechugue con lo que pueda venir. Cuando el gobierno González creó ENRESA fijó un precio de repercusión de 68 céntimos por kWh de origen nuclear, muy inferior al que en todo caso saldría con criterios más realistas o menos arbitrarios aunque siempre desde la base teórica de que su cálculo a priori resulta imposible.
Sin embargo los cálculos no salían. Se entendía que se trataba de un compromiso de los socialistas con el poderoso sector eléctrico. Un sector clave para la articulación del poder económico y la concentración del capital y de las decisiones en muchas otras actividades financieras y económicas. Pero no fue ese el único favor de nuestro socialismo a la oligarquía. Cierta inspección oficial del Ministerio de Economía durante la administración Suárez había detectado la penosa situación financiera del sector eléctrico. Según tal Informe se encontraría en práctica quiebra técnica no declarada pues jugaba con el “cash flow” y las amortizaciones para camuflar artificialmente los resultados negativos fingiendo beneficios. ¿A qué se debía esta situación? Pues al excesivo dimensionado del subsector nuclear y un programa atómico demasiado ambicioso. Demasiadas centrales en construcción y demasiadas demoras en los plazos de entrega habían provocado un auténtico cementerio de capitales. Se había exagerado la demanda de energía eléctrica española como demostraría mediante cálculos econométricos sin lugar a dudas cierta tesis doctoral defendida cum laude en la ETSII de Madrid, así como en otra universidad norteamericana. Ahora bien, el sector eléctrico es de suponer que hubiera debido estar siempre bien asesorado como para cometer tales fallos. La explicación del enigma se encontraría en la realidad del gran capitalismo multinacional. Muchos de los miembros de los consejos de administración de las eléctricas representantes de su capital social también lo eran de las empresas proveedoras sobre todo norteamericanas, aunque en este caso con mayor participación de modo que primó su negocio antes que el de la contratante.
El final de la historia es bien sabido. Con el bonito pretexto de la cosa medioambiental, igual que hora con lo de los cachivaches ecologistas, el gobierno socialista salió al rescate del naufragio financiero decretando un salvador parón nuclear y haciendo pagar mediante indemnizaciones para compensar tal parón al sufrido súbdito que para eso está y para lo que el amo quiera mandar. Así que todos contentos. El gobierno socialista obedece al gran capital, al que se exime de pagar los errores de la gestión privada y es beneficiado a costa del sufrido súbdito en su versión de contribuyente y consumidor. Según el entonces vicepresidente Guerra: «Tó pál pueblo», que significa, “el populacho traga con todo”. En cierto modo un caso semejante al del rescate de cajas de ahorros y entidades financieras.
Con esto de la pertinaz democracia para intentar enterarse de qué van las cosas siempre conviene buscar los tres píes al gato. Por eso el valido insiste en que no busquemos en redes del maligno conocimiento y bebamos en las contaminadas suyas.
El desproporcionado programa nuclear de los setenta se redujo no sin alguna otra escaramuza. Ahora la cuestión ya no es si se hizo bien en construir las centrales o no, sino dado que ya están construidas y el problema de los residuos existe, si es mejor o no servirnos de ellas mientras puedan funcionar en condiciones de seguridad. Mi opinión es que es menos malo seguir utilizándolas que dejar de hacerlo.
El socialismo, hoy como entonces, vuelve a servir de mercenario del gran capital en este caso globalitario, y trata de promover contra el legítimo interés nacional la proliferación excesiva de cachivaches solares que han demostrados ser convertidores ineficientes o peligrosos para al estabilidad del sistema eléctrico y para la agricultura, la economía y la sociedad españolas. La novedad, de no ser fingida cara a la galería, es la aparente falta de sintonía actual con lo más granado de nuestra oligarquía que aunque se favorezca por la política gubernamental con beneficios récord en sus monopolios no parece dispuesta a querer cargar con las consecuencias de la desastrosa gobernación que le afectan directamente a ella.