Después de muchas dificultades para convencer a sus parientes de su convicción a formar parte de la Orden de las Visitandinas (fundada por Francisco de Sales en 1610), por fin logró Margarita María Alacoque, a la edad de 24 años, entrar en el monasterio de la Visitación de Paray-le-Monial el 20 de junio de 1671. “Aquí es donde te quiero” le había dicho Jesucristo.
En cambio, Satanás le decía continuamente: “¿En que piensas queriendo ser religiosa? Vas a convertirte en la risa del mundo, porque de ningún modo vas a perseverar y ¡qué confusión, dejar el hábito de religiosa y salir del convento! ¿Dónde podrás después ocultarte?”
Cuando Jesucristo se le apareció en 1675, durante la octava del Corpus Christi, se le manifestó con el corazón rodeado de llamas y coronado de espinas. De él emergía una cruz y una herida abierta de la cual brotaba sangre. Señalándolo con la mano, exclamó Jesús: “He aquí el corazón que ha amado tanto a los hombres” y Margarita oyó: “¿No sabes que soy la memoria eterna de mi Padre Omnipotente, que jamás olvida cosa alguna, y ante la cual lo pasado y lo futuro son como el presente? He querido servirme de tu corazón como de un canal con el fin de repartir mis gracias en las almas (particularmente las que me son consagradas), muchas de las cuales serán retiradas por este medio del abismo de perdición. “
La visión infundió a la religiosa un anonadamiento tan profundo que se sintió súbitamente como caída y perdida en el abismo de su nada del que pudo salir luego por respeto y homenaje a esta infinitas grandeza ante la cual quería estar siempre postrada con el rostro en tierra (como lo hacía su ángel de la guardia) o de rodillas.
Las apariciones de Jesucristo se repitieron de 1973 a 1975, todos los primeros viernes de mes: su corazón, cual horno ardiente, tenía la forma de un sol brillante cuyos rayos caían sobre el corazón de Margarita, dándole la impresión de que fuera a reducirse a cenizas. Otras veces, sus 5 llagas brillaban como 5 soles.
Nuestro Señor la eligió por esposa en la misma comunión mística que tuvo con Verónica Giuliani (la cual nació en 1660, 13 años después de Margarita). Al igual que Verónica, Margarita escribió un diario donde plasmaba sus pensamientos. Al igual que Veronica, el demonio se le presentó como un moro horrible, con los ojos centelleantes, rechinando los dientes y diciendo: “ Yo me apoderaré de ti, ¡oh maldita! y conseguiré tenerte en mis manos, te daré a conocer lo que sé obrar. Te dañaré en todo.” La tentaba particularmente con desesperación (diciéndole que Dios no la iba a perdonar nunca), vanagloria y gula: le hacía sentir hambres espantosas cuando oraba y le traía en imaginación los más deliciosos manjares. Sin embargo, le duraba el hambre hasta que entraba en el refectorio donde sentía una repentina inapetencia y, cuando dejaba la mesa, tornaba el hambre con más violencia que antes.
En una ocasión, Jesús le dijo: “Soy yo quien te movía, antes que el mundo tuviera parte alguna en tu corazón porque lo quería enteramente puro y sin mancha alguna de aficiones terrenas y para conservarlo así, quitaba toda la malicia de tu voluntad y después te confié al cuidado de mi santa Madre, para que te formase según mis designios.“ En efecto, Margarita tuvo una enfermedad que la inmovilizó durante cuatro años en cama y de la que se curó milagrosamente por intercesión de la Virgen.
La religiosa había elegido el camino de la cruz, buscando en todo mortificación y humildad. Recogía los pedazos de pan mordidos y poco limpios que habían caído al suelo, llenos de polvo, y, poniéndolos en una escudilla, los llevaba a la cocina para que hiciesen con ellos su sopa. Sin reparar en más, echaba así el caldo hasta que una de las hermanas lo vio y quedó muy sorprendida. Estaba tan desprendida de todas las cosas que rehusó una pensión vitalicia que sus parientes quisieron darle. Pero, lo más importante, sintió todos los viernes, la agonía de Getsemaní además del dolor causado por la corona de espinas.
En una visión, el Señor le había mostrado una gran cruz, cuya extremidad no podía ver, pero toda ella estaba llena de flores: “He aquí el lecho de mis castas esposas donde te haré gustar las delicias de mi amor. Poco a poco, irán cayendo las flores, y solo te quedarán las espinas, ocultas ahora a causa de tu flaqueza, las cuales te harán sentir tan vivamente sus punzadas, que tendrás necesidad de toda la fuerza de mi amor para soportar el sufrimiento”.Y durante los 3 dias de carnaval afirmaba: “Hubiera querido hacerme pedazos para reparar los ultrajes que hacen sufrir los pecadores a su Divina Majestad, y en cuanto me era posible, los pasaba ayunando a pan y agua, dando a los pobres lo que recibía para mi alimento.“
La superiora del convento le dio un empleo en la enfermería. El demonio, que tenía el permiso de Dios para ponerla a prueba (excepto con las tentaciones contra la pureza) la hacía caer con frecuencia y romper cuanto tenía en las manos y, después, se burlaba de ella, diciendo: “Torpe, jamás harás nada de provecho”. Se quedaba con tal tristeza que no sabía qué hacer, ya que con frecuencia el maligno le quitaba hasta el poder decírselo a la Madre superiora, porque la obediencia abatía y disipaba todas sus fuerzas. Sin embargo, el Señor le dijo en una ocasión: “Me gustaría más verte disfrutando de todas las pequeñas comodidades por obediencia, que martirizándote con austeridades y ayunos por voluntad propia.” Un día, el Salvador le presentó un cuadro de ella, de lo que había sido antes: “¡Pero qué monstruo más deforme y más horrible vi! No veía bien alguno, sino tanto mal, que era un insoportable tormento.”
Otra dificultad para Margarita fueron las acusaciones acerca de su extrema devoción mística pues sus superiores le indicaron que esas formas de espiritualidad no iban con el espíritu de la orden de la Visitación, mirando con recelo sus experiencias como sujetas a ilusión. Los juicios negativos de su entorno llegaron hasta el punto de considerarla posesa u obsesa (le rociaban entonces con bastante agua bendita, haciendo la señal de la cruz y rezando oraciones) y duraron hasta que fue puesta bajo la dirección espiritual del jesuita Claudio de la Colombière, aunque el padre tuvo que sufrir también ya que se decía que Margarita quería engañarle con sus ilusiones. Además, fue amenazada con la prisión y quisieron hacerla comparecer, cual juguete de burla, ante el cardenal Príncipe de Bouillon en Paray le Monial.
No obstante, la que escuchaba conciertos de Serafines, pudo ver incluso a la propia Santísima Trinidad bajo la forma de tres jóvenes vestidos de blanco, de la misma edad, grandeza y hermosura. El Padre le presentó una pesada cruz erizada de espinas y acompañada de los instrumentos de la Pasión, diciéndole: “Toma hija mía, te hago el mismo presente que a mi amado Hijo. Le dijo entonces Jesucristo: “Y yo te clavaré en ella y te haré fiel compañía”. La Tercera persona afirmó a continuación: “El que no es más que amor te consumirá allí, purificándote.”
Margarita murió a los 43 años de edad, rodeada por su congregación.