En España, el sistema de protección de menores tutelados debería ser un refugio seguro para niños y adolescentes separados de sus familias por situaciones de abandono, maltrato o desamparo. Sin embargo, este sistema está marcado por un drama profundo: casos de abusos sexuales, especialmente en centros residenciales, y una gestión cuestionable de los cuantiosos fondos públicos destinados a su funcionamiento. Con más de 51.000 menores en acogida en 2022, según Aldeas Infantiles SOS, las denuncias por abusos y la falta de transparencia en el uso de recursos han encendido las alarmas, exigiendo una reforma urgente.
Los menores en el sistema de acogida, particularmente en centros residenciales, se enfrentan a una realidad alarmante. En 2022, de los 51.203 menores tutelados, 17.061 vivían en centros residenciales y 18.177 en familias de acogida. Estos centros, concebidos como espacios seguros, a menudo son escenarios de abusos, incluida la explotación sexual. Un reportaje de RTVE de 2022 reveló casos de niñas tuteladas captadas por redes de trata, evidenciando la falta de supervisión y protocolos efectivos. Según un informe de EL PAÍS de 2025, desde 2019, al menos 1.113 menores tutelados por las comunidades autónomas han denunciado abusos sexuales, una cifra que expertos consideran “solo la punta del iceberg” debido a la infradenuncia.
Noemí Pereda, experta de la Universidad de Barcelona, destaca la opacidad en los datos: “El acceso a información sobre lo que ocurre en estos centros es terriblemente limitado”. Esta falta de transparencia agrava la vulnerabilidad de los menores, quienes, según Save the Children, sufren consecuencias emocionales y psicológicas al carecer de un entorno familiar. La organización señala que el sistema no siempre cubre las necesidades afectivas de los niños, dejándolos expuestos a la violencia. Además, la Ley Orgánica de Protección Jurídica del Menor prioriza el acogimiento familiar para menores de seis años, pero en 2022 aún había 1.086 en centros residenciales, reflejando fallos estructurales.
El problema de los abusos sexuales a menores no se limita a los tutelados, pero su situación los hace especialmente vulnerables. Según el Ministerio del Interior, en 2021 se registraron 8.317 denuncias por delitos contra la libertad sexual con víctimas menores de edad. En 2022, esta cifra aumentó a 8.337, representando el 44,5% de las víctimas de delitos sexuales. En 2023, el 42% de las 21.825 denuncias por delitos contra la libertad sexual involucraron a menores, lo que equivale a unas 9.166 casos. Específicamente para menores tutelados, las 1.113 denuncias desde 2019 muestran una tendencia preocupante, con regiones como Cataluña reportando 458 casos entre 2019 y 2023, de los cuales solo 50 resultaron en condenas.
La infradenuncia es un obstáculo significativo. Según la Macroencuesta de Violencia contra la Mujer 2019, solo el 11% de las agresiones sexuales se denuncian, y en el caso de menores, la Fundación ANAR estima que el 70,3% de las víctimas adolescentes no denuncia ni tiene intención de hacerlo. Entre 2019 y 2023, ANAR documentó 4.522 casos de agresiones sexuales a menores, pero tres de cada diez víctimas no denunciaron, principalmente por miedo, vergüenza o falta de apoyo. Esto sugiere que, por cada denuncia, podrían existir entre cinco y nueve casos no denunciados. Aplicando esta proporción a las 1.113 denuncias de menores tutelados, el número de casos no denunciados podría oscilar entre 5.565 y 10.017 desde 2019, aunque estas cifras son estimaciones basadas en tendencias generales.
El sistema de protección de menores maneja unos recursos significativos, pero su gestión genera una gran polémica. Para 2025, el Ministerio de Juventud e Infancia cuenta con 203,11 millones de euros, de los cuales 41 millones se destinan a programas de infancia y familias, más 97 millones de fondos europeos para iniciativas como el Programa de Competencias Digitales para la Infancia (CODI). Save the Children indica que España invierte solo el 1,3% de su PIB en protección social para la infancia, frente al 2,4% de la media europea, equivalente a unos 5.350 millones de euros anuales en un espectro más amplio.
Organizaciones como Aldeas Infantiles SOS, Cruz Roja y ASEAF gestionan parte de estos fondos. Por ejemplo, Aldeas Infantiles implementó en 2024 el programa AcogES+, financiado por el Ministerio, para apoyar a 1.500 familias. Sin embargo, la falta de datos públicos sobre cuánto reciben estas entidades y cómo se distribuyen alimenta sospechas de que los intereses económicos podrían primar sobre el bienestar de los menores. Los centros residenciales, que albergan a 17.061 menores, son mucho más costosos que el acogimiento familiar (379,31 euros mensuales por menor en Extremadura, frente a gastos significativamente mayores en centros), lo que cuestiona su eficiencia.
Organizaciones como Save the Children y ASEAF abogan por priorizar el acogimiento familiar, especialmente para menores de seis años, y por invertir en prevención para evitar la entrada de niños al sistema. La opacidad financiera también es un punto crítico: la falta de auditorías detalladas sobre los fondos destinados a organizaciones gestoras refuerza la percepción de ineficiencia. Se propone que el Ministerio publique informes anuales desglosados sobre el uso de recursos y los resultados en la protección de menores.
Además, expertos como Alberto Reyero, exconsejero de Políticas Sociales de Madrid, reclaman más recursos humanos, protocolos claros y formación para prevenir abusos y detectar casos a tiempo. La creación de juzgados especializados en violencia contra la infancia, como propone la Fundación ANAR, podría reducir la revictimización durante los procesos judiciales.
El drama de los menores tutelados en España refleja un sistema con fallos profundos. Las 1.113 denuncias por abusos sexuales desde 2019, junto a una estimación de entre 5.565 y 10.017 casos no denunciados, evidencian la magnitud del problema. La gestión opaca de millones de euros y la persistencia de centros residenciales, menos efectivos y más costosos, agravan la situación.